miércoles, 28 de noviembre de 2012

MAS, A MENOS


            Se mire como se mire el resultado electoral en Cataluña supone un rotundo fracaso para CiU, ganador de las elecciones, y un batacazo personal para Artur Mas que, por honestidad democrática, debiera presentar su dimisión. Un batacazo de tal magnitud que eclipsa el fracaso del PSC-PSOE -el otro partido que junto a CiU y SI pierde escaños- y el éxito del resto de partidos que, en mayor o menor medida, consiguen aumentarlos. El populista proyecto de Mas para liderar el independentismo ha ido a menos de forma estrepitosa, provocando innecesariamente una inestabilidad de gobierno en Cataluña sustancialmente mayor que la existente cuando decidió disolver el Parlament. No le bastaba el veredicto popular de hace dos años que le permitía gobernar Cataluña con su proyecto nacionalista desde una mayoría parlamentaria de 62 escaños –a 6 de la mayoría absoluta- y solicitaba ahora una “mayoría excepcional” para gobernarla con su nuevo proyecto independentista. Quería que el pueblo hablara de nuevo, pero no de su gestión, sino del nuevo maná prometido. El pueblo ha hablado y le acaba de decir que la mayoría excepcional que solicitaba se queda en 50 escaños –a 18 de la mayoría absoluta- ya que para independentismos genuinos ERC tiene la patente desde hace tiempo y por ello le otorga la mayor subida en número de escaños, 21 frente a los 10 anteriores, que la convierte en la segunda fuerza política, relegando al PSC al tercer lugar con 20 escaños frente a los 28 anteriores. Si a ello añadimos la desaparición de los cuatro escaños de SI y la irrupción con tres escaños de CUP como nueva opción independentista, la ligera subida del PP (19 escaños, frente a 18) y de ICV (13, frente a 10), junto a la espectacular subida de C´s (9, frente a 3), resulta un Parlament con 74 escaños independentistas, frente a los 76 anteriores que sumaba CiU, ERC y SI.
            Mas va a menos porque ha sometido a los catalanes y al resto de españoles a un enfrentamiento innecesario que, además, cuesta dinero, desconcierta a los votantes tradicionales de CiU, anima a los independentistas de Esquerra, inquieta al resto de países de la UE y añade nuevos problemas que dificultan las soluciones a la crisis que sufre Cataluña y el resto de España, menoscabando la credibilidad del gobierno ante sus interlocutores            internacionales. Los catalanes no han caído en su hábil estrategia de tapar su desastrosa gestión de la crisis con una apuesta hacia la nada que, en el mejor de los casos, sólo genera incertidumbres en un lejano horizonte y un caos en el horizonte próximo. Ni sus patrañas de ofertar una Cataluña más rica que ni siquiera saldría de la UE, ni su osadía de culpar al resto de españoles de un expolio inexistente, ni sus promesas de inmolarse personalmente tras encauzar el camino del paraíso, han logrado hacer caer en la trampa a un pueblo que, una vez más, demuestra más sentido de la responsabilidad que el que tienen sus gobernantes.
            Mas va a menos porque, despreciando un escenario político viable para resolver los problemas de Cataluña, los catalanes le devuelven un escenario más complejo para que no sólo demuestre sus cualidades mesiánicas sino también las de gobernante. Cierto que sin CiU no hay alternativa de gobierno para la legislatura que comienza, pero cierto también que sólo CiU no puede liderar ni el futuro gobierno ni el proceso del nuevo proyecto. Se ha convertido en reo de su propia irresponsabilidad. Cualquiera de las alianzas posibles –ERC, PSC o PP-, que matemáticamente le garantizan una mayoría suficiente para gobernar, le supone costes políticos imprevisibles, tanto si prioriza el objetivo de la gobernabilidad de Cataluña o el de su mágico proceso independentista. Para el primer caso necesita al PP que, en buena lógica y por decencia política, exigiría como mínimo una renuncia expresa al proyecto independentista. Para el segundo, a ERC que, por coherencia, exigiría un calendario para convocar el referéndum ilegal y, entretanto, la renuncia expresa a las políticas de gobierno de CiU. Para ambos casos, al PSC que, por su indefinición e incoherencia, igual vale para un roto que para un descosido como viene demostrando en los últimos tiempos. Habrá que estar atentos a las piruetas de Mas para salir del atolladero en que se ha metido y ha metido a CiU.
De momento en su tardía y dramática comparecencia en televisión tras el resultado de las urnas, emplaza a todos a la responsabilidad para que se hagan corresponsables de su irresponsabilidad. Que Mas vaya a menos, no quiere decir que haya perdido su habilidad para la puesta en escena a la hora de vender humo. Sabe perfectamente que en política es todo posible. Sobre todo, si los que tiene enfrente son más ingenuos e irresponsables que él. Es el último cartucho para recuperar a un Mas venido a más.
                                    Fdo. Jorge Cremades Sena 

