Desde
hace un par de meses Ucrania está inmersa en un conflicto que nadie sabe cómo
acabará. Lo que empezó como una serie de protestas callejeras contra el
gobierno ucraniano ha ido empeorando al extremo de que, además de los heridos,
ya son varios muertos los que desgraciadamente tiñen de luto las calles de
Kiev, la capital, corriéndose un serio riesgo de que estalle una guerra civil.
Vinculado desde su
historia moderna al mundo eslavo oriental, el actual territorio de Ucrania,
cuna del más poderoso y grande Estado europeo de hace mil años, el Rus de Kiev,
matriz de tres nacionalidades posteriores (ucraniana, rusa y bielorrusa), sufre
históricamente las tensiones típicas de estar en una encrucijada, entre oriente
y occidente, al extremo de que, tras la decadencia de su máximo esplendor, con
la devastación de la invasión mongola en el XIII, dividido en varios
principados, sufrirá una larga etapa de dominación y dependencia extranjera
(polaca, lituana, otomana, austriaca, rusa, tártara…) para caer, tras la
Primera Guerra Mundial en la órbita soviética como parte de la URSS hasta su disolución
en 1991 y formar parte de la posterior CEI, donde, contra las previsiones,
sufre una alarmante crisis económica, antes de conseguir un cambio de tendencia
como república semipresidencialista, no exenta de comportamientos
gubernamentales corruptos, fraudes electorales y conflictos con Rusia.
En
la actualidad Ucrania está inmersa de nuevo en una encrucijada de difícil
salida. Su estratégica situación entre la UE y Rusia la convierte en presa
propiciatoria del interés de la primera por incrementar su influencia hacia el
este y el interés de la segunda por no perder su hegemónica posición en la zona,
especialmente sobre Ucrania con la que mantiene fuertes lazos económicos. La
fuerte interdependencia energética entre la UE y Rusia, suministradora esencial
del gas natural a la mayor parte de Europa, pasa por la amplia red de
infraestructuras de gaseoductos que atraviesa el territorio ucraniano para
posibilitar su transporte, mientras la UE quiere atraer a su órbita a seis
estados de la extinta Unión Soviética, entre ellos Ucrania, el más importante
de todos desde el punto de vista político y económico. Si añadimos la dualidad
cultural de Ucrania (ucraniana, en la zona occidental; rusa en la oriental y
meridional) el conflicto está servido, entre quienes desean firmar un acuerdo
de asociación comercial con la UE y quienes prefieren consolidar el proyecto de
Putin de una unión aduanera para estrechar aún más los lazos entre territorios
de la antigua URSS. Y precisamente el desencadenante último del conflicto hace
dos meses es el rechazo por parte de las autoridades ucranianas al acuerdo con
la UE cuando estaba todo previsto para su inminente firma.
El
mantenimiento de la relación especial de Ucrania con Rusia aleja las
aspiraciones de los sectores ucranianos proeuropeos de convertir el país en un
estado democrático más de Europa Occidental, miembro de la UE, que goce en
definitiva de las garantías de libertad democrática que todavía no han conseguido
plenamente los que, como la mismísima Rusia, están inmersos en un proceso de
transición a la democracia plena con el consecuente bagaje de respeto a los
derechos humanos. La claudicación de los gobernantes ucranianos ante las
presiones de Putin ha levantado a una buena parte de la población que, como
europeos, no están dispuestos a resignarse a un momentáneo alejamiento de
Europa Occidental, lo que, inevitablemente se traduce en una cierta tensión
entre Rusia y la UE, condenadas a entenderse aunque sólo sea por los intereses
de política energética y comercial. Si, de momento Putin ha ganado la batalla
frente a la UE en esta especie de renovada guerra fría diplomática, palpable en
otros escenarios como Siria, Irán, etc, la decisión final queda en manos de lo
que decida el pueblo ucraniano, cuyos líderes opositores acaban de rechazar
hasta la oferta del presidente Yanucovich para que, cesando el actual gobierno,
formen ellos uno nuevo. Quieren la dimisión del mismísimo presidente y la
convocatoria de elecciones plenamente democráticas para que sea el pueblo quien
decida el futuro.
Por
el bien de la UE y de Rusia, pero muy especialmente de Ucrania, cabe esperar
que el conflicto no acabe en un baño de sangre y, si ha de caer el gobierno,
que lo haga pacíficamente como respuesta al rechazo casi generalizado de los
ucranianos, para que nuevas elecciones decidan el futuro. ¡Ojala que las
víctimas mortales de estos días sirvan como ejemplo del camino que hay que rechazar!
Teniendo en cuenta que más de la mitad de las exportaciones rusas son con la
UE, la peor de las soluciones para todos sería que Ucrania, por culpa de
fuerzas centrífugas hacia la UE y Rusia, acabara en una balcanización
irreversible. Al margen de los legítimos intereses de unos y otros, tanto Rusia
como la UE debieran intentar suavizar el conflicto para favorecer un final
tranquilo y negociado a tres bandas, evitando una tragedia que los ucranianos
no merecen. Han estado durante demasiado tiempo en una eterna encrucijada de
intereses encontrados.
Fdo.
Jorge Cremades Sena