martes, 12 de abril de 2011

CUANDO EL RÍO SUENA. . .

            En plena precampaña de elecciones locales y autonómicas los principales partidos políticos, PSOE y PP, como ya es habitual, han activado al máximo los ventiladores de la basura de la corrupción con la intención de crear un hediondo ambiente para ahogar a su oponente y derribarlo del gobierno correspondiente. En cada municipio, en cada comunidad, según gobierne uno u otro, se intercambian los papeles de acusado o acusador, lo que supone, en definitiva, reconocer que gobernar, en nuestro país, supone una patente de corso para delinquir. Sirva, si no, como paradigma lo que sucede en la Comunidad Valenciana y en Andalucía, al extremo de que, para evitarlo, cualquier ciudadano sensato debiera decidir con su voto desalojar del gobierno al PP valenciano y, cuando toque, hacer lo propio con el PSOE andaluz. El dilema es que, incluso así, no se resolvería el problema de la corrupción ya que, simplemente, se conseguiría un intercambio de papeles en la siguiente legislatura, pues los verdaderos responsables de la situación, las ejecutivas federales del PSOE y del PP, seguirían mirando hacia otro lado sin hacer nada, como hasta ahora, para evitarlo. Con semejante actitud acabar con la corrupción política es una entelequia ya que son precisamente dichas ejecutivas quienes tienen la posibilidad –y la responsabilidad- de hacerlo y no lo hacen, convirtiéndose, por acción u omisión, en cómplices del conflicto. Así, tanto Zapatero como Rajoy, quedan invalidados como garantes de honradez de la gestión gubernamental de sus respectivos partidos, por ejemplo, en Andalucía y en la Comunidad Valenciana, pervirtiendo globalmente la esperanza de credibilidad en un cambio de gobierno en dichas comunidades para garantizar una gestión gubernamental honrada de futuro, salvo que la honradez dependa de un misterio étnico-genético por el que en tierras andaluzas proliferan socialistas corruptos y populares honrados o al revés en tierras valencianas. Desgraciadamente, no es así. ¡Qué lástima que cada uno de ellos tenga que hacer un discurso diferente en cada territorio sin poder esgrimir la bandera de la honestidad en todos ellos! Ya ven, están condenados a un discurso u otro según gobiernen o no en el mismo. Y nosotros, los votantes, a soportar semejante indecencia.
            Como si los ciudadanos fuéramos imbéciles, los populares andaluces, en la oposición, niegan la presunción de inocencia a los socialistas, quienes se amparan en ella para no dimitir, mientras los socialistas valencianos, en la oposición, hacen lo propio con los populares, quienes, aquí, sí apelan a la presunción de inocencia, no sólo para no dimitir sino para repetir como candidatos. ¿Cabe mayor cinismo en unos y otros? Entretanto, ambos, amparados en tan cínicas estrategias, mantienen sus respectivos gobiernos al margen del tufo nauseabundo que sus respectivas gestiones van dejando en el ambiente. Y es que la presunción de inocencia, que sólo debiera tenerse en cuenta en el ámbito judicial, aplicada al ámbito político da mucho juego a la impunidad. Una impunidad avalada no sólo por los militantes, que no exigen honradez a los dirigentes de sus partidos, sino también por una serie de tertulianos –periodistas o no- y medios de comunicación que, según sus intereses particulares, amplifican o minimizan, según les conviene, los casos de corrupción de unos u otros, creando en la opinión pública ciertas dosis de tolerancia o resignación a la corrupción de los propios, frente a la que practican los ajenos. Sólo en este contexto es posible entender, por ejemplo, las listas electorales aprobadas por el PP para la Comunidad Valenciana. ¿Las hubieran aprobado sabiendo que todos, absolutamente todos, exigimos tolerancia cero a la corrupción? Seguro que no, significaría su suicidio político. Si lo hacen es porque, a pesar de todo, tienen la esperanza de ganar las elecciones -¡qué vergüenza para la democracia!- y con su victoria finiquitar el problema. Es la teoría, entre otros, del portavoz Rafael Blasco –extraordinario socialista y perfecto popular- que, haciendo gala del culto a la presunción de inocencia –aunque en Andalucía su partido no lo haga-, manifiesta que, en definitiva, “la última palabra la tienen los ciudadanos, y los ciudadanos juzgarán”, añadiendo que, en todo caso, los socialistas llevan incluso en sus listas a una persona procesada. Se olvida que lo decente en un político, imputado o procesado en un caso de corrupción, es, por higiene democrática, dimitir de su cargo, al margen de que judicialmente se pueda probar o no su culpabilidad y, si no dimite, lo decente en el partido en que milita es cesarlo de inmediato en vez de presentarlo en listas cerradas que impiden incluso que los ciudadanos lo echen. Se olvida de que nadie, en su sano juicio, acusa a una persona impoluta, quien, en todo caso, se libraría de la imputación del correspondiente delito si el juez no apreciara indicios razonables de que ha podido cometerlo o participar en el mismo. Y los gobernantes han de ser impolutos.
“Cuando el río suena, agua lleva” dice la sabiduría popular –la que tiene que votar- y nadie puede negar que los ríos valencianos y andaluces –así como otros muchos arroyos de otros territorios- vienen crecidos de aguas turbias que han de ser depuradas lo antes posible. Si el sistema impide depurar los elementos nocivos habrá que prescindir de dichas aguas y buscar nuevos acuíferos. Es la única solución.
                             Fdo. Jorge Cremades Sena

