Como
si en política los asuntos surgieran por generación espontánea, la número dos
del PSOE, Elena Valenciano, brazo derecho e izquierdo de Rubalcaba, afirma que
su partido no se opondría a que se hablara sobre el manido “derecho a la
autodeterminación” (ante la hipotética reforma constitucional que defiende) ya
que de poco serviría oponerse, junto al PP, porque el debate “está en la calle”
y las fuerzas nacionalistas lo forzarían. Nada que objetar, de momento. Sí,
preguntarle por qué está el debate en la calle y cada vez más vivo. En todo
caso, si entre socialistas y populares (más algún que otro partido
constitucionalista) representan más del 90% de la soberanía española y todos lo
tienen bien claro, aun discutiendo sobre cualquier asunto, por extravagante e
improcedente que sea, no se corre el riesgo de derribar los muros de Jericó.
Menos aún si se trata de un asunto enquistado en opciones minoritarias desde
hace mucho tiempo. Sin embargo, si es preocupante que, al preguntarle a
Valenciano si el PSOE rechaza el “derecho a decidir”, utilice la más absurda
ambigüedad calculada (ni sí, ni no, sino todo lo contrario), justo para evitar
mayores encontronazos con el PSC. Así despeja buena parte de la incógnita sobre
el porqué “está en la calle” el debate con un arraigo impensable hace sólo unos
años. Ella bien sabe (o debería saber) que, en buena medida, el PSC (y el PSOE
por apoyarlo) es el gran culpable (junto a CiU que ahora hace lo propio) desde
que, para satisfacer las apetencias curriculares de Maragall y luego de
Montilla, se echó en brazos de independentistas (ERC) e izquierdistas (ICV)
para gobernar Cataluña (arrebatándole el gobierno a los entonces nacionalistas
de CiU, ganadores en sendas elecciones) con nefastos gobiernos Tripartitos que,
incapaces de resolver los problemas de los catalanes, generaron problemas
innecesarios, como un nuevo Estatut inconstitucional, con el aval de la
irracional e inconstitucional promesa de Zapatero de aprobarles “todo lo que
venga del parlamento catalán”, sabiendo que excedía sus competencias. En fin, una
de las tantas frivolidades que, en definitiva, condenaron al PSC a una pérdida
de identidad (y al PSOE de credibilidad), relegándole dramáticamente a no ser
ya un referente sólido del socialismo, ni del nacionalismo, ni del
independentismo con el grave riesgo de convertirse en meramente testimonial.
No
extraña pues que, ante tal deriva hacia la nada, destacados socialistas se
hayan mostrado críticos públicamente con las políticas recientes de un PSOE,
titubeante e indeciso, que está cayendo en picado en apoyos electorales con los
índices más bajos de representatividad. Desde el propio Felipe González
(pasando por Guerra, Leguina, Bono, Paco Vázquez, Belloch, Corcuera, Ibarra…
entre otros tantos menos conocidos) hasta el mismísimo Zapatero, que ahora dice
que la consulta soberanista propuesta por el Govern “no es viable”, todos, con
más o menos acierto argumental y con mayor o menor contundencia, sostienen que
el PSOE debe cambiar de rumbo urgentemente para recuperar lo perdido,
especialmente en Cataluña, donde, ante el divorcio y la rebeldía del PSC, ni
siquiera es capaz de presentarse ya como opción socialista al igual que en los
demás territorios de España.
Pues
bien, ante peticiones y advertencias de que el PSOE defienda la “unidad de
España” sin lugar a dudas, de que no vuelva “como la burra al trigo”
pretendiendo cambiar la Constitución para dar cabida a las “peregrinas ideas”
del “federalismo asimétrico” que inventara Maragall, de que rompa “relaciones
con el PSC porque el PSOE no tiene nada que ver con un partido nacionalista”,
de que puede correr el riesgo de convertirse “para muchas décadas en un partido
marginal”, de que debería ser “el campeón de la unidad de España porque es
garantía de igualdad” y “meridianamente claros diciendo que quien quiera
modificar la Constitución a golpes es un golpista”, de que “hay que recuperar
la federación catalana del PSOE”… y de otras tantas por el estilo, la
vicesecretaria general socialista manifiesta que dichos personajes son “la
vieja guardia”, que no ocupan “espacios orgánicos” y que “el PSOE, que son sus
secretarios generales, sus cargos públicos, su Comité Federal” sí está de
acuerdo con lo que defiende Rubalcaba, su secretario general.
Se
olvida Valenciano, cuyo bagaje más espectacular es haber cosechado la mayor
derrota electoral del PSOE siendo número dos por Madrid y coordinadora de la
catastrófica campaña electoral del fracasado candidato Rubalcaba, a quien, por
cierto, no considera “vieja guardia”, que casi todos estos socialistas críticos
cuentan con toda una serie de éxitos electorales, muchas veces con mayorías
absolutas, que avalan su carisma y amplia credibilidad ante la ciudadanía, así
como sus dotes organizativas conformando el PSOE como el principal instrumento
político vertebrador de España. Se olvida de que el PSOE, además de quienes
ella dice, son los militantes y, sobre todo, los simpatizantes y votantes,
salvo que ahora tenga vocación minoritaria con el objetivo de mantener el
“modus vivendi” de una serie de cargos orgánicos o políticos, como es su caso.
El PSOE de Valenciano y toda su “nueva guardia” (esto lo digo yo), liderada por
el moderno Rubalcaba, tiene todo el derecho a obrar como le venga en gana.
Incluso a olvidar quiénes son y de dónde vienen, despreciando las
consideraciones de esa denominada despectivamente “vieja guardia”. Así les va.
Pero el pueblo español (incluido el catalán) no se lo merece.
Fdo. Jorge Cremades Sena