jueves, 22 de noviembre de 2012

BOCHORNOSO ESPECTÁCULO


            Como era de esperar las elecciones catalanas están ofreciendo un bochornoso espectáculo dentro y fuera de España. No se podía esperar otra cosa de unas elecciones innecesarias, convocadas a mitad de legislatura, con el objetivo de plantear como problema, a resolver por vía de urgencia, un asunto, el independentismo, que, entre todos los que tiene Cataluña sin resolver, es, en todo caso, el que más puede esperar y el de más compleja e incierta solución. Ante un paro insostenible, una calificación económica de bono basura, una deuda descomunal, una incapacidad para afrontar el gasto corriente y otras tantas variables igual de desalentadoras, es bochornoso que el gobierno catalán nacionalista de derechas, presidido por Artur Mas, sin motivo aparente, salvo su incapacidad para afrontar esta situación crítica, someta a los catalanes a tamaña irresponsabilidad. Es bochornoso que el caprichoso proyecto populista de Mas se anteponga a los problemas reales de los ciudadanos, al extremo de hacerlos desaparecer del debate político electoral y presentar de forma virtual una Cataluña libre de la crisis que padece España y el resto de Europa, para que nadie les diga a los electores qué va a pasar el día después de las elecciones, cuando esta Cataluña virtual se convierta de nuevo en la Cataluña real, probablemente –según las encuestas- con el mismo gobierno nacionalista de derechas, ahora independentista, que les sometía al derroche identitario y a la penuria económico-social.
            Es bochornoso que, con la que está cayendo, la innegable inteligencia política de Artur Mas para cambiar el terreno del debate electoral, convirtiendo la campaña en un plebiscito independentista para beneficio personal, haya sido capaz de incapacitar a los demás partidos políticos para desenmascararle ante la sociedad catalana. Le ha bastado liquidar el nacionalismo de CiU, transmutándola al independentismo frívolamente, para que, ni los partidos independentistas de toda la vida ni los constitucionalistas, ahogados en internas luchas personales y en incoherencias ideológicas, sean capaces de protagonizar unos comicios, por primera vez sin nacionalistas con los que tan cómodos se sentían unos y otros en elecciones precedentes. Todos, en mayor o menor medida, son reos ahora del coqueteo con el nacionalismo egoísta cuando les ha convenido. La difuminación progresiva de las clásicas variables ideológicas, izquierda-derecha y constitucionalismo-independentismo, pone ahora en evidencia que quienes juegan con fuego, al final, suelen quemarse. Desaparecido el falso nacionalismo-constitucionalista de la escena política, todo su legado anti-españolista –acumulado durante años con la colaboración de casi todos los demás- inclina la balanza a favor de un callejón de difícil salida democrática. Es el destino final de un itinerario que comienza con el trueque de los gobiernos centrales -tanto del PSOE como del PP- con CiU para garantizarse la mayoría parlamentaria cuando lo han necesitado, que se consolida con el funesto gobierno catalán tripartito entre PSC-PSOE, ERC e ICV y que culmina con el apoyo del PP al último gobierno de Artur Mas. En todo este tiempo, la permisividad, cuando no la colaboración, con declaraciones y actuaciones inconstitucionales, que culminan con el último Estatuto de Autonomía, han propiciado este ambiente de rechazo a lo español y de adhesión a lo catalán, con la paradoja de que cualquier crítica a actuaciones antidemocráticas del gobierno catalán te convierte en un asqueroso españolista dictador enemigo de Cataluña, mientras que cualquier elogio a dichas actuaciones totalitarias te convierten en un defensor de la catalanidad y paladín de la democracia.
            Ahora de poco vale que desde la UE, desde el gobierno popular de Rajoy o desde la oposición socialista de Rubalcaba se diga que el proyecto de Mas no encaja en las estructuras democráticas y lleva a Cataluña, en el mejor de los casos, al aislamiento. Si García-Margallo mantiene que supondría “un golpe de Estado en términos jurídicos”, Mas se inventa el fenómeno político de “un golpe de Estado democrático”, si se le impide llevarlo adelante. Si se publican supuestas corrupciones de CiU o del mismísimo Mas, responde que es un ataque a Cataluña. Si Marcelino Iglesias manifiesta los horrores del hipernacionalismo en el pasado, Mas ni siquiera necesita contestarle, sus compañeros del PSC ya se encargan de que matice sus palabras. Cualquier crítica, cualquier acusación sobre su forma de proceder se convierte en un acoso a Cataluña, cuyos gobernantes sí pueden insultar al resto de España y sus instituciones sin que ello suponga ataque alguno. Todo juega a favor de esa nueva Cataluña, una, grande y libre, que, pase lo que pase, ha creado Mas, con la ayuda de todos, a su imagen y semejanza. Una Cataluña en la que a Mas, al igual que a Luis XIV de Francia, bien se le podría atribuir la famosa frase “El Estado soy yo”, aunque, lo cierto es que el “Rey Sol”, poco antes de morir, dijo “Me marcho, pero el Estado siempre permanecerá”. Esperemos que el señor Mas, al que deseo una larga vida, no tarde tanto tiempo en reconocer que los estados están por encima de las personas. Y los catalanes, también.
                                    Fdo. Jorge Cremades Sena 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

NI TRIBUNALES, NI CONSTITUCIONES


¿Qué pensarían ustedes si un gobernante, les dice públicamente que ni los tribunales, ni las constituciones pararán su proyecto político? ¿Qué, si además añade que dicho proyecto va mucho más allá de cualquier formación política y de cualquier persona? ¿Qué, si finaliza diciendo que su partido político es el instrumento a favor del mismo? Sin poner nombre ni rostro al personaje, seguramente pensarían que se trata de un visionario, que, en posesión de la verdad absoluta y por encima de la justicia y la ley, está dispuesto a utilizar cualquier medio para conseguir su mesiánico fin, justificado por los infinitos beneficios que aportará a sus gobernados. Pero ¿qué harían si semejantes argumentos totalitarios los esgrimiera en campaña electoral alegando que un proyecto de tal magnitud sólo se puede encabezar con un fuerte liderazgo y para ello necesita votos prestados que le otorguen una mayoría excepcional? Aun conociendo su mágico proyecto, aun coincidiendo con él, seguramente tendrían muy claro, como mínimo, a quien no deben votar. Teniendo en cuenta que el mismísimo Hitler fue más cauto a la hora de anunciar su apocalíptico proyecto y sus métodos para implantarlo antes de ganar las elecciones de 1934 e instalado ya en el poder como canciller, sería imposible que cualquier demócrata confiara en alguien que previamente le anuncia que la justicia y la legalidad han de subordinarse a una causa que está por encima de las personas, las ideologías –salvo la suya- y los partidos políticos.
Pero, si además de todo lo anterior, que podría ser fruto de un mal momento, analizaran su trayectoria política, en la que desde su ideología liberal-nacionalista, hubiese obtenido un gobierno autonómico venciendo en buena lid democrática por mayoría simple en unas elecciones ajustadas a la legalidad constitucional y con un proyecto acorde a la misma, pero, desde entonces, gobernase desacatando la legalidad que le ampara en los asuntos que le interesa, haciendo caso omiso de las sentencias judiciales competentes, considerando ajeno y hostil al Estado del que forma parte su territorio y culpándolo de su mala situación para ocultar su desastrosa gestión, probablemente, su desconfianza se tornaría en preocupación bien fundamentada. Si además se hubiese atrevido a exigir al gobierno central del Estado un tratamiento fiscal insolidario más favorable que para el resto de territorios que lo conforman sabiendo que está fuera de la legalidad vigente, y, ante la obviedad de no conseguirlo, hubiese osado advertir al presidente del gobierno que se atenga a las consecuencias, para, acto seguido, disolver el legislativo autonómico a mitad de mandato, convocar nuevas elecciones y presentarse como líder del proyecto independentista de otros partidos minoritarios rivales, derrotados por él en los últimos comicios, para conseguir parte de sus votos que, sumados al voto nacionalista sin opción electoral propia por primera vez, le otorguen esa mayoría excepcional para poder implantarlo al margen de las leyes y de los tribunales…¿qué conclusión sacarían?
Pues bien, es lo declarado y actuado, hasta la fecha, por Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña y líder de CiU, federación de nacionalistas liberales y democristianos catalanes, protagonista junto al resto de partidos de ámbito estatal en la configuración actual del Estado Español, que además ha gobernado Cataluña en casi todo el periodo democrático y ha sostenido gobiernos estatales, tanto socialistas como populares, cuando éstos no han obtenido mayorías absolutas en las Cortes Generales. Innegable pues la alta responsabilidad de CiU en la actual estructura gubernamental de la España democrática, así como en su gobernabilidad. Pero Mas descubre ahora que “entre Cataluña y España se ha producido un sentimiento de fatiga mutua” así como que “la España del norte se ha cansado de la España del sur, y la Europa del norte también se ha cansado de la Europa del sur” y, animando a que los catalanes asuman tan sólidos argumentos, decide liderar un proyecto trascendental consistente en independizar un territorio, que voluntariamente forma parte de España desde hace cinco siglos y jamás fue independiente a lo largo de toda su historia anterior, justo cuando goza de una autonomía política, administrativa y cultural, que incluso muchos estados federales quisieran para sí mismos. En su delirio de converso no tiene reparo alguno en derramar demagogia a raudales para desfigurar el pasado de Cataluña, evadir sus propias responsabilidades en su situación presente y diseñar su futuro como un paraíso prometido. España y Europa, no sabemos si toda o sólo la del norte o la del sur, modificarán su legalidad democrática para albergar este nuevo estado que, situado al norte de España y al sur de Europa, podrá incluso decidir su orientación geográfica según le convenga para que ni quepa la posibilidad de que finalmente sea toda España, incluida Cataluña, y toda Europa quienes acaben cansándose del señor Mas. Si esa Europa del norte se ha cansado de la del sur, menos de Cataluña, ¿por qué iba a cansarse de ella cuando sea independiente? Entonces, ya sería norte. Ya ven, es así de sencillo.
                                    Fdo. Jorge Cremades Sena

jueves, 15 de noviembre de 2012

SIEMPRE CON RETRASO


            Un buen gobernante, un buen político, debe resolver no sólo los problemas de la ciudadanía, sino también prever los que, según los indicios, puedan sobrevenir en el futuro, adoptando todas las medidas preventivas a su alcance para que, en caso de no poder evitarlos, sus efectos causen el menor daño posible. En España sucede todo lo contrario. Nuestros gobernantes, en ambos supuestos, siempre llegan con retraso. Como resultado, los problemas se acumulan y las soluciones no llegan o llegan tarde y mal. Tarde, porque lo hacen cuando los daños, siendo evitables, ya son irreparables y han causado alarma social. Mal, porque, en tales circunstancias, las medidas se suelen tomar precipitadamente, ante la urgencia de calmar la conmoción social, sin la reflexión necesaria para dar respuesta eficaz a idénticos problemas en el futuro. 
            Han tenido que morir cuatro jóvenes, aplastadas por una avalancha humana en una macrofiesta de Halloween celebrada en el Madrid Arena, para que en concentraciones de jóvenes posteriores se estén tomando amplias medidas de seguridad, incluso abusivas según algunos. Han tenido que suicidarse dos personas deshauciadas para que el PP y el PSOE intenten por fin un acuerdo sobre la necesidad urgente de tomar medidas para que semejante drama social, más bien tragedia, no siga repitiéndose ni un día más. Y así podríamos citar múltiples casos sobre distintas problemáticas que, a todas luces, necesitan la intervención de la administración, requerida muchas veces por la ciudadanía, pero que sólo se produce cuando llega la tragedia, cuando sólo queda el lamento. “Se veía venir”, es la frase recurrente. Pero, si se veía venir, ¿quién es el responsable de no haber puesto los medios para evitarlo? Ahora ya no basta con ponerlos, además hay que asumir las responsabilidades políticas, penales y administrativas que correspondan por no haberlos puesto a su debido tiempo.
            Siempre con retraso a la hora de aplicar la normativa establecida, como en el primer caso, y a la de adecuar a las circunstancias actuales una legislación obsoleta, como en el segundo. Dos vicios congénitos en el proceder de nuestros gobernantes, negligencia e imprevisión, que invalidan doblemente su nefasta gestión. O se carece de leyes y normas eficaces ante los problemas de la gente o se aplican mal las existentes. Lo acaecido en el Madrid Arena se hubiese evitado simplemente supervisando la aplicación rigurosa de la normativa de seguridad establecida para ese tipo de eventos; lo acaecido por los deshaucios, simplemente derogando una ley arcaica y sustituyéndola por otra que responda a las necesidades reales de la sociedad actual que nada tiene que ver con la que en su día la motivó.
            Ahora, aunque tengamos que resignarnos al “más vale tarde que nunca”, hemos de tener claro que, al margen de las responsabilidades de cada uno, los verdaderos culpables de tanto dolor ni son los jóvenes que pretenden divertirse, ni las empresas que organizan eventos de ocio, ni los prestatarios que no pueden afrontar el pago de su hipoteca, ni los bancos que quieren cobrar los préstamos concedidos. Los verdaderos culpables, los primeros responsables por acción u omisión, son quienes, pudiendo evitarlo, permiten un marco de riesgo o de abuso, que rebasa lo razonable, en el ejercicio de los derechos ciudadanos sin ponderar que unos derechos han de prevalecer siempre sobre otros en caso de colisión entre ellos. La negligencia administrativa, en el caso Madrid Arena, no debe quedar impune, al margen de la responsabilidad concreta del promotor por no atenerse a la normativa vigente y sobrepasar su legítimo derecho a obtener el razonable beneficio, poniendo en riesgo para incrementarlo la vida de quienes ejercer su derecho a divertirse. Con la imprevisión legislativa y gubernamental, en el tema de los deshaucios, sucede lo propio al permitir que miles y miles de personas soporten una legislación abusiva del derecho bancario a obtener beneficios con sus préstamos privándoles de su derecho a una vivienda al no poder afrontar las cuotas hipotecarias por circunstancias sobrevenidas, al extremo de que, aún entregando la vivienda, quedan como deudores con el banco para toda la vida.
            Pero, dicho lo anterior, lo inadmisible ahora es que, aprovechando la conmoción social, se actúe precipitadamente para que, como siempre, en el río revuelto ganen los pescadores. No es lo mismo solucionar el problema de quienes se endeudaron para comprar su vivienda, confiando en las facilidades del momento, que de quienes lo hicieron conscientemente, con mayores facilidades aún, para especular y enriquecerse, aunque ahora, con sus fortunas a buen recaudo, figuren como insolventes y pretendan acogerse a las obligadas soluciones que se establezcan para los primeros. Sabemos que, al final, los de siempre, siempre salen ganando y que es el pueblo quien, a la postre, paga la factura. Sólo faltaría que, una vez más, en ella, además del menú del día, se incluyan menús a la carta, con café, copa y puro.
                                    Fdo. Jorge Cremades Sena 

sábado, 10 de noviembre de 2012

ESTADO DE DERECHO, DEMOCRACIA Y LIBERTAD


            Aunque parezca banal, el perverso derrotero de demasiados acontecimientos indeseables que suceden en España, hace necesario que, al menos de vez en cuando, recordemos qué es un Estado de Derecho y cómo se ejerce la democracia y la libertad en el mismo, tal como lo entienden todos los ciudadanos en los distintos países libres y democráticos del mundo. En España, por lo visto, no lo tenemos tan claro y, por ello, vale la pena reflexionar al respecto en beneficio de todos.
            El Estado de Derecho, ya desde su acepción formal, está sometido al principio de legalidad, pero en su acepción real, como es el caso, requiere además que cualquier poder esté limitado por la ley, condicionando no sólo sus formas sino sus contenidos. Por tanto, además del principio de legalidad, que incluso estados autoritarios pueden asumir, requiere como mínimo la obligatoriedad del Derecho respecto al Estado, la supremacía de la Constitución y la responsabilidad del Estado frente a sus ciudadanos. En el Estado Constitucional de Derecho, como es el caso, el principio de legalidad, consustancial a todo Estado de Derecho, no sólo obliga a la administración y la jurisprudencia, sino también al legislador ordinario que ha de respetar la Constitución, garante de los derechos fundamentales y del modelo institucional estatal. Por ello, en cualquier país democrático y civilizado, regido por el Estado de Derecho, sus ciudadanos y especialmente sus gobernantes entienden que el primer requisito de una convivencia en paz y libertad es la lealtad constitucional, es decir, la obligación de fidelidad a las reglas de juego establecidas, recogidas en su Constitución, y el acatamiento a la legalidad vigente que emana de las mismas. Sin entrar en más detalles técnicos –ni el espacio lo permite, ni el objetivo de pedagogía política lo requiere- en cualquier Estado de Derecho Democrático sus autoridades se rigen, permanecen y se someten al derecho legítimo vigente, actuando todos ellos conforme al ordenamiento territorial, institucional y competencial establecido. Es la diferencia sustancial con estados autoritarios, dictatoriales o totalitarios de cualquier signo ideológico.
            Es precisamente el respeto y acatamiento a las reglas de juego establecidas en la Constitución lo que asegura una convivencia pacífica, democrática y libre, evitando que se convierta en violenta, anárquica y libertina, antesala para facilitar la instauración de regímenes totalitarios. Por ello la Constitución, además de garantizar los derechos y libertades de los ciudadanos, además de legitimar los distintos poderes del Estado y la autoridad de los cargos que la ejercen, además de marcar el territorio y la organización político-administrativa estatal, así como otros muchos aspectos no menos importantes, es a la vez el corsé necesario que marca las líneas rojas que jamás han de rebasarse. Es el límite indispensable para posibilitar el ejercicio práctico de la libertad y la democracia a una sociedad, así como la garantía de una convivencia pacífica y segura. Es la concreción necesaria para llenar de contenido ambos conceptos, pues en su acepción teórica, libertad y democracia, no son más que conceptos abstractos que, en todo caso, jamás pueden significar que cada cual haga lo que le venga en gana o que un grupo decida hacerlo a su antojo simplemente porque una mayoría del mismo así lo quiere a su libre albedrío. Por eso es incuestionable que cada una de las instancias estatales, cada autoridad legítima que la represente, se someta en todo momento al cumplimiento escrupuloso de la ley, actuando conforme a las competencias que ésta le haya encomendado. De no hacerlo, queda ineludiblemente deslegitimado para seguir ejerciendo su autoridad, obtenida gracias a la legalidad que ahora pretende desacatar aunque sea para conseguir loables y legítimos objetivos. Cualquier reivindicación tiene cabida dentro de la legalidad, incluida la reforma de la propia Constitución si para ello fuese necesario, pero siempre respetando los requisitos establecidos al respecto. Lo contrario supone situarse en la senda del totalitarismo.
            Cuando, para conseguir su proyecto político, un gobernante democrático actúa contra la legalidad que legitima su propia autoridad, invade competencias que la soberanía popular no le ha confiado, desafía al entramado institucional establecido y al resto de autoridades del estado, enfrenta interterritorialmente a los ciudadanos y alienta a sus seguidores a desafiar insolidariamente al bien general, culpando a los demás de todas las dificultades y considerándoles como una rémora para salir de las mismas, se convierte en el peor enemigo de la democracia, la paz y la libertad. Un visionario peligroso que, prevaliéndose del estatus conseguido democráticamente, sólo entiende la democracia como método para conseguir el poder personal suficiente para imponer su ideología liberticida. Un dictador en potencia que no tendrá reparos en acusar como tal al Estado de Derecho del que forma parte si éste le aplica las sanciones que establece la Constitución para evitar precisamente su demolición. ¿Sucede algo de esto en España? Analícenlo ustedes.
                                    Fdo. Jorge Cremades Sena