jueves, 7 de abril de 2011

SUCESIÓN DE ZAPATERO, ESPERANZA O FRUSTRACIÓN

                        Por fin Zapatero ha sido capaz de tomar una decisión acertada aunque, como ya es su costumbre, probablemente a destiempo. No obstante, poner fecha de caducidad a su gobierno personal, aunque sea a plazos, es un alivio para la mayoría de los españoles y, muy especialmente, para los propios socialistas. Para los primeros se atisba el final de un túnel repleto de incoherencias, despropósitos, rectificaciones y desaciertos que han conducido a España a la cola de los países de su entorno, poniendo en grave riesgo el estado del bienestar. Para los segundos se abre la posibilidad de colocar al PSOE en el lugar que históricamente le corresponde, despojándolo de una hojarasca dirigente, frondosa en incompetencias e incapacidades. La noticia, en principio, es buena para todos, pues las causas por las que Zapatero se va -o lo echan- es lo de menos, ya que lo importante es que anuncie que ya no se vuelve a presentar. El zapaterismo, a las pruebas me remito, es la peor experiencia gubernamental de nuestra historia democrática; jamás un presidente de gobierno se convirtió, como ahora, en un lastre para sus propios correligionarios –dejando a su partido en las más bajas cotas de aceptación popular- y para el resto de ciudadanos –dejando España al borde del abismo- y, aunque obviamente Zapatero no es el único culpable de tal desaguisado, sí es su responsable político como secretario general de los socialistas y como jefe del gobierno. La incógnita es si su renuncia pone punto final a la hegemonía del zapaterismo dentro del partido. Fuera, es decir en el gobierno, ya lo dirán en su día los votantes.
            Así las cosas, la renuncia de Zapatero abre un proceso sucesorio que, al margen de la fórmula y la estrategia que utilicen, aportará, según sea el resultado final, una bocanada de aire fresco de esperanza o un estertor seco de frustración para miles y miles de ciudadanos progresistas que, hartos del zapaterismo, manifiestan en las encuestas su más absoluto rechazo a esta peculiar forma de hacer política. Recuperar su confianza en breve espacio de tiempo es la difícil tarea que tiene ahora el PSOE ya que la renuncia de Zapatero no garantiza “per se” la  erradicación del zapaterismo, que puede perpetuarse sin él en la dirección del partido. De momento, los socialistas han elegido el peor de los escenarios posibles para tan ansiado anuncio; con unas elecciones locales a la vuelta de la esquina, con los militantes proclamando a gritos en los mítines a tres presidentes zapateristas –Rubalcaba, Chacón y el propio Zapatero como interino- y con una anunciada elección postelectoral del candidato definitivo a las próximas elecciones generales se presume complicado armarse de la serenidad necesaria por más que algunos lo intenten. La proclamación de facto, aunque ahora no toque hacerlo, de dos candidatos, Rubalcaba y Chacón, ambos protagonistas del zapaterismo imperante en el partido –como miembros de la ejecutiva federal- y en el gobierno –como vicepresidente y ministro del interior el primero y ministra de defensa la segunda- augura, si nadie lo remedia, una buena salud al zapaterismo, convirtiendo la necesaria reflexión ideológica interna de los socialistas en una simple lucha de intereses personales que los futuros votantes pueden llegar a percibir como una “pelea entre policías y soldados” tal como ha manifestado Rodríguez Ibarra con fina ironía. Una lucha entre Rubalcaba y Chacón por hacerse con los despojos de un partido roto en mil pedazos -de lo que ambos son responsables directos junto a Zapatero-, con el riesgo de obtener el peor resultado electoral de toda su historia, sólo puede provocar que el remedio, pretendido con la retirada de Zapatero, sea peor que la enfermedad de mantenerlo en el poder. Las copias siempre son peores que el original.
            Si se trata de erradicar el zapaterismo hegemónico, no es creíble que el proyecto lo dirijan los más activos colaboradores de Zapatero, quienes, incluso públicamente, dicen estar orgullosos de serlo. Sólo una nueva vía, un nuevo líder socialista, crítico con Zapatero, puede aportar la suficiente dosis de credibilidad. Haberlos haylos, falta que tengan la suficiente valentía y honestidad para asumir la responsabilidad de postularse como candidatos a las primarias frente a quienes sólo pretenden que todo siga igual aunque parezca lo contrario. No es el momento de postularse, cierto; pero ya se han encargado otros, desde las bases o las alturas, de postular a estos últimos y ellos, aunque no lo digan públicamente, bien que se dejan querer. Ya juegan con ventaja, al extremo de que, cuando oficialmente se abra el proceso de primarias, invalidarán en la práctica la consolidación de cualquier otro candidato. ¿Estará aquí la clave de la forma y el momento en que Zapatero ha anunciado su futura retirada? Todo es posible.
            Si se trata de maquillar el zapaterismo con la intención de rebañar algunos votos ante las malas expectativas electorales, habría que recordar el pésimo resultado obtenido con las últimas remodelaciones ministeriales, hechas con idéntica intención, que sólo han servido para que algunos mejoren su currículo como detentadores de una cartera ministerial. Los socialistas tienen pues la oportunidad de convertir la sucesión de Zapatero en una esperanza de futuro o en una frustración generalizada, por más que ésta le pueda ser útil a algunos en el plano personal.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena