viernes, 28 de febrero de 2014

TENDENCIA Y REALIDAD

                        Acabado definitivamente el debate sobre el estado de la nación con la aprobación de veintidós resoluciones (las trece del PP y otras nueve pactadas con distintas fuerzas políticas) entre las ciento tres propuestas votadas, conviene hacer una valoración crítica de todo lo acaecido en el desarrollo del mismo que, a mi juicio, es manifiestamente mejorable. Y lo es desde el momento en que Rajoy, para justificar la validez de su política económica, decide analizar retrospectivamente la realidad española para avalar, comparando los datos actuales con los de hace un año, el cambio de tendencia producido, especialmente en muchas variables macroeconómicas, que permiten albergar una cierta esperanza en el futuro, mientras que la oposición, comenzando por Rubalcaba y acabando con los de menor representatividad parlamentaria, decide apostar por la imagen fija de la todavía deplorable realidad actual para adjudicar al Gobierno toda la responsabilidad de la misma, eludiendo la propia y omitiendo cualquier propuesta alternativa de mejora.
            Con tales mimbres se elabora el cesto de un debate inocuo que, a lo sumo, sólo es útil para dar cierta satisfacción a las clientelas ideológicas de unos y otros, cuando el objetivo debiera ser un análisis profundo de la realidad pasada y presente en base a la tendencia positiva o negativa de cara al futuro que se esté dando como consecuencia de las políticas concretas que al efecto se vienen practicando. Es la única forma de seguir apoyando y mejorando aquellas que se consideren positivas, así como de rechazar y ofrecer nuevas alternativas a aquellas que se consideren negativas para obtener los objetivos deseados. Es la esencia de un debate en serio sobre la realidad actual, sus causas y las recetas para mejorarla, frente, como es el caso, a una sucesión de monólogos electoralistas que, ni siquiera tratan de la misma temática. Mientras el Gobierno se refiere al dinamismo variable de la tendencia, la oposición lo hace sobre la foto fija y estática en blanco y negro de una realidad dramática sin duda surgida por generación espontánea, dándose al final una especie de diálogo de sordos con la única finalidad de la autocomplacencia.
            Tan verdad es, por ejemplo, que hace un año seguía creciendo el paro, como que hoy se ha detenido la hemorragia aunque sea tímidamente; que hay más de cinco millones de parados, como que tres millones y medio de ellos perdieran el empleo durante el gobierno de ZP; que hace un año se estaba en recesión, como que hoy se está ante un tímido crecimiento; que se estaba al borde de un rescate generalizado al estilo de Grecia, como que hoy se está fuera de duda de que ello vaya a suceder… y así sucesivamente en toda una serie de variables que evidencian un cambio real de tendencia positiva, pero a la vez, que la realidad actual sigue siendo dramática para la inmensa mayoría de los trabajadores. Minimizar o maximizar cualquiera de las dos verdades por separado con intención de obtener rédito político partidista es una manifiesta irresponsabilidad en un debate sobre el estado de la nación y las posibles medidas a tomar para mejorarlo en el futuro. Sólo sabiendo y asumiendo globalmente dónde estábamos hace un año, de dónde veníamos, qué políticas nos condujeron a aquella situación catastrófica, qué cambios concretos se han producido desde entonces y qué políticas se han aplicado para conseguirlos, se puede mejorar la situación actual que es lo que, en definitiva, esperan los españoles. Y nada de eso se ha hecho en el debate.
            Rajoy, aunque adjudicándole el éxito al sacrificio de todos los españoles, se quedó en el relato de los positivos cambios de tendencia, olvidando que la realidad social en España sigue siendo dramática y generando una sensación de optimismo inapropiado. Rubalcaba, se quedó en la descripción de los sufrimientos de la gente, culpando al presidente de los mismos y olvidando la insostenibilidad manifiesta del ficticio estado del bienestar que dejó en herencia el gobierno socialista. El resto de portavoces de la oposición, coincidiendo con Rubalcaba en adjudicar todos los males a la política del gobierno de Rajoy y en la ausencia de ofrecer propuestas alternativas para mejorarlas, se quedaron en el discurso mitinero ideologizado, añadiéndole en su caso el tema de política sectorial que les caracteriza. El anuncio por parte de Rajoy de algunas medidas para incentivar el empleo y de algunas reformas pendientes, indiscutidas por la oposición, completan el debate sin debatir absolutamente nada.
            Instalado cada cual en su particular mundo de intereses políticos partidistas se olvidaron del interés general que debiera regir su toma de decisiones. Tal vez por ello la pregunta de Rubalcaba “¿En qué país vive, presidente?” quedó sin respuesta cuando lo previsible era contestar algo así como “en un país al borde de la quiebra que nos dejó un gobierno en el que usted era ministro importante que necesita ahora el concurso de todos para sacarlo del atolladero”.  Obviamente es público y notorio que no todos están por la labor.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

martes, 25 de febrero de 2014

ENTRE EL ESPERPENTO Y LA FARSA

                        Si no fuera por el inmenso daño que demasiados episodios relacionados con el nacionalismo independentista, encuadrados entre el esperpento y la farsa, causan al conjunto de España y de los españoles, tanto a nivel interno como exterior, cabría tomarse a chirigota los comportamientos, declaraciones y actitudes de determinados personajes públicos. Pero, rozando el ridículo a veces, mintiendo casi siempre, deformando la realidad con frecuencia y aparentando lo que no se es cuando interesa sólo se busca la desestabilización territorial del Estado español mediante la puesta en práctica de un cerrilismo político, con claros matices totalitarios, que ni respeta la legalidad democrática vigente, ni las instituciones, ni las competencias de las mismas, poniendo en grave riesgo el futuro del Estado, al que culpabilizan de todos los males, su credibilidad internacional y la convivencia en paz de todos sus ciudadanos. Un desafío violento en toda regla que germina, no sólo gracias a sus promotores, sino además a una especie de papanatismo político de quienes a estas alturas siguen creyendo aún que existen los gnomos, bien de buena voluntad, bien por intereses erróneos inducidos que, al final, se vuelven contra ellos directamente.
            Sólo así se explica, entre otros, la esperpéntica farsa de la entrega de armas por parte de ETA, escenificada con video incluido ante unos “verificadores”, no legitimados por nadie con capacidad para hacerlo, para que, al final, verifiquen que los etarras encapuchados, tras mostrar una ínfima parte de su importante arsenal, ni siquiera hacen entrega de la misma sino que lo meten en una caja de cartón y se lo llevan tras la grabación del video. Menos mal que, según los “verificadores”, ETA, antes de quedarse con la muestra, les ha garantizado que la dejan “fuera de uso” y los verificadores lo creen. Esa es la verdadera verificación. Así hasta el siguiente capítulo de este “desarme” por entregas, que se venderá internacionalmente como muy positivo, pues, aunque no hayan entregado ni una de las tres pistolas mostradas en el video, los “verificadores” pontifican: “confiamos que es un paso creíble y significativo” del tan manido proceso de paz donde ni siquiera hay guerra alguna. Imaginen el éxtasis de algunos si a ETA en la próxima entrega se le ocurriera entregar simplemente cien gramos de los escasos kilos de explosivo que mostraron (el fusil y las dos granadas que completaban el arsenal que iban a entregar ya sería el colmo de los colmos del citado éxtasis). Seguramente por ello, el mismísimo Urkullu ha recibido a tan insignes verificadores a sueldo con todos los honores, tanto en Madrid como en Bilbao; no en vano, se sienten legitimados, aunque nadie les legitime, porque, según ellos, cuentan con “el apoyo de la sociedad vasca y del lehendakari” (de la sociedad española y del presidente de gobierno, importa un pito), mientras que el PSOE evita valorar su labor y el PSE elogia el prestigio de los mismos. ¿Un nuevo PSC respecto al PSOE en Euskadi? Ya veremos. Al final, todo se andará.
            Y sólo así se explica el esperpento farsante de la inauguración de la mayor feria de tecnología móvil, celebrada en Barcelona, convertida en escaparate absurdo y grotesco del engaño y la agresividad grosera del soberanismo catalán, para asombro de todas las delegaciones internacionales y los 120 invitados asistentes a la cena inaugural, presidida por Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias y de Gerona. Como ya es habitual, Artur Mas, desde el discurso de bienvenida, muestra su desafío a España y su cinismo político, “Bienvenidos a la capital de una vieja nación europea” han sido sus primeras palabras. Ha tenido que ser el Príncipe quien, con un discurso en inglés (lengua oficial del evento) pero con breves mensajes “en nuestras lenguas propias, el español y el catalán”, ha tenido que aclarar quién es el anfitrión del evento con un “Bienvenidos a España”, prosiguiendo con mensajes integradores, al afirmar que el congreso tecnológico “llena de orgullo a las Administraciones implicadas y es también una buena prueba de los excelentes resultados de la mejor colaboración institucional”. Seguramente, algunos asistentes, estarán investigando aún esa “vieja nación europea” inexistente, para encuadrarla en el contexto histórico adecuado, sin comprender el desencuentro presente entre las instituciones españolas. Y, por si fuera poco, en el pertinente comité de bienvenida, un impresentable empresario catalán, de cuyo nombre ni quiero acordarme, mezclado adecuadamente en primera fila entre altos funcionarios de la Generalitat, cuando el Príncipe le tiende la mano, como es preceptivo, aunque sólo sea por educación protocolaria entre los destinados a participar en el pasamanos, el grosero personaje no sólo le niega la mano sino que además, con la mayor de las sinvergonzonerías y la más grosera mala educación, le dice en catalán “no te doy la mano porque no nos dejas hacer la consulta. Te la daré cuando nos dejes votar” ante la cínica sonrisa de Mas, Felip Puig y Trías, quienes nada hacen, sino todo lo contrario, por mostrarse ajenos y contrariados a tamaña irresponsabilidad, dando efusivamente la mano al sujeto, que inmediatamente corre a la prensa digital para hacer declaraciones sobre su hazaña grosera y maleducada. Seguramente, como Mas y sus colegas, desconoce que Felipe, al igual que Rajoy, no tiene la capacidad de decidir si los catalanes votan o no. Otra cuestión es que desde su mentalidad totalitaria así lo crean. Es lo que sucede cuando se confunde el deseo con la realidad. Al fin y al cabo, todo forma parte del esperpento y la farsa de la que viven semejantes personajes.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

jueves, 20 de febrero de 2014

INMIGRACIÓN, SOS

                        A día de hoy, nadie, en su sano juicio, puede negar que las migraciones han dejado de ser un  elemento dinamizador del desarrollo social para convertirse en un grave problema de difícil solución. Ni se trata de un fenómeno novedoso, es casi tan antiguo como el hombre, ni, en términos generales, obedece a causas nuevas. Como siempre las migraciones o son de carácter voluntario (afán de aventuras, conocer nuevas tierras y gentes…), que no generan problema alguno, o de carácter forzoso, bien por causas naturales (catástrofes, sequías, hambrunas…), bien por causas sociales (persecuciones, guerras, discriminaciones, pobreza…), que, en los últimos tiempos, especialmente estas últimas, han eclipsado todas las previsiones con un constante flujo humano mastodóntico desde un subdesarrollado sur, que les mata de hambre y miseria, hacia un desarrollado norte, que les acoge para explotarlos en tiempos de bonanza y les rechaza en tiempos de penuria, condenándolos, en el mejor de los casos, a engrosar las cada vez mayores bolsas de pobreza coexistentes con el desarrollo, convertidas en miserables paraísos para quienes proceden del maldito infierno de la inhumanidad extrema del sur.
            Esta avalancha sin precedentes y en un mundo económicamente globalizado se convierte en un gigantesco problema global que no se puede resolver sólo con las viejas recetas en el lugar de destino como es el cierre de fronteras para impedir la avalancha que, en definitiva y en el mejor de los casos, sólo consigue alejar el problema pero no erradicarlo. Por tanto, se requiere también actuar en los lugares de origen para erradicar o al menos suavizar las causas que provocan éxodos masivos de sus respectivas poblaciones. Sólo así la migración, temporal o definitiva, recupera su sentido dinamizador de desarrollo humano recíproco, tanto para el territorio emigrante, que se beneficia de los recursos de su población emigrada, como del territorio inmigrante, que se beneficia del potencial humano necesario de la población inmigrada para explotar eficazmente sus recursos. Sólo así la migración deja de ser un trauma generador de desequilibrios económicos, conflictos raciales, ghetos y totalitarismos políticos. Un problema de todos, que, entre todos, tenemos que resolver. Por ello es deplorable la estrechez de miras con que se afronta cada episodio conflictivo, concreto y puntual, como está sucediendo con los incidentes de Ceuta en los que, desgraciadamente, murieron ahogados quince de los inmigrantes que pretendían alcanzar la costa española con la intención de quedarse en Europa.
            Que unos 20.000 inmigrantes hayan fallecido en los últimos quince años intentando cruzar de África a Europa a través del Mediterráneo, que hace menos de seis meses 400 inmigrantes perecieran en Lampedusa, que hace unos días murieran en la frontera de Ceuta los antes citados, que días después más de un centenar consiguieran entrar en Melilla o que unos 40.000 estén esperando desde Marruecos el momento oportuno para dar el salto definitivo a Europa a través de la única frontera terrestre que la separa de África, debiera hacernos reflexionar sobre las dimensiones y gravedad del asunto que estamos tratando. Un problema social, económico, ético y humano que trasciende las recetas teóricas de tipo ideológico o religioso y requiere con toda crudeza soluciones prácticas, medidas claras, precisas y objetivas que, despojadas de demagogia, sean capaces de dar respuesta equilibrada a una cuestión indiscutible: ni Europa, en este caso, puede abrir las puertas a una inmigración infinita, ni, para impedirlo, puede utilizar métodos tan inhumanos como los que han sometido a millones de personas a la más abominable e hipócrita de las condenas como es dejarlos morir de hambre.
            Por todo ello, convertir el trágico episodio de Ceuta, como cualquier otro por el estilo, y al margen de una necesaria investigación serena y eficaz para depurar supuestas responsabilidades si fuesen procedentes, en un irresponsable e hipócrita debate público entre gobierno y oposición con claro objetivo electoral, merece el rechazo más contundente por parte de cualquier persona mínimamente interesada en que se coja de una vez por todas el toro por los cuernos y se discuta sobre la problemática global de la inmigración, sus verdaderas causas y las medidas concretas a tomar para reducir al menos sus efectos nocivos. Eclipsar el verdadero debate, el que interesa de cara a zanjar el problema, con debates parciales sobre supuestas actuaciones improcedentes por parte de la policía o guardia civil, que pueden y deben aflorarse simplemente con una exhaustiva investigación, supone pasar de forma descarada de una de las mayores tragedias que padece hoy la Humanidad.
Una tragedia, dura y cruel, que requiere de un consenso amplio entre gobierno y oposición a la hora de aportar medidas eficaces y a la de exigir las responsabilidades  pertinentes a todos los afectados, aunque sólo sea para optimizar los mecanismos más sencillos, los que sólo pretenden alejar el problema en vez de intentar solucionarlo, que como mínimo requiere, como decía Rajoy hace unos meses, que “el control de fronteras exteriores de la UE es un esfuerzo que debe ser compartido por el conjunto de la Unión, Estados miembros, instituciones y agencias” y, por tanto, “la Unión debe facilitar apoyo político, operativo, financiero a aquellos países que constituimos su frontera exterior, y que más presiones y responsabilidades asumimos en beneficio del interés común”. Lamentablemente en España no estamos por la labor, ni siquiera la de ponernos de acuerdo en cómo han de controlarse las fronteras, aunque, en cada momento, cada gobierno, al margen de su ideología, la controle de idéntica forma y, recíprocamente, cada oposición la critique con idénticos argumentos y descalificaciones. En tales condiciones el grave problema migratorio va para largo, por lo visto, importa bien poco solucionarlo. 


                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

jueves, 13 de febrero de 2014

TORMENTA POLÍTICA EN NAVARRA

                        Ha bastado que una ex directora gerente de Hacienda Tributaria en Navarra acuse en sede parlamentaria autonómica a la Vicepresidenta y Consejera de Economía y Hacienda, Lourdes Goicoechea, de solicitarle cierta información sobre determinados contribuyentes, supuestamente para favorecerles fiscalmente, para desencadenar una gigantesca tormenta política en Navarra que, por sus peculiares connotaciones, trasciende ampliamente el ámbito autonómico. La atomización del Parlamento Navarro no ha sido obstáculo para perfilar un consenso, sin el PP, de toda la oposición para poner una moción de censura al gobierno de UPN presidido por Yolanda Barcina, que sería la segunda de la legislatura al haber fracasado la anterior gracias a la abstención de los socialistas en aquel momento. Pero en esta ocasión el PSN, sorprendentemente, se suma a la iniciativa al extremo de dar un “ultimátum” a Barcina, no para que depure posibles responsabilidades en el seno de su gobierno, sino para que “ipso facto” dimita ella misma y convoque elecciones anticipadas, en caso de que una comisión parlamentaria “ad hoc” descubra en quince días la veracidad de los hechos denunciados.  
            El principal problema de la moción de censura, que al ser obligadamente constructiva requiere de un programa y un candidato a presidir el gobierno navarro, estriba en que para que prospere necesita el concurso del controvertido Bildu, además de otra serie de partidos con escasa representatividad, en cuyo programa está el objetivo de anexionar Navarra al País Vasco y el de un radicalismo independentista peligroso. Ni siquiera la promesa del secretario general del PSN, Roberto Jiménez, en el sentido de que no gobernaría con Bildu, sino que su hipotético gobierno sería “de gestión, de transición” con el objetivo de convocar elecciones anticipadas inmediatamente, ha evitado la tormenta política, dentro y fuera de Navarra, y dentro y fuera del PSOE. No en vano el recuerdo desgraciado del deplorable y nefasto “tripartito” catalán que, al final, propició la ruina del PSC y la gloria de ERC, con todo tipo de repercusiones negativas posteriores para el PSOE, pesa demasiado como para no temer una segunda versión en el País Vasco y Navarra, incluso con peores consecuencias.
            Y es que, lamentablemente, el PSOE pone un circo y le crecen los enanos. Si no tuviera bastante con el PSC, ahora el PSN, con tan inoportuna iniciativa, le complica aún más la situación, cargando de argumentos al PP y a otros contrincantes políticos para desenmascarar sus incoherencias y la inconsistencia de su programa como alternativa de poder en España. Por ello, ante las exigencias del PP a Rubalcaba para que ponga orden en su partido, Elena Valenciano se apresura en desmentir que el PSN “vaya a ir con Bildu ni a la vuelta de la esquina y menos a una aventura política”, dejando en manos de la comisión parlamentaria el futuro del asunto y la suerte de Barcina, que, según ella debiera dimitir ante su difícil situación. Pero, incomprensiblemente, su compañero Madina, uno de los que suenan para sustituir a Rubalcaba (quien, hasta ahora, no dice ni pío sobre el asunto navarro), manifiesta que Navarra merece “más respeto, un tiempo nuevo y en clave distinta”, que, según UPN, sólo se puede entender como un tiempo de la mano de Bildu. Y Jiménez, por si no fuera suficiente, contesta a Valenciano que “en Navarra el partido soy yo”; más o menos como, en su día, Montilla en el PSC. En fin, de entrada, ya le han preparado a Elena Valenciano la campaña de las europeas.
            Burda excusa descarada, según el PP y UPN, la razón esgrimida para presentar la moción de censura se cae por su propio peso. ¡Ojala fuera la erradicación de la corrupción la verdadera razón de un PSOE renovado! Pero se contradice con su actitud en Andalucía en cuya Junta su actual Vicepresidente, Valderas, está siendo investigado por orden de la jueza Alaya, en relación con la trama de los ERE fraudulentos, sin que el PSA le pida que dimita y, mucho menos, que dimita Susana Díaz, la presidenta, o que simplemente lo cese. No es creíble, lamentablemente, que por una denuncia en sede parlamentaria, que no en un juzgado ni ordenado por un juez, contra la Vicepresidenta navarra, Goicoechea, el PSN no se conforme ni siquiera con pedir su dimisión (que ni siquiera exige a Valderas en Andalucía), sino que exija la dimisión de la presidenta Barcina y la convocatoria anticipada de elecciones. Una hipócrita vara de medir diferente que, como en otros muchos asuntos, desacredita el loable objetivo que argumenta, dando alas y argumentos a sus contrincantes políticos para, frente a sus propias miserias, hacer prevaler ante la opinión pública que no se entiende muy bien “a qué está jugando el PSOE”, provocando en los ciudadanos una desconfianza que le impide sistemáticamente remontar las expectativas de voto respecto al PP, sobre todo si, como es el caso, hasta se puede intuir que, incluso desconociendo exactamente el juego, pudiera tratarse hasta de un juego bastante peligroso. Y bastantes peligros nos acechan como para, con semejantes frivolidades o errores garrafales, acrecentarlos o generar otros nuevos totalmente evitables.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

domingo, 9 de febrero de 2014

DECLARÓ LA INFANTA, Y AHORA QUÉ

                        Durante más de seis horas ha comparecido la Infanta Cristina ante el juez Castro como imputada en el Caso Noos, uno más de los cientos de casos de corrupción que están en lista de espera en un país de mangantes experimentados. Y, consumada la expectante comparecencia, hay que preguntarse ¿y ahora, qué? Pues bien, ahora, a esperar que el juzgado de Palma resuelva al respecto y aclare el grado de implicación de Cristina en los hechos supuestamente delictivos que se le imputan que, para algunos, como para el propio fiscal del caso, no se sabe bien cuáles son (su pregunta directa a la imputada es elocuente: “¿Sabe qué delito fiscal le imputan?”, “No”, es la respuesta, concluyendo el fiscal “Yo, tampoco”), mientras que para otros, incluidos los exhibidores de banderas republicanas en la entrada de los juzgados, son todos los habidos y por haber (entre ellos, el más grave de todos: ser Infanta en un Estado Monárquico que, con toda legitimidad, detestan).  
            Y con toda legitimidad cabe todo tipo de críticas a la actuación de la Infanta y su marido, a la del juez y el fiscal (especialmente por sus mutuas descalificaciones), a la de los técnicos de Hacienda, a la de gobernantes locales o autonómicos y, en definitiva, a las de cualquier otro sujeto, institución o circunstancia que concurra en el caso y en su evolución. Pero no cabe (ni antes, ni ahora, ni después) confundir a la opinión pública, como algunos pretenden, con la mezquina intencionalidad de dañar a las instituciones democráticas (en este caso el modelo de Jefatura del Estado) en vez del loable propósito de descubrir la verdad en un supuesto caso concreto de corrupción para que los culpables, como en el resto de casos, paguen por ello una vez demostrada su culpabilidad. La torticera vinculación del caso, incluso si se demostrase la culpabilidad de la Infanta, a la Monarquía y su sustitución por la República como solución del problema, es tan absurdo como vincular la corrupción de un gobernante o dirigente partidario a la institución que gobierna o partido que dirige, al extremo de proponer como solución la eliminación de los mismos  y no la condena concreta del protagonista, incluso con la pertinente inhabilitación temporal o definitiva de sus responsabilidades, justo para reforzar la institución o partido constituido. Esto es lo que la gente bienintencionada espera.
            Sin embargo, antes, ahora y, supongo, después, la manipulación mediática y política, no exenta de intereses espurios, pretende arrimar el ascua a su sardina prostituyendo, con mentiras y verdades a medias, un proceso judicial más que, como todos en los que sus protagonistas son personas relevantes, es susceptible de todo tipo de tópicos al uso, al extremo de convertirlo en un espectáculo impresentable de polémicas absurdas. Ríos de tinta para especular sobre lo divino y lo humano acerca de si se conseguiría imputar a la Infanta y hacerla comparecer en el juzgado, así como, en caso positivo, la forma de acudir al mismo, con exigencia de un trato idéntico al del resto de los mortales cuando todos sabemos el desigual estatus de unos u otros en asuntos judiciales, comenzando por la capacidad de contratación de la defensa, entre otros asuntos, y terminando por el desigual impacto social de los imputados, susceptible o no de medidas singulares por razones de seguridad o de otro tipo. Acusar de privilegios específicos a la hija del rey decisiones judiciales que se aplican a otros famosos es de una hipocresía intolerable, salvo que genéricamente se diga que, en términos prácticos, la justicia no es igual para todos. Algo que todos sabemos.
            Pero además de hipócrita es incoherente que, practicada la comparecencia, al no obtenerse las respuestas inculpatorias deseadas por algunos, se exijan otras más convincentes cuando la propia legalidad ampara al imputado para mentir como estrategia de defensa, no le obliga a declarar contra su cónyuge y no es delito saber si éste delinquía. Salvo que se demuestre fehacientemente la comisión de un delito por parte de la Infanta es penalmente inocente aunque supiera que su marido si lo ha cometido, entretanto es un esperpento el debate desencadenado sobre si la Infanta se hace la tonta o no cuando su respuestas más generalizadas a las preguntas del juez son “No sé, no me acuerdo, no me consta” o “Yo confiaba en mi marido”. Guste o no guste, es lo que hay y la Infanta, como cualquier otra persona, tiene derecho a defenderse según lo establecido.
            Ahora, la cuestión importante es si, visto lo visto, la decisión final del juez, sea cual fuere, acabará con el esperpéntico espectáculo de la desinformación. Me temo que no. Quienes, más interesados en la demagogia que en la verdad, ponen sus bastardos intereses por encima de los intereses generales, seguirán insistiendo en que se trata de injusto trato de favor a la Infanta, si la decisión fuese exculpatoria, o de injusta caza de brujas, si fuese condenatoria. Convertido interesadamente el “caso Noos” en un proceso a la Monarquía lo que menos importa es quiénes y cómo pagan a la sociedad los responsables de los daños causados, que es lo que espera la mayoría; lo importante es el dualismo maniqueo Monarquía/ República que, a falta de argumentos más racionales para posicionarse en cualquiera de los bandos, recurre a tales artimañas para conseguir adeptos, en vez de aprovechar la ocasión para, en todo caso, modificar una legalidad que contempla lagunas de desigualdad intolerables, pero no sólo para la Infanta, ni por la razón de serlo.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

sábado, 1 de febrero de 2014

HOLLANDE, LIBERAL; RAJOY, SOCIALDEMÓCRATA

                        Algún fenómeno extraño debe estar sucediendo cuando, tanto Hollande en Francia como Rajoy en España, son criticados severamente, no tanto por los contrarios, que también (algo totalmente lógico), sino por los propios (ilógico e incomprensible si encima sus críticos son los más genuinos representantes de sus respectivas ideologías). En efecto, la izquierda francesa en general y la del Partido Socialista en particular echan chispas contra las políticas del Gobierno de Hollande, mientras la derecha española en general y la del Partido Popular en particular, hace lo propio contra el Gobierno de Rajoy. Si añadimos que en buena parte les critican porque sus políticas son, respectivamente, continuidad en muchos aspectos de las de Sarkozy y las de Zapatero (sus respectivos antecesores, ideológicamente opuestos a cada uno de ellos), cabe deducir que, según los sectores más representativos de la pureza ideológica de sus respectivos partidos, Hollande es un gobernante liberal y Rajoy un socialdemócrata. Es lo que sus mismos compañeros dicen de ellos. Menuda paradoja cuando el francés fue aclamado y elegido precisamente para dar un giro copernicano a las nefastas políticas anteriores de Sarkozy y el español para hacer lo propio con las de Zapatero. Así lo dijeron ambos en sus respectivas campañas electorales. Así lo prometieron en sus programas. Y así lo incumplieron después, decepcionando especialmente a los suyos y a sus electores. Salvo que, como dicen en mi pueblo, una cosa sea predicar y otra, dar trigo, lo que avalaría el descrédito generalizado de la política, considerada cada vez por más gente como el arte de engañar con tópicos trasnochados en nombre de las ideologías.
            Hollande desencadenó una verdadera euforia, no sólo en Francia sino en otros lugares, entre quienes le consideraban un genuino representante de la izquierda auténtica, no sólo francesa sino también europea e internacional. El PSF y él mismo se encargaron en la campaña de vender la necesidad de un aire fresco en Francia y en la UE para poner freno a las perniciosas políticas europeas, lideradas por la derecha alemana, y a las locales, ejecutadas al dictado de Merkel. Hoy  consideran a Hollande como un traidor incapaz de cuestionar la unión monetaria, la necesidad de recortes y la austeridad que tanto criticó desde la oposición. Y algo parecido, aunque menos pretencioso (al menos en su dimensión europea), generó Rajoy entre quienes, hartos de la ineficacia e incapacidad del gobierno de ZP para afrontar la crisis (incluso claudicando al fin a las recetas de Merkel), consideraban, como en Francia, que sólo un vuelco ideológico del gobierno existente sería capaz de resolver la situación. Al final, esta especie de cambio de cromos entre Francia y España (derecha por izquierda y viceversa), como receta absurda, converge en una realidad tozuda que desmonta el torrente argumental electoral de carácter ideológico para claudicar ante las recetas economicistas globalizadas de los malditos mercados, con sus consecuencias perniciosas para los más débiles, para los trabajadores y para las clases medias que, al final, son las verdaderas víctimas.
            Ni, por ejemplo, la subida de impuestos (típico de la izquierda) estaba en el programa de Rajoy, ni  la negociación favorable a la patronal (típica de la derecha) en el de Hollande, sino todo lo contrario; es un buen ejemplo, entre otros muchos que se podrían citar, de cómo lo prometido en campaña por ambos gobernantes es luego incumplido. Y entretanto, ambos señalan como primer objetivo la lucha contra el paro, mientras que. ante su escaso éxito, ambos piden paciencia hasta que acaben sus respectivos mandatos; ambos, sometidos a los dictados del déficit público, se ven obligados a recaudar más y gastar menos, caiga quien caiga (y siempre caen los mismos); y ambos, en definitiva, son reos de las exigencias de la globalización.
La sumisión de las ideologías a la economía es un hecho incuestionable. Por ello lo grave no es ya si el socialista Hollande practica una política liberal, como dicen los suyos, o si el conservador Rajoy practica una política socialdemócrata, como dicen los más radicales de la derecha española. Lo grave es el mínimo margen que les queda, tanto a uno como al otro (y al resto de gobernantes democráticos), para hacer algo distinto, al menos en las políticas económicas, que, en gran medida, condicionan las políticas sociales, provocando una resignación generalizada que, sin lugar a dudas, aprovechan los extremos más radicales de las frustradas opciones ideológicas moderadas con tendencias indiscutibles hacia modelos totalitarios. Por ello es urgente hacer pedagogía política que exponga, con crudeza realista y con rigor, las limitaciones existentes y desenmascare, con datos ciertos y fiables, a los vendedores de humo. Pero ello requiere ajustar las promesas electorales a la viabilidad de las mismas, al margen de utopías irrealizables en el corto plazo de un programa de gobierno, y tener el coraje político de realizarlas en tiempo y forma una vez conseguido el respaldo ciudadano para gobernar. En definitiva, justo lo contrario de lo que han hecho el liberal Hollande y el socialdemócrata Rajoy….
Perdón, el socialista Hollande y el conservador Rajoy. Pero si éste (dirán ustedes) no se ha atrevido, como aquél, a desmantelar los campamentos de gitanos que tantos quebraderos de cabeza causaron a su antecesor Sarkozy. Bueno, está bien claro, Sarkozy era de derechas igual que Rajoy. Pero ¡no dicen los suyos que es socialdemócrata!... En fin, mejor dejar el asunto como está y que cada cual califique a cada quien como le venga en gana. Al fin y al cabo va a dar igual en este ocaso de las ideologías que preludia una nueva era.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena