martes, 27 de septiembre de 2016

DOBLE DEBACLE



                        Ya no sé qué más tiene que pasar para que los militantes del PSOE, especialmente los militantes sensatos y con experiencia gubernamental, apuesten decididamente por una revolución o cambio radical en el partido que simplemente consiste en recuperar sus señas originales de identidad, perdidas en estos últimos años de caótico liderazgo socialista y ausencia de propuestas razonables, razonadas y creíbles, que tanto agradaron a la ciudadanía en tiempos pretéritos. Hoy, perdidas dichas señas de identidad, el PSOE es una formación política irreconocible incluso para socialistas históricos de toda la vida que quedan estupefactos ante lo que acontece en el partido, viendo como pierde cada vez más apoyos ciudadanos y como empeora progresivamente en cada contienda electoral (ya sea local, autonómica o general) los peores resultados de toda su historia obtenidos en la contienda anterior, sin que sus dirigentes actuales asuman responsabilidades políticas por semejante reiterado fracaso desde que Rubalcaba, ya en caída libre tras la pésima gestión de Zapatero, sí lo hiciera con unos malos resultados que, comparados con los que obtiene Sánchez, eran óptimos. El último de estos fracasos estrepitosos del PSOE de Sánchez es la doble debacle sufrida el pasado 25-S, tanto en Galicia (pierde cuatro escaños y la segunda plaza por el sorpasso de En Marea, la peculiar marca gallega de Unidos Podemos) como en País Vasco (pierde siete escaños, sufre el sorpasso de Podemos y queda en penúltimo lugar empatado en escaños con el PP), siendo el partido que más apoyos pierde entre todos los que se presentaban en sendos comicios. ¿Y qué respuesta da Sánchez y su Ejecutiva ante tan caóticos resultados que en tiempos pasados hubieran supuesto la dimisión inmediata de la cúpula dirigente y el nombramiento de una Gestora neutral para preparar la convocatoria de un Congreso? Pues todo lo contrario: el actual líder socialista no sólo se olvida del verbo dimitir, sino que además reta a quienes tímidamente critican su nefasta gestión anunciando desafiante la celebración de primarias y la convocatoria de un Congreso, preparado por él y los suyos, en el que obviamente se postula para seguir dirigiendo el partido ante una militancia previamente aleccionada a favor de un frentismo asambleario radical de izquierdas más acorde con el populismo podemita, que tanto daño está causando al PSOE, que con las tradicionales dosis de moderación y responsabilidad política esenciales en la ideología socialdemócrata progresista.
            Quienes venimos advirtiendo públicamente del peligro de esta caótica deriva de indefinición calculada e irresponsabilidad manifiesta en temas cruciales para el futuro de España y su gobernanza, estamos estupefactos no sólo ya ante la relegación de intereses generales frente a los partidistas que hace el PSOE de Sánchez, sino especialmente ante la relegación incluso de éstos frente a sus propios intereses personales, que perjudican a todos los españoles y hunden al partido que progresivamente se aleja como alternativa gubernamental razonable, mientras favorece a otras opciones poco fiables en Europa a las que, en vez de combatir, como hacen las socialdemocracias europeas, considera sus aliados naturales, bajo el epígrafe genérico de bloque de izquierdas. Es la diabólica estrategia de Sánchez desde que, para camuflar su estrepitoso fracaso en las últimas elecciones locales y autonómicas, decidiera pactar con el diablo antes de reconocer su  derrota electoral y el éxito del PP (no absoluto obviamente), dejándole gobernar para ejercer una oposición constructiva y prefiriendo arrebatarle gobiernos locales y autonómicos para dárselos a populistas, radicales e independentistas, o para que los gobiernen los socialistas con su envenenado apoyo y pretendiendo hacer lo propio a nivel nacional, tras las derrotas del 20-D y el 26-J, para desalojar al PP del gobierno a pesar de ser el claro triunfador en las elecciones, bajo el pretexto de un “gobierno alternativo”, nuevo epígrafe que incluye a partidos nacionalistas e independentistas de derechas para hacerlo aritméticamente posible. Estrategia diabólica que, como ven, supone una sangría de votos socialistas sin precedentes, pero que, de momento, salva a Sánchez al frente del PSOE, arropado por dirigentes socialistas histéricos, que no históricos, como Iceta, experto en perder elecciones como Sánchez, a quien, como un poseso incontrolado, grita públicamente: “Pedro, ¡mantente firme!, ¡líbranos de Rajoy y del PP!, ¡por Dios!”, mientras apoya gobiernos locales independentistas no sólo de ERC y compañía sino incluso de la CUP.
            Fomentando el desprecio en la militancia hacia los dirigentes históricos, avalados de sobra por sus hechos, y el aplauso hacia dirigentes histéricos e histriónicos, instalados en la España negra irreal diseñada por los populistas es muy difícil para el PSOE salir del agujero. Y, como era de esperar, a Sánchez le sale un valedor frente a los barones críticos: Unidos Podemos rompe el pacto de gobierno con Page en Castilla La Mancha y amenaza a Vara en Extremadura y a Lambán en Aragón…. Para los intereses de Iglesias, Iceta y compañía, son más favorables y, por supuesto, más perjudiciales para el PSOE.
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

viernes, 2 de septiembre de 2016

FRUSTRACIÓN



                        Ya no sé si es mejor o peor que debates políticos, como el que acaba de finalizar sobre la investidura, no sean seguidos en directo por muchas personas que, a lo sumo, más bien se quedan luego con las versiones, siempre subjetivas, que emiten posteriormente los medios de comunicación, en especial los televisivos o radiofónicos, adobados debidamente por analistas y tertulianos, conocidos ya por la audiencia por sus sobradas mochilas de parcialidad partidaria. Y no lo sé porque quien haya tenido la paciencia de seguir en directo la larga sesión de investidura de principio a fin, desde el discurso del candidato hasta el inicio de la votación, inevitablemente ha debido de tener un sentimiento de frustración, como me sucede a mí, salvo que, poniendo sus intereses militantes o de alineamiento ideológico, se haya conformado con el mayor o menor acierto puntual de la intervención de su respectivo líder político preferido que, en términos generales, tampoco han sido como para tirar cohetes de alegría. Y ya no me refiero a la inevitable frustración porque por segunda vez consecutiva nuestros parlamentarios hayan hecho gala de su incapacidad supina para investir a un Presidente de Gobierno, que también, sino además porque, visto lo visto, vista la altura de miras de los mismos y vista la consistencia de sus argumentos, me temo que esto no tiene arreglo y que, si los españoles no tomamos la decisión de dar un claro vuelco electoral en el sentido que sea en las cada vez más probables elecciones navideñas, tampoco lo tendrá después de las mismas. Un Parlamento atomizado, como el nuestro, sólo es eficaz y útil si los respectivos grupos parlamentarios, si sus líderes, son capaces de dialogar, de buscar acuerdos, de negociar, de ceder proporcionalmente a su resultado electoral en sus postulados programáticos, de consensuar propuestas que mejoren la situación actual, en definitiva, de buscar solución a los problemas en vez de convertirse en un problema para las soluciones como se ha puesto en evidencia en este debate de investidura. Y, a la vista está, hoy son el problema para resolver la solución de la gobernabilidad de España, uno de los asuntos esenciales en cualquier Estado.
            En efecto, salvo el discurso inicial del candidato Rajoy, centrando el objetivo de la sesión parlamentaria, exponiendo las razones que le avalaban para presentar su candidatura y ofertando su pacto programático con CC y Ciudadanos, que recogía buena parte de lo acordado por Sánchez y Rivera de cara a la fallida investidura anterior del socialista, nada más iniciarse el debate con la intervención de Sánchez, ácida y genérica en contraste con la de Rajoy en su discurso, el debate se transmutó en una especie de ajuste de cuentas sobre la gestión gubernamental pasada, cuando de lo que se trataba era de consensuar un plan de gobernabilidad futuro para beneficio de la mayoría de los españoles. Y ahí se finiquitó el debate de investidura. La contundente respuesta de Rajoy a Sánchez, no eludiendo el cara a cara que le imponía el socialista, y el rechazo inmisericorde de éste a cualquier acuerdo o diálogo con el candidato popular (ya lo había considerado como “prescindible”, como si el diálogo no fuera esencial en democracia y, por tanto, imprescindible), para dejarle gobernar, sin ofertar alternativa alguna, aclaraba el predecible recorrido del resto de intervinientes, pues, salvo la intervención de la portavoz de CC y del portavoz de Ciudadanos (por cierto, la de Rivera como la más acertada, razonada, responsable y ajustada al motivo de lo que se debatía), que apoyaban la investidura, todos los demás (Unidos Podemos, ERC, PNV, Bildu y el Grupo Mixto, incluido CDC), como se preveía, hicieron gala de sus demagógicos planteamientos genéricos, incluso antidemocráticos, que sólo sirvieron para el lucimiento del candidato Rajoy en sus ingeniosas e irónicas respuestas, demostrando estar a años luz de tan impresentables contendientes.
            Frustración preocupante, pues, con semejantes mimbres, es imposible hacer el cesto de la gobernabilidad, por lo que, o se emprende el reto de una reforma electoral, como en otros países de nuestro entorno, tendente a una mayor garantía de conformar mayorías parlamentarias o se cambian radicalmente los irresponsables liderazgos políticos de nuestros partidos. Me temo que lo primero es más fácil que lo segundo, pues cambiar los liderazgos correspondería a los militantes de cada partido, cuyas élites se encargan de perpetuarse internamente para mantener sus privilegios particulares sin importarles que se hunda el propio partido, y, menos aún, el interés general de los españoles. Sin embargo lo primero sólo depende de que otros partidos se sumen a la propuesta de reforma electoral incluida, como tantas otras, en el rechazado pacto de investidura, para consensuar una reforma electoral más garante de la gobernabilidad de España, salvo que nos guste más seguir convocando elecciones hasta que alguien consiga la mayoría absoluta. Así, ya ven, no podemos seguir.        
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena