La
crisis económica, social y política, el independentismo, la corrupción
sistémica, el descrédito institucional y, para colmo, el conflicto con
Inglaterra por Gibraltar evidencian una España acomplejada, incapaz de afrontar
el futuro con la cara bien alta para abordar firmemente tamañas dificultades.
Es el resultado de un proceso democrático basado en la ley del péndulo, no
precisamente para resolver los problemas con mesura, sino para superar su mala
conciencia histórica reciente, generando una serie de tópicos sobre lo
“políticamente correcto” que dificulta la gobernanza y pone en riesgo la
convivencia en paz y libertad. Pero este ejercicio masoquista de auto
flagelación como españoles (no como vascos, catalanes, andaluces…) para redimir
errores y barbaridades pasadas, encasillándonos como estereotipos de aquel
pasado nefasto, carece de sentido tras treinta y cinco años intentando convivir
de forma civilizada. Para ganar el futuro, siempre complejo, hay que hacer una
travesía no exenta de grandes dificultades, que requiere el concurso no sólo de
todos los españoles, sino también de los europeos que han decidido navegar en
el mismo barco. Estar en la proa, en la popa o caerse por la borda, es cuestión
de decisión política, de hacer bien las cosas sin añadir dificultades innecesarias
y de corregir errores pasados para que no vuelvan a repetirse. Para ello se
necesita una España sin complejos, con gobernantes que, por encima de tópicos y
estereotipos, sean honestos y valientes en la toma de decisiones adecuadas para
resolver los problemas generales, sin que les tiemble la mano al aplicar
contundentemente todas las medidas legales a quienes, incluso desde las
instituciones, prostituyen la legalidad establecida para su propio beneficio.
La firmeza no está reñida con la democracia, sino todo lo contrario. Así actúan
los gobiernos sin complejos de los países de nuestro entorno, sean de derechas,
izquierdas o extraterrestres, convencidos de que el primer requisito para que
una actuación sea “políticamente correcta” es que, al margen de su error o
acierto, se ajuste a la legalidad democráticamente establecida, principio
básico para que el sistema funcione. Aquí sucede todo lo contrario.
De entre
todos nuestros socios y países homologables políticamente con nuestro sistema,
sólo en España se utiliza como arma política arrojadiza -con connotaciones
históricas peyorativas para generar una mala conciencia- el concepto político
de “izquierda y derecha”, como paradigmáticos respectivamente de cada uno de
los dos últimos modelos políticos, la República y el Franquismo, cuando, ni
siquiera lo hace Alemania con el Nazismo. Un tremendo error o mala fe original
que genera en la opinión pública errores de bulto y, en algunos políticos,
complejos indeseables. Si un modelo democrático, la República, y otro
dictatorial, el Franquismo, se asocian en la actualidad como consustanciales
respectivamente con la izquierda y con la derecha, no sólo genera en la opinión
pública el lógico repudio al modelo dictatorial y el apoyo al democrático (por
más errores o aciertos que cometiera cada uno de ellos), sino también a todos y
cada uno de sus aspectos que “per se” debieran estar exentos de connotaciones
ideológicas, como, por ejemplo el centralismo, el orden, la disciplina, el
patriotismo, el respeto a la ley, a las instituciones y sus competencias, a sus
autoridades, a los símbolos del estado, etc, que, siendo rechazables en
dictadura por su ilegitimidad, son más que aceptables y algunos incluso
imprescindibles en democracia. Rechazarlos sólo porque formaron parte del
franquismo y tildar hoy de fascistas o franquistas a quienes en democracia los
defienden es una felonía al propio sistema democrático, que sólo se práctica en
España, con el consecuente deterioro político e institucional. Gobernar
acomplejadamente por temor al impacto electoral negativo que la felonía, en uno
u otro sentido, pueda provocar es intolerable.
Sólo
desde una España sin complejos, con gobernantes sin complejos, capaces de
diferenciar los proyectos políticos programáticos de los asuntos de estado, se podrá
conseguir la normalidad democrática, adecuando lo “políticamente correcto” al
sentido común y no a paranoias del pasado. Considerar “políticamente incorrecto”
el patriotismo español frente al nacionalismo e independentismo regionalista, o
el centralismo frente al autonomismo, porque uno es facha y el otro progre; o
la exigencia de legalidad por parte del gobierno central como agresión represiva,
frente a las ilegalidades de los gobiernos autónomos como expresión de
libertad…. y tantas otras cuestiones por el estilo, sólo consigue pervertir el
normal desarrollo institucional, cercenar con engaños la libertad real de buena
parte del electorado y poner en grave riesgo la autoridad democrática de los
gobernantes. Si a nivel interno soportamos este deterioro democrático del
Estado, se hace insoportable cuando afronta contenciosos con otros estados. El
mejor ejemplo, Gibraltar, que, como en el franquismo se actuó con la mayor
dureza (cierre de la verja), hoy se quiebra la unanimidad en apoyar el intento
de firmeza del gobierno, al extremo de que algunos comentaristas televisivos
califican los estrictos controles de la verja como un “telón de acero” y otros,
directamente, apoyan a Picardo y sus agresiones e ilegalidades, para regocijo
del gobierno británico, que no tiene que buscar amigos en otros lugares, los
tiene dentro de esta España acomplejada que hemos creado. Insólito en cualquier
otro país civilizado. Más aún si te asiste la legalidad y eres el agredido,
Fdo.
Jorge Cremades Sena