La
vertiginosa ascensión del fenómeno Podemos, su transformación en partido
político y la proyección positiva que le dan las encuestas, situándolo como
segunda o tercera fuerza política en España (e incluso como primera fuerza), ha
zarandeado de tal forma la tranquila estrategia alternante del bipartidismo
socialista-popular que, hoy por hoy, apenas se habla de otra cosa en las
tertulias políticas, como si el fenómeno fuera exclusivo de España o como si
fuera algo nuevo en la Historia europea. Pero, al no ser exclusivo de un país,
en este caso el nuestro, ni históricamente novedoso, conviene situar el asunto
en sus justos términos para entender la dimensión del problema y, obviamente,
poder afrontarlo. En efecto, aunque no es cuestión de resignarse con el “mal de
muchos, consuelo de tontos”, ni de infravalorar los riesgos que nacionalismos y
populismos (dos caras de la misma moneda totalitaria) pueden acarrear en el
futuro, sino justo de todo lo contrario, lo cierto es que dichos movimientos,
que ya llegaron al mismísimo Parlamento Europeo en los años ochenta para
defender ideas opuestas a la integración y que antes, en los años treinta,
causaron una de las mayores tragedias de la Historia, preocupan hoy por su
ascenso y generalización en toda Europa, convirtiendo el problema en global, no
sólo para la UE sino también para el resto de países europeos, y, por lo tanto,
su tratamiento requiere una respuesta global de las “democracias liberales” u
occidentales, amenazadas conjuntamente. No en vano fueron los populismos nacionalistas
quienes siempre estuvieron en el origen de la mayoría de las guerras
contemporáneas en Europa y sólo una respuesta europea global y conjunta podrá
afrontar con éxito esta nueva amenaza y evitar una nueva escalada bélica antes
o después. O Europa sale solidaria y conjuntamente de la crisis, que no es sólo
económica, pero sí el mejor caldo de cultivo para vender soluciones fáciles
inexistentes para resolver problemas complejos reales, o, por separado, ningún
país se libra de esta amenaza desestabilizadora antidemocrática.
En
todo caso, ni España es la excepción, ni las políticas socialistas o
conservadoras son la causa. Las opciones totalitarias de extrema derecha o
extrema izquierda proliferan con mayor o menor éxito en todos los países
europeos al margen de quienes sean o hayan sido las ideologías democráticas que
los gobiernan o los han gobernado. El radicalismo ideológico extremo que las
inspira, sea de derechas o izquierdas, no busca una alternancia política dentro
del sistema democrático establecido, sino la quiebra del mismo para sustituirlo
por otro de corte autoritario. Así, desde Francia con el partido
ultraderechista FN, primera fuerza política, hasta la tranquila Finlandia con
el éxito del derechista Verdaderos Finlandeses (pasando por los variopintos
Movimiento 5 Estrellas italiano, Alternativa
por Alemania, Demócratas de Suecia, UKIP británico, Jobbik en Hungría, …. y así
sucesivamente), el fenómeno se extiende por doquier y, en algunos lugares, como
en Grecia, con bastante éxito tanto para la opción de extrema derecha (Aurora
Dorada) como de extrema izquierda (Syriza). En el fondo, con argumentos incluso
bien contradictorios, está el rechazo a la UE (tanto si eres país miembro como
si no) y la adhesión el totalitarismo frente a las democracias instituidas que
consideran caducas, intentando derribarlas no con propuestas de solución
viables sino con la negación y descrédito de las clases dirigentes a quienes
responsabilizan, al margen de sus respetivas ideologías, de todos los males
habidos y por haber, muchas veces, no exentos de razón, provocando algo que
pudiera ser positivo como es el despertarlas del letargo que padecen desde hace
tiempo, ante la disyuntiva de renovarse o morir por inanición. Y en este
contexto de la crisis en Europa, no sólo económica, sino también política y
social, en España surge Podemos, al igual que en otros lares, por idénticas
razones, han surgido similares opciones. Por tanto, ningún fenómeno paranormal.
No
obstante, simplificar el fenómeno y reducirlo a una sola causa, por importante
que sea, es un grave error. Que la militancia anti-UE sea una motivación y la
crisis un caldo de cultivo, o que el deterioro del Estado de Bienestar, la soberanía
nacional, la inmigración, el paro…o cualquier otro asunto sirva como banderín
de enganche, no explican “per se” el fenómeno populista y/o nacionalista. Baste
recordar que países como Noruega o Suiza (ajenos a la UE), como Austria (sin
crisis y con pleno empleo), como Reino Unido (fuera de la eurozona) o como
Finlandia (modelo de bienestar) sufren el fenómeno, con los matices que se
quiera, como el resto de países europeos. Más convendría prestar atención, sin
menoscabo de la prioridad política de salir de la crisis y generar empleo, a
otras cuestiones bastante comunes en esta vieja Europa democrática, en la que
los partidos tradicionales, instalados cómodamente en la alternancia, se
preocupan sólo por mantener su situación privilegiada mediante estatutos a su
favor, saqueo de fondos públicos, prebendas a familiares, amigos o afines
ideológicos, incumplimiento de promesas electorales… y otra serie de cosas por
el estilo, que provocan un hartazgo popular generalizado de un sistema más
parecido a una partitocracia que a una democracia representativa. Y en esto,
aunque no sea exclusivamente nuestro, sí que en España nos llevamos la palma,
lo que, en parte, explica el vertiginoso ascenso de Podemos.
Fdo.
Jorge Cremades Sena