Algún
fenómeno extraño debe estar sucediendo cuando, tanto Hollande en Francia como
Rajoy en España, son criticados severamente, no tanto por los contrarios, que
también (algo totalmente lógico), sino por los propios (ilógico e
incomprensible si encima sus críticos son los más genuinos representantes de
sus respectivas ideologías). En efecto, la izquierda francesa en general y la
del Partido Socialista en particular echan chispas contra las políticas del
Gobierno de Hollande, mientras la derecha española en general y la del Partido
Popular en particular, hace lo propio contra el Gobierno de Rajoy. Si añadimos
que en buena parte les critican porque sus políticas son, respectivamente,
continuidad en muchos aspectos de las de Sarkozy y las de Zapatero (sus
respectivos antecesores, ideológicamente opuestos a cada uno de ellos), cabe
deducir que, según los sectores más representativos de la pureza ideológica de
sus respectivos partidos, Hollande es un gobernante liberal y Rajoy un
socialdemócrata. Es lo que sus mismos compañeros dicen de ellos. Menuda
paradoja cuando el francés fue aclamado y elegido precisamente para dar un giro
copernicano a las nefastas políticas anteriores de Sarkozy y el español para
hacer lo propio con las de Zapatero. Así lo dijeron ambos en sus respectivas
campañas electorales. Así lo prometieron en sus programas. Y así lo
incumplieron después, decepcionando especialmente a los suyos y a sus
electores. Salvo que, como dicen en mi pueblo, una cosa sea predicar y otra,
dar trigo, lo que avalaría el descrédito generalizado de la política,
considerada cada vez por más gente como el arte de engañar con tópicos
trasnochados en nombre de las ideologías.
Hollande
desencadenó una verdadera euforia, no sólo en Francia sino en otros lugares,
entre quienes le consideraban un genuino representante de la izquierda
auténtica, no sólo francesa sino también europea e internacional. El PSF y él
mismo se encargaron en la campaña de vender la necesidad de un aire fresco en
Francia y en la UE para poner freno a las perniciosas políticas europeas, lideradas
por la derecha alemana, y a las locales, ejecutadas al dictado de Merkel. Hoy consideran a Hollande como un traidor incapaz
de cuestionar la unión monetaria, la necesidad de recortes y la austeridad que
tanto criticó desde la oposición. Y algo parecido, aunque menos pretencioso (al
menos en su dimensión europea), generó Rajoy entre quienes, hartos de la ineficacia
e incapacidad del gobierno de ZP para afrontar la crisis (incluso claudicando
al fin a las recetas de Merkel), consideraban, como en Francia, que sólo un
vuelco ideológico del gobierno existente sería capaz de resolver la situación.
Al final, esta especie de cambio de cromos entre Francia y España (derecha por
izquierda y viceversa), como receta absurda, converge en una realidad tozuda
que desmonta el torrente argumental electoral de carácter ideológico para
claudicar ante las recetas economicistas globalizadas de los malditos mercados,
con sus consecuencias perniciosas para los más débiles, para los trabajadores y
para las clases medias que, al final, son las verdaderas víctimas.
Ni,
por ejemplo, la subida de impuestos (típico de la izquierda) estaba en el
programa de Rajoy, ni la negociación
favorable a la patronal (típica de la derecha) en el de Hollande, sino todo lo
contrario; es un buen ejemplo, entre otros muchos que se podrían citar, de cómo
lo prometido en campaña por ambos gobernantes es luego incumplido. Y
entretanto, ambos señalan como primer objetivo la lucha contra el paro,
mientras que. ante su escaso éxito, ambos piden paciencia hasta que acaben sus
respectivos mandatos; ambos, sometidos a los dictados del déficit público, se
ven obligados a recaudar más y gastar menos, caiga quien caiga (y siempre caen
los mismos); y ambos, en definitiva, son reos de las exigencias de la
globalización.
La sumisión de las
ideologías a la economía es un hecho incuestionable. Por ello lo grave no es ya
si el socialista Hollande practica una política liberal, como dicen los suyos,
o si el conservador Rajoy practica una política socialdemócrata, como dicen los
más radicales de la derecha española. Lo grave es el mínimo margen que les
queda, tanto a uno como al otro (y al resto de gobernantes democráticos), para
hacer algo distinto, al menos en las políticas económicas, que, en gran medida,
condicionan las políticas sociales, provocando una resignación generalizada
que, sin lugar a dudas, aprovechan los extremos más radicales de las frustradas
opciones ideológicas moderadas con tendencias indiscutibles hacia modelos
totalitarios. Por ello es urgente hacer pedagogía política que exponga, con
crudeza realista y con rigor, las limitaciones existentes y desenmascare, con
datos ciertos y fiables, a los vendedores de humo. Pero ello requiere ajustar
las promesas electorales a la viabilidad de las mismas, al margen de utopías
irrealizables en el corto plazo de un programa de gobierno, y tener el coraje
político de realizarlas en tiempo y forma una vez conseguido el respaldo
ciudadano para gobernar. En definitiva, justo lo contrario de lo que han hecho
el liberal Hollande y el socialdemócrata Rajoy….
Perdón, el
socialista Hollande y el conservador Rajoy. Pero si éste (dirán ustedes) no se
ha atrevido, como aquél, a desmantelar los campamentos de gitanos que tantos
quebraderos de cabeza causaron a su antecesor Sarkozy. Bueno, está bien claro,
Sarkozy era de derechas igual que Rajoy. Pero ¡no dicen los suyos que es
socialdemócrata!... En fin, mejor dejar el asunto como está y que cada cual
califique a cada quien como le venga en gana. Al fin y al cabo va a dar igual
en este ocaso de las ideologías que preludia una nueva era.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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