Aún
resuena en nuestros oídos el ya famoso “tic-tac, tic-tac… el tiempo se acaba”
con que Pablo Iglesias, eufórico por el cantado triunfo de su hermano político
Alexis Tsipras en Grecia en enero pasado, advertía al Gobierno de España y a la
“casta” en general. Este triunfo de Syriza en Grecia y el pertinente gobierno
heleno de su líder, Tsipras, suponía para Pablo Iglesias y Podemos, su partido
homólogo que dirige, una especie de acontecimiento histórico, al estilo del
otrora famoso “acontecimiento histórico planetario” de Leire Pajín por la
coincidencia de Obama en la presidencia de EEUU y Zapatero en la UE; es decir,
suponía una especie de fenómeno extraordinario, casi milagroso, que habría de
transformar positivamente no ya a Grecia sino también a la Unión Europea,
pasando obviamente por España. Vaticinaba por tanto que “en Grecia esta noche
ya se escucha tic-tac”, deseaba que ese reloj del cambio político trascendental
“se escuche muy pronto en España también” y, dirigiéndose al pueblo griego,
aseguraba que “Syriza, comienza la esperanza, termina el miedo, podemos,
venceremos”. Por esas fechas de tan buena nueva para Iglesias Grecia, sumida en
una grave crisis política y económica, comenzaba a crecer con grandes dificultades,
como el resto de países golpeados por la crisis, y ante la crítica y criticable
situación griega, Pablo concluía rotundo: “Yo no quiero que conviertan a mi
país en Grecia y por eso les tenemos que ganar”, en referencia a los partidos
gobernantes de la “casta” tanto en Grecia como en España. Ahora, justo siete
meses después de aquel fenómeno planetario, Grecia, rescatada por tercera vez a
petición de Tsipras, ha mutado la grave
crisis en ruina absoluta, pasando del tímido crecimiento a la recesión, tras sufrir
un histórico e insólito “corralito” en Europa, el primero que se produce en una
país europeo, la más grave fuga de capitales y las más altas cotas de desconfianza
financiera. Por tanto, pasado el tiempo, hoy podríamos asumir, con más
fundamento incluso, las palabras de Pablo Iglesias, pues, visto lo visto,
ningún español sensato quiere que conviertan a su país en Grecia y,
precisamente por eso, el populismo tiene que perder.
El
tic-tac de Pablo Iglesias… el tiempo se ha acabado se cumple inexorablemente,
pero, de momento, para su hermano político Tsipras que, tras apalancar el
tercer rescate contra buena parte de su propio partido y contra lo que él mismo
pidió en referéndum al pueblo griego, acaba de presentar su dimisión y propone
la celebración de elecciones anticipadas. La razón, “mi mandato del 25 de enero
ha vencido”; un corto mandato en el que donde dijo digo dice Diego, con la
agravante de que, incapaz de asumir sus responsabilidades como gobernante, se
las transfirió al pueblo en referéndum para, tras conseguir el sí a su
propuesta de rechazo al rescate, aceptar un rescate incluso más duro que el que
rechazaba. Y, para mayor escarnio al pueblo, tras anunciar que se presentará a
la reelección, argumenta que “ahora el pueblo debe pronunciarse; ustedes con su
voto decidirán si negociamos bien o no”, tras constatar la debilidad de su
actual gobierno por la ruptura flagrante de Syriza, su propio partido, ya que
se requiere “un mandato fuerte” para lograr un “Gobierno estable”, obviamente
presidido de nuevo por él. Los griegos, una vez más, tienen la última palabra;
cuestión distinta es si será respetada y tenida en cuenta o no por un
probable nuevo gobierno de un nuevo Tsipras, reforzado a nivel interno en
Syriza e instalado ya en las coordenadas de la “casta”. Nadie le negará su
astuta estrategia, pues la derecha griega está sin líder y la izquierda
moderada desprestigiada. Pocas alternativas le quedan a los griegos.
Si
el mismo Tsipras, descendido de su nube demagógica donde ha quedado buena parte
de Syriza, reconoce que “no conseguimos al resultado que esperábamos, tampoco
nos trataron como esperábamos, pero, dada la situación, conseguimos lo mejor
posible”, un ejercicio de realismo político sin precedentes, el precio de la
irresponsabilidad demagógica lo pagarán sus compañeros disidentes que, sin
lugar a dudas, quedarán relegados en esta nueva futura Syriza, que en nada se
parecerá a la que aupó a Tsipras al poder hace unos meses. Lo que está por ver
es dónde quedará Pablo Iglesias y su tic-tac, tras la trayectoria de su hermano
político Tispras y donde quedará Podemos tras el viraje de su homóloga Syriza
hacia la órbita de la maldita “casta”. Para saberlo, al igual que Syriza,
Podemos tendría que ganar las elecciones generales o, al menos, llegar al poder
en España. ¿Están los españoles en condiciones de sufrir el infierno demagógico
de los griegos? Esa es la cuestión, pues, conocido el caso griego, es obvio que
para semejante viaje no se precisan alforjas, aunque, igual que los griegos,
los españoles tendremos la última palabra.
Fdo.
Jorge Cremades Sena