Sin
lugar a dudas hoy es un día muy triste para España (incluida Cataluña
obviamente) pues la farsa del 9-N es el más evidente de los síntomas que desde
hace tiempo diagnostican la grave dolencia que sufre la democracia española. Pero,
siendo grave lo anterior, lo es mucho más el hecho de que nadie haga nada por
remediarlo y, muy especialmente, quienes supuestamente tienen el deber de
hacerlo, que ni siquiera se atreven a diagnosticarlo de forma clara y concisa.
Entre otras cuestiones, no procede pues que Rajoy diga que “mientras sea
Presidente nadie romperá la unidad de España”, asunto que, en todo caso, sólo
dependería del conjunto de los españoles y no de él. Lo procedente es que, como
la integridad del territorio español y su hipotética modificación está regulada
democráticamente en la Constitución y en la legalidad vigente que emana de
ella, Rajoy, como Presidente del Gobierno, garantice a todos los españoles,
incluidos los catalanes, que, mientras sea Presidente, nadie lo hará por cauces
distintos a los establecidos democráticamente. Esa es su ineludible obligación,
no sólo de palabra sino de obra. Por tanto, tampoco procede que reste
trascendencia a la votación ilegal de hoy, diciendo que “ni es un referéndum,
ni es una consulta, ni produce efecto alguno” (¡faltaría más!) cuando,
teniéndolo prohibido por el Tribunal Constitucional, Artur Mas se burla y
desafía al Estado de Derecho, incluso con chulería, afirmando “si la Fiscalía
busca un responsable, soy yo”, mientras su socio Junqueras, alardeando del más
siniestro nacionalismo totalitario, remata diciendo que “la independencia no se
negocia, se ejerce”, que es lo que realmente viene sucediendo “de facto” en
Cataluña desde hace tiempo, al desacatar la ley desde la propia Generalitat
incluso cuando, ante la duda planteada, ha sido dictada por sentencias
judiciales de los tribunales competentes democráticamente instituidos.
No
es la independencia, sino la democracia la que no se negocia, se ejerce. El
problema es por tanto que, cuando en un Estado, que disfruta de democracia,
como es el caso, ésta no se ejerce, mientras debiera ejercerse con todo rigor,
ya nada hay que negociar pues al final, se ejerce no sólo el independentismo,
como dice Junqueras, sino el caos, como ratifica la Historia. Un caos que llega
al extremo de que Artur Mas, ante una hipotética aplicación estricta de la
legalidad vigente para impedir ilegales conductas durante la votación, avisa de
que cualquier actuación fuera de lugar sería “un ataque a la democracia”,
siendo él quien está fuera de lugar y quien ataca a la democracia descaradamente,
incluso de forma ilegal, casi desde que, amparándose en la legalidad vigente
que ahora desobedece, fuera investido como President de la Generalitat. Es
paradójico que quien probablemente, como dice UPyD en su querella, delinque
gravemente (prevaricación, desobediencia, usurpación de funciones,
malversación, delito electoral…) se permita incluso el lujo de acusar de
antidemocráticos a quienes intentan, eso sí, tímidamente (ese es el error y de
alguna forma lo que pudiera dar cierta verosimilitud a la acusación que les
hace Mas), que se respete el orden democrático que obviamente pasa por el
respeto y el acatamiento a la ley, como bien sabe el President. Y es paradójico
que Rajoy inste a Mas a “recuperar la cordura” para el día después de la
afrenta al Estado, hiriendo la inteligencia de todos los españoles, incluidos
los catalanes, al calificarla y prácticamente venderla como un “proceso
participativo” popular y espontáneo. Como si fuéramos idiotas. Y, por supuesto,
es lamentable que otros dirigentes políticos crean aún que los gnomos existen.
Me
parece muy bien que la Fiscalía Superior de Cataluña pregunte a la Generalitat
si “ordenó utilizar centros públicos para realizar la consulta”, que pida a
Unipost el origen de los listados usados en el buzoneo de propaganda y que haga
lo que proceda para estudiar si se incumple la Ley. Pero sería lamentable y
peligroso que, al final, todos los demócratas tuviéramos que aceptar pulpo como
animal de compañía. No decenas, sino cientos de testimonios (declaraciones,
actuaciones impropias, mentiras y
agravios, improperios, amenazas…), ponen en evidencia la gravedad de los hechos
y el daño irreparable que se está causando a España, incluida Cataluña. Averiguaciones,
las que procedan; contemplaciones o consideraciones improcedentes, las mínimas.
Ya se han tenido bastantes. No es cuestión de que Mas y su gobierno recupere o
no la cordura; es cuestión de que responda por todas las locuras que ha
cometido y sigue cometiendo hasta la fecha, indignas todas ellas de un
gobernante democrático, cuya obligación principal es respetar y hacer respetar
la legalidad vigente. Mas, como persona e incluso como político, tiene todo el
derecho, ¡faltaría más!, a actuar en pro de que Cataluña pueda convertirse,
aunque nunca lo haya sido, en un Estado independiente, pero como gobernante
está obligado a actuar con honestidad y lealtad al Estado al que representa sin
transgredir su marco jurídico vigente. El Estado, por su parte, no sólo ha de
exigirle la observancia de dicha conducta, sino además las responsabilidades
pertinentes en caso contrario. En eso consiste ejercer la democracia, que en
ningún caso se negocia.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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