Es
evidente que cuando las catástrofes se ven venir y nada se hace para evitarlas
sólo se puede esperar de ellas perversos resultados y horroríficas tragedias, que, siendo evitables,
se convierten en intolerables e inadmisibles desde cualquier prisma con el que
se quieran ver o analizar. Es lo que acaba de suceder en aguas del
Mediterráneo, cercanas a Libia, con el naufragio de un pesquero, cargado de
inmigrantes hacinados hasta las trancas, que pretendían llevar a cabo con éxito
la maldita travesía desde el infierno africano al paraíso europeo, quedándose,
como tantos otros anteriormente, a mitad de camino. Es el enésimo naufragio,
aunque el más catastrófico (“950 personas, de ellas 40-50 niños y cerca de 200
mujeres”, según relatan las escasas decenas de supervivientes) de toda una
serie de similares tragedias menores (cuantitativamente hablando, pues
cualitativamente son iguales), pero constantes y progresivas, que están
sembrando de sangre y muerte el viejo Mare Nostrum de los romanos, al extremo
de que su viejo nombre de Mar Mediterráneo, bien pudiera mutarse en Mar Rojo o
Mar Muerto de no ser por la confusión que generaría con los que así se llaman
ya por otro tipo de razones. En definitiva, un mar convertido en siniestro
cementerio, en fosa común para los sin nombre o sin papeles, que huyen del
hambre, de la guerra y de la muerte (que viene a ser lo mismo) a la que les
condenan en sus países de origen; pero a la vez, un mar que no deja de ser por
ello un placentero y paradisiaco lago plagado de cruceros para los que, con
nombre y con papeles, deciden disfrutar de todo el encanto que sus antepasados
crearon en sus orillas. Es el paradójico contraste entre dos mundos, tan
antagónicos y próximos, que, estando condenados a entenderse, viven de espaldas
sin entender que así no hay futuro para ninguno de ellos. Un demoniaco panorama
de perversa inhumanidad que presagia negros augurios, como la negra noche en
que acaeció el naufragio de este último pesquero de la muerte.
Ninguna
razón, ninguna causa, ni ningún orden internacional pueden avalar el
mantenimiento de este reguero de injusticia, de miseria, de vejaciones, de
enfermedad y de muerte… en definitiva, de inhumanidad, lo que pone de relieve
la grave crisis que atraviesa el ser humano. La semana anterior a la magna
tragedia, en otro naufragio perecieron otras 400 personas, sin nombre y sin
papeles, mientras Italia y Malta tratan de rescatar a otros 450 inmigrantes que
están a la deriva en otras embarcaciones. Es el tétrico fotograma de la
siniestra película sobre tan abominable tragedia en una semana cualquiera, que
desde primeros de año arroja un balance de 1.500 muertos en el Mediterráneo, el
tranquilo mar que en los últimos 15 años se ha tragado a más de 20.000
inmigrantes y refugiados, quienes simplemente buscaban una vida mejor y algo de
protección en Europa, en tanto que sólo en Libia unos 250.000 inmigrantes
esperan hacer lo propio y entrar por Italia (si añadimos especialmente
Marruecos y España, así como algún que otro binomio origen-destino la cifra
sería escalofriante), para mayor gloria y negocio de los mercaderes de personas
y las mafias organizadas.
Y
la Unión Europea mirando hacia otro lado mientras fracasan sus políticas sobre
inmigración, un problemón que es de todos y no de los socios sureños, aunque
sean quienes sufren directamente las consecuencias. Ninguno de los países de la
ribera norte mediterránea por sí solo, ni en su conjunto, tiene capacidad, no
ya para incidir en los países de origen, donde están las raíces del problema (y
por donde habría que empezar), sino tampoco para, una vez consumada la felonía,
proceder a un rescate eficaz y reducir el riesgo de muerte al menos. A la vista
está. Ya Italia hubo de abandonar un dispositivo humanitario, la operación Mare
Nostrum, que salvó decenas de miles de vidas, pero resultó insostenible por
falta de apoyo de la UE y fue sustituido por la Operación Tritón, con un tercio
del presupuesto anterior, con menor alcance geográfico y priorizando el
objetivo de seguridad fronteriza frente al de búsqueda y rescate. El trágico
resultado es innegable. Ahora, tras la mayor y más horrorífica de las tragedias,
con las conciencias zarandeadas momentáneamente, se celebra una cumbre europea
al respecto, a petición, entre otros, de Renzi y Rajoy. Esperemos que no
obedezca a una calentura, una más, para que luego quede todo en buenos
propósitos y buenas intenciones, que, en principio, a todos se les supone. Ya no
caben ni valen razones de presupuesto, pues, aunque ya sabemos que la muerte no
tiene un único valor para la Humanidad, ninguna debiera ser tan barata como
para no hacer nada o casi nada para evitarla como es el caso. Ya no vale un
compromiso diplomático más para quedar bien. Quienes viajan en el próximo
pesquero no pueden esperar y, si no se les ayuda a vivir dignamente, no seamos
tan indignos de dejarlos morir peor que si fueran animales. Así, lo que está
muerto es el futuro de la UE.
Fdo.
Jorge Cremades Sena