miércoles, 30 de diciembre de 2015

PERVERSIÓN DEMOCRÁTICA



                        Nadie puede poner en duda que la democracia tiene bastante relación con las matemáticas, pues, al fin y al cabo, la suma de votos directos o la suma de escaños entre las distintas opciones políticas es lo que decide o debe decidir la gobernabilidad de un Estado. Pero tampoco se debe poner en duda que el ejercicio democrático consiste o debe de consistir en el gobierno de las mayorías y el respeto a las minorías. Lo contrario, es decir que gobiernen las minorías y no se respete a las mayorías, supone irremediablemente una perversión democrática, un grave fraude democrático a los ciudadanos de consecuencias imprevisibles y, en todo caso, indeseables. Por tanto el objetivo fundamental de las elecciones siempre es o debe ser la búsqueda de esa mayoría política que garantice la gobernabilidad y la estabilidad de los ciudadanos que conforman un país. Y cuando ello no sucede, bien porque directamente así lo deciden los votos (ausencias de mayorías absolutas), bien porque indirectamente los representantes políticos elegidos no pueden o no quieren conformar esa mayoría suficiente, lo correcto es, guste o no guste (convenga o no convenga), convocar nuevas elecciones para que los ciudadanos, a la vista de los resultados electorales anteriores, decidan conformar una nueva mayoría sólida y solvente. Y que cada cual apechugue con sus responsabilidades. Así es el juego democrático, en el que además hay que tener en cuenta que la suma parlamentaria no es ni debe ser una operación mecánica con sumandos heterogéneos, que la propia matemática impide (tres manzanas y dos tigres no suman cinco, por ejemplo, y, en todo caso, cinco qué); y menos si se trata de sumar escaños surgidos de proyectos diametralmente opuestos, no ya en el plano programático coyuntural, sino incluso antagónicos desde el punto de vista ideológico del sistema democrático, como pueden ser proyectos totalitarios y antisistema, cuya finalidad no es aplicar su inexistente proyecto democrático sino eliminar el propio sistema, que sólo utilizan como mecanismo útil a sus intereses, para sustituirlo por su peculiar modelo, distinto al modelo democrático occidental. Por tanto en un Parlamento democrático, además de los términos genéricos izquierda/derecha, progresista/conservador, perfectamente homologables en términos democráticos del sistema para establecer posibles aritméticas parlamentarias que conformen mayorías gubernamentales, hay que considerar las opciones que, al margen de su indefinición o su adscripción a dicha terminología, son contrarios al propio sistema y, por tanto, descartables como sumandos para la gobernabilidad y la estabilidad del país.
            Pero, incomprensiblemente, hoy no se tiene en cuenta dichos principios básicos para conformar una mayoría parlamentaria tras la fragmentación del Congreso de los Diputados, lo que, además de la inestabilidad gubernamental, puede traer graves consecuencias sociales, políticas y económicas. Para justificar semejante irresponsabilidad no se puede afirmar frívolamente que los españoles eligieron un gobierno de izquierdas progresista, cuando el partido más votado es de derechas conservador, el segundo de centro izquierda progresista y el cuarto de centro, conformando la inmensa mayoría de la Cámara, salvo que se considere que Podemos, la tercera fuerza, y el conjunto de sus marcas, son homologables a pesar de sus proclamas, más o menos suavizadas por conveniencia, contrarias a nuestro sistema democrático, al que llaman Régimen del 78, y su pretensión de iniciar un nuevo proyecto constituyente que liquide la actual Constitución; y salvo que se añada además como homologables con la izquierda y el progreso, al variopinto y multicolor mundo del nacionalismo, hoy antidemocrático independentismo, que engloba desde opciones radicales y antisistema de izquierdas a opciones conservadoras de derechas, cuyo número de votos suman un ínfimo porcentaje aunque en escaños sean bastantes más por el absurdo beneficio electoral que, como opciones territoriales se les tiene reconocido.
            El pueblo español ha elegido lo que ha elegido e interpretarlo a conveniencia propia es en definitiva un fraude electoral. Tan sencillo como que ha elegido que tres fuerzas indiscutiblemente integradas en el sistema democrático, que no en el “Régimen del 78”, como son PP, PSOE y Ciudadanos, al margen de alguna otra fuerza menor, tengan en conjunto una amplia mayoría de votos para garantizar la gobernabilidad y estabilidad del Estado en términos democráticos, frente a una variopinta minoría de opciones, la mayoría de ellas de dudosa garantía democrática. Son pues el PP, PSOE y Ciudadanos los principales responsables del futuro inmediato al margen de los legítimos intereses partidarios o problemas internos que cada uno tenga, que deben relegarse a un segundo término por el bien de todos los españoles. Y, en definitiva, sólo caben dos opciones: o entre los tres configuran fórmulas de gobernabilidad y estabilidad, o se convocan nuevas elecciones generales y que cada uno de ellos apechugue con su responsabilidad. Al final, como en otros muchos asuntos, va a tener razón Alfonso Guerra cuando, días antes de las elecciones, afirmaba “habrá nostalgia de ese diabólico bipartidismo”; esperemos que, al menos, sólo quede en nostalgia y no en lamentaciones.
                            Fdo. Jorge Cremades Sena

martes, 22 de diciembre de 2015

INGOBERNABILIDAD



                        La sensación que se tiene, dentro y fuera de España, tras los resultados de las elecciones del 20-D es de ingobernabilidad, la peor circunstancia para un país y, especialmente, si con grandísimas dificultades, como es el caso, está saliendo de una crisis galopante. El rotundo fracaso del PSOE, que, como oposición, obtiene los peores resultados de su historia, superando incluso el nefasto récord obtenido en 2011, y la victoria pírrica del gobernante PP, dejándose 63 escaños de la mayoría absoluta obtenida en 2011, con sus mejores resultados históricos, conducen a una inestabilidad política preocupante, pues ninguno de los dos consigue mayoría suficiente para formar gobierno ni con los comunistas radicales de Podemos, ni con los centristas de Ciudadanos, tercera y cuarta fuerza política respectivamente, y la única fórmula a dos, el pacto PP-PSOE, como sucede en Alemania y en otros países democráticos maduros, que conseguiría una gobernabilidad estable y firme, está más que descartada por el incomprensible empecinamiento de los socialistas, no sólo ya a un pacto de gobierno con la derecha, sino incluso a una abstención que, junto a la de Ciudadanos, dispuestos a ello, permita, por lo menos, la investidura de Rajoy, garantizando, aunque sea insuficiente, una gobernabilidad inestable al menos, pues, como dice el líder popular “España no puede permitirse la inacción y la parálisis”. Además, teniendo en cuenta que, más allá de PP, PSOE y Ciudadanos, homologables con las principales opciones políticas de la UE, sólo queda un conglomerado heterogéneo de opciones radicales, nacionalistas, independentistas y antisistema, que Podemos pretende liderar (al margen de las variopintas marcas con las que ya se presenta a las elecciones), pretender pactos a más de dos, como en las pasadas elecciones territoriales, sólo conseguiría que el remedio de supuesta gobernabilidad sea peor aún que la enfermedad de convocar nuevas elecciones, como ha sucedido en Grecia, que bien puede servirnos de mal ejemplo. Por tanto, ha llegado la hora de hacer política en serio, de que PP, PSOE y Ciudadanos actúen con responsabilidad, pues en sus manos está el futuro inmediato de todos los españoles.
            Sin embargo me temo que las primeras declaraciones de los líderes políticos apuntan a que el preocupante panorama surgido tras el 20-D, que sólo satisface a los amantes del caos y del “cuanto peor, mejor”, puede empeorar aún más. Rajoy, que, como cualquier persona razonable, ve “tremendo” y “lo peor” que no se logre lo antes posible su investidura, como ganador en definitiva de las elecciones (aunque parezca que las ganó Podemos), para evitar el vacío de poder y la incertidumbre, ofrece negociar con “generosidad, amplitud de miras y la vista en España”; Luena mantiene “que yo sepa, el PP va a presentar a Rajoy y el PSOE votará no al PP y a Rajoy”; y Rivera dice que “esto no va a ser Grecia, aquí habrá estabilidad, hay que pensar más en España que en el partido”. Por su parte Iglesias, como si fuera el vencedor de las elecciones (así lo está vendiendo con sólo el 20% de apoyos, repartidos entre todas sus marcas de camuflaje en los diversos territorios),  manifiesta contundente que “ni por activa ni por pasiva Podemos va a permitir que gobierne el PP” (no sabemos cómo lo va a impedir) y exige al PSOE, para sentarse a dialogar, el compromiso de apoyar un ilegal referéndum en Cataluña y el consabido “derecho a decidir” en los demás territorios de la “plurinacional” España, advirtiendo a los socialistas de que, si no lo hacen, “estarán entregando el gobierno al PP”, como si fuera una tragedia griega (nunca mejor dicho) que gobierne la lista más votada por los españoles, y, todo ello, a pesar de que Podemos gobierna con PSOE en muchos ayuntamientos y en algunas autonomías, gracias a la errónea estrategia de Sánchez de aliarse hasta con el diablo con tal de camuflar sus estrepitosos fracasos electorales. Este es pues, para que juzguen ustedes, el ejercicio de responsabilidad política que están haciendo nuestros líderes de los principales partidos, para que, después, nadie se lleve a engaño.
            Si entre PP, PSOE y Ciudadanos, que conjuntamente representan a más de dieciséis millones de españoles frente a los siete que, encabezados por Podemos, apoyan la variopinta sopa de letras de opciones antisistema, independentistas, radicales, nacionalistas, anarquistas… cuyos afines, cuando han gobernado un país lo han dejado en la más absoluta miseria y en la indigencia democrática; si, en definitiva, populares, socialdemócratas y centristas son incapaces de ponerse de acuerdo para estabilizar España, amenazada desde dentro y desde fuera, por fuerzas ajenas a la democracia tal como la entendemos en Occidente, poniendo en grave riesgo su integridad territorial, su estabilidad económica, política y social; si esto sucediera, apaga y vámonos, todo nuestro esfuerzo colectivo por implantar la libertad, la democracia y el progreso desde la Transición habrá sido en vano. Esperemos que sea un espejismo; Rajoy, Sánchez y Rivera, tienen la palabra.
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

miércoles, 16 de diciembre de 2015

DEBATE INDECENTE, RUÍN, MEZQUINO….



                        Ante la incapacidad manifiesta de defender el desolador panorama español tras el gobierno de Zapatero frente al actual panorama, al menos esperanzador, que deja el gobierno de Rajoy, Pedro Sánchez en el “cara a cara” con el Presidente del Gobierno decidió tirar por la calle de en medio, desperdiciando una gran oportunidad de ofertar una alternativa seria y creíble para mejorar la situación, y, prácticamente, desde el inicio del debate hasta el final, se aferró al tema de la corrupción como único asunto de fondo (olvidando cínicamente que su partido, como el de Rajoy, arrastra intolerables mochilas llenas de basura) y echó mano de marrulleros comportamientos como forma de defenderlo, interrumpiendo permanentemente cualquier argumento de defensa, si es que lo había, de su contrincante y descendiendo incluso al grotesco insulto personal, que no a la descalificación política que, en todo caso, hubiera sido lo correcto. Bien pronto pues, al margen de los bloques temáticos que indicaba el moderador, se desvaneció la esperanza de asistir a un debate de altura, serio y bien argumentado, capaz de ilusionar y convencer al alto porcentaje de indecisos que aún esperan decidir por quién votar. Y el colmo del bochornoso espectáculo fue exactamente cuándo Sánchez, a cara de perro y en el peor tono marrullero, desciende al peor de los estilos y, a falta de mejores argumentos, espeta a Rajoy “usted no es una persona decente”, provocando en el Presidente un “hasta aquí hemos llegado”, para, en tono severo, calificar su insulto de “ruin, mezquino, deleznable y miserable” y advertir a Sánchez, tras augurar que perderá las elecciones, de que uno puede “recuperarse de perder unas elecciones”, pero de semejantes bajezas es imposible recuperarse. Basta indagar en los medios de comunicación, al margen de las preferencias evidentes por uno u otro candidato, para constatar que en todos ellos son semejantes adjetivos los vocablos más utilizados y destacados sobre el debate, lo que sin duda alguna permite calificar el “cara a cara” como indecente, ruin, mezquino, deleznable y miserable, pues es el debate, por llamarlo de alguna forma, más agrio de toda la democracia y el más desilusionante, salvo, supongo, para la eufórica militancia de piñón fijo, justo a quien no hay que convencer ya que está sobradamente convencida. Así, el esperado debate clarificador quedó reducido a un monólogo monográfico sobre la corrupción del PP, que no del PSOE, aliñado de insultos personales, indignos e intolerables en quienes aspiran a presidir el Gobierno de España.
            Lamentablemente, por si no fueran decepcionantes para la ciudadanía las ambigüedades calculadas sobre futuros pactos postelectorales por parte de los partidos emergentes, el PP y el PSOE decepcionan más aun a los ciudadanos con este chapucero “cara a cara” que Sánchez, a cuyo comportamiento califica Soraya de Santamaría de “macarrismo político”, decidió liquidar a la primera de cambio convirtiendo la corrupción en el asunto recurrente en todo momento, ya se estuviera tratando de la política exterior, de la política territorial, del paro… o de cualquier otro asunto de interés, a pesar de que Rajoy, seguramente porque no le interesaba, decidió no entrar en el vergonzoso “y tú más”, aunque, desbordado por Sánchez, mencionara los casos de los ERE fraudulentos, cursos de formación y otros casos de la mochila de los socialistas. Ni siquiera cuando Rajoy expuso las medidas legislativas contra la corrupción, adoptadas durante la legislatura sin el apoyo de Sánchez, fue posible conocer las razones del rechazo; ni, cuando tocaba el tema territorial, qué tipo de federalismo propone el PSOE; ni, cuando procedía el tema económico, las diferencias entre rescate a las cajas o rescate económico; ni tantas otras propuestas de uno u otro; todos los asuntos quedaban reducidos a “usted no es decente y debería haber dimitido hace dos años”, mientras Rajoy le exigía que explicara por qué no le había hecho una moción de censura en su momento o en qué se basaba para acusarle de “recortar” hasta el derecho de las mujeres a decidir cuándo ser madres, afirmaciones que Rajoy calificaba de “intolerables” y por las que infructuosamente exigía explicaciones.
            Entretanto los partidos emergentes, presentados como nuevos frente a lo viejo a pesar de estar plagados de políticos rebotados tanto del PP como del PSOE (por no citar a los procedentes de UPyD e IU, formaciones a las que han fagocitado prácticamente) y como limpios e inmaculados frente a lo sucio (obviedad, entre otras razones, porque aún no tuvieron acceso a la llave de la caja) a pesar de que ya se dan casos de lo contrario, regocijándose porque en el “cara a cara”, en el que no participaban, sus contrincantes electorales mayoritarios se enzarzaban en el único tema, la corrupción, que a ellos no les afecta de momento, en vez de exponer y debatir serenamente sus propuestas programáticas, viables y solventes, que sí podrían desenmascarar la inviabilidad e insolvencias de muchas de las presentadas por los partidos emergentes. En fin, como ven, el colmo de los despropósitos.
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

martes, 8 de diciembre de 2015

VENEZUELA, EN EL BUEN CAMINO



                        La contundente victoria de la oposición democrática venezolana o la contundente derrota del régimen populista totalitario bolivariano, tanto monta monta tanto, sitúa a Venezuela en el buen camino hacia la recuperación económica y la verdadera democracia en y desde la libertad, tras diecisiete años caminando hacia el abismo de la miseria y del sometimiento arbitrario de la ciudadanía por parte del poder autoritario. Nicolás Maduro, heredero de Hugo Chávez, el creador de la pesadilla venezolana, ha demostrado en menos de tres años que, con su manifiesta incompetencia, podía acelerar vertiginosamente el caos progresivo a donde dirigía a los venezolanos durante los catorce años precedentes el inventor del chavismo, su idolatrado Jefe que, según el propio Maduro, le indicaba tras su muerte desde el más allá, con visiones y pajaritos emisarios, cómo debía dirigir al pueblo venezolano. Inevitablemente, y a pesar de todo tipo de amenazas y chulerías por parte del gobierno, la inseguridad, la persecución y el encarcelamiento de líderes políticos opositores y la crisis económica galopante han sido suficientes motivos para que el pueblo venezolano, superando el miedo y todo tipo de vejaciones, haya dicho ¡basta! a tanto desvarío, en unas elecciones legislativas, que no presidenciales, consiguiendo, de momento, 107 diputados frente a 55 que consigue el régimen, en una Asamblea Nacional compuesta por 167 diputados, aunque la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), plataforma de confluencia de la oposición democrática, asegura que ha obtenido 112 escaños lo que supondría la mayoría más cualificada (2/3) y, por tanto, la que tendría más competencias. En todo caso, Maduro, abandonado por el Ejército, reconoce la victoria de la oposición que rebasa con creces la mayoría simple (85 escaños) y la cualificada de tres quintos (101 escaños), un varapalo sin precedentes que supera las expectativas demoscópicas de los últimos días. Felicitar pues con entusiasmo al pueblo venezolano por tan valiente decisión es lo que procede por parte de cualquier demócrata que se precie de serlo.
            Pero, dicho lo anterior, conviene no echar las campanas al vuelo, pues, al fin y al cabo, el itinerario por el buen camino acaba de comenzar y, como dice la vencedora MUD, ahora hay que ser cautelosos para recorrerlo con éxito. Si finalmente se confirma la mayoría muy cualificada, la Asamblea Nacional, podría, entre otros asuntos, crear o suprimir comisiones permanentes, aprobar y modificar las leyes orgánicas, designar a los integrantes del Consejo Nacional Electoral, aprobar proyecto de reforma Constitucional, tener la iniciativa de convocatoria a una Asamblea Nacional, cambiar el Defensor del Pueblo, separar temporalmente de su cargo a un diputado; en definitiva, incidir en los cimientos del edificio chavista, pues hay que tener en cuenta que Maduro, sigue siendo el presidente venezolano. En todo caso, con la ya acreditada mayoría de tres quintos, pueden sancionar una ley habilitante limitando competencias del Presidente, aprobar la moción de censura al vicepresidente ejecutivo o a los ministros que implique su destitución, cambiar a los integrantes del Centro Nacional Electoral previo pronunciamiento del TSJ… además de las competencias que le otorga la mayoría simple, entre ellas, autorizar que el Presidente de la República pueda ser enjuiciado por el Tribunal Supremo, aprobar la Ley de Amnistía de los presos políticos o elegir el Presidente de la Asamblea Nacional, dos vicepresidentes, un secretario y un subsecretario. Si en principio el cargo de Maduro no corre peligro, es obvio que tendrá que luchar contra un Congreso adverso, dominado por la MUD, que abarca partidos políticos que van desde el centro izquierda a la derecha más conservadora, pero, eso sí, todos ellos democráticos. Un rayo de luz de esperanza, ahora sí, se vislumbra en Venezuela, como hace poco tiempo se vislumbró, salvando las distancias, en Argentina con la derrota del populismo kirchneriano.
            Ha ganado pues el pueblo venezolano y con él todos los demócratas no solo de Venezuela sino del resto del mundo, quienes estamos obligados a apoyarles sin reservas para que consigan recorrer con éxito su camino hacia la libertad. Han perdido pues los totalitarismos en sus múltiples facetas, los salvapatrias de tres al cuarto, los visionarios liberticidas que, ante cualquier pretexto, quieren imponer su particular visión de ver la vida. Y han quedado en evidencia quienes, fuera de Venezuela, por acción u omisión, ayudaron al chavismo, de palabra u obra, para que impunemente sometiera al pueblo venezolano, mirando hacia otro lado, cuando no justificando, la existencia de presos políticos, los juicios a opositores sin garantías judiciales y tantos otros síntomas de degeneración y perversión democrática. Y, por supuesto, todos aquellos que, interesadamente o por deformación democrática, alabaron e idolatraron a Chávez en su infernal proceso hacia el negro pozo de la intolerancia, quienes, ahora, tienen incluso la osadía de insultar al pueblo venezolano, justificando el falso carácter democrático del régimen chavista, por el mero hecho de que Maduro haya aceptado o se haya visto obligado a aceptar el resultado electoral.  Mayor desvergüenza, imposible.
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

martes, 1 de diciembre de 2015

ACERCA DE LA GUERRA



                        En los momentos difíciles que atraviesa Europa, amenazada por el yihadismo y en plena crisis inmigratoria e identitaria, conviene reflexionar sobre la guerra en que está inmersa Francia tras los últimos ataques terroristas, que no los únicos, pues algunos grupos sociales y políticos buscan aprovecharla electoralmente movilizando irresponsablemente a gentes de buena fe con proclamas demagógicas y maniqueas erigiéndose en recalcitrantes pacifistas, es decir, en los buenos, frente a quienes ejercen el natural y legítimo derecho a defenderse, a los que presentan como recalcitrantes belicistas, es decir, como los malos, cuando la realidad es que los malos, los perversos, son quienes, armados hasta las trancas, arremeten adrede y de forma directa contra poblaciones civiles indefensas en sus propios territorios o en los ajenos, provocando crueles matanzas colectivas, sin ofrecerles ninguna alternativa concreta de defensa inmediata ante semejante barbarie, sino meras reflexiones filosóficas sobre genéricos principios de lo que debiera ser, pero no es, la condición humana, lo que, en definitiva, favorece a los verdaderos recalcitrantes violentos, que son quienes actúan de forma tan sanguinaria e intolerable. La realidad es que, lamentablemente, la violencia y la guerra existen desde que el hombre es un ser socialmente organizado, en términos científicos, o desde que Caín mató a Abel, en términos bíblicos, y pretender acabar con semejante cruel realidad humana a través de proclamas callejeras con la patente pacifista genérica de un “no a la guerra” es, como mínimo, una ingenuidad irresponsable que, en definitiva, favorece a los contendientes más perversos y crueles. La realidad es que en todas las guerras que en el mundo han sido, al margen de vencedores y vencidos, poner equidistancia entre los contendientes es un garrafal error o un perverso proceder intencionado pues ni los objetivos, ni los principios, ni los niveles de crueldad de los contendientes son equidistantes, siempre unos son mejores y más humanos que otros. Y en esta concreta guerra de Francia, que es, o debiera ser, de Europa, de todos los Estados democráticos y también de todos los islamistas moderados, sus principales víctimas, no se requiere mucho esfuerzo mental para discernir a favor de quien hay que romper la equidistancia.
            Además, la legítima defensa es un principio básico de la condición humana desde que el mundo es mundo y presentar en el mismo plano de igualdad a quien la ejerce incluso mediante la fuerza de las armas y a quien agrede con ellas de forma violenta e indiscriminada, sin ajustarse a ningún principio normativo, ni legalidad internacional establecida para situaciones bélicas como principios básicos de humanidad, sino todo lo contrario, exhibiendo incluso los mayores grados de crueldad humana como argumento ejemplarizante para imponer un régimen de terror, es una majadería. Y algo incluso peor, si cabe, definir el ejercicio del derecho de defensa, como es el caso, como un acto de venganza. Pero si además se trata de auxiliar a un pueblo amigo y socio en la UE para compartir lo bueno y lo malo, y para defender solidariamente, frente al enemigo común, los mismos valores compartidos, que han consolidado el espacio de mayor libertad, igualdad y convivencia pacífica del Planeta, simplemente mirar hacia otro lado se convierte en un acto repudiable de insolidaridad, egoísmo y cobardía. Ni la paz, ni la libertad, ni la igualdad surgen por generación espontánea y a la vieja Europa le ha costado sangre, sudor y lágrimas conseguirlas. Demasiados sacrificios como para permitir que ahora nos las arrebaten impunemente. No es cuestión de venganza, sino de justicia; justicia con los pueblos que hoy luchan por liberarse de los totalitarismos y justicia con las generaciones venideras que tienen todo el derecho a recibir intacto todo el legado que fueron capaces de conseguir sus mayores, es decir, nuestros antepasados y nosotros mismos.
            Por todo ello y por muchas más razones, que no caben en este espacio, es rechazable, como mínimo, la reciente concentración (por cierto, poco numerosa) en repulsa “al terrorismo, el odio y sus guerras”, que, genéricamente, todos podríamos compartir, pero que, enmarcada en el manifiesto “No en nuestro nombre”, lo que busca es generar una oposición radical a la probable intervención de España, como ya están haciendo otros países, en la guerra contra el IS en Siria, diluyendo las razones que avalan la intervención en esta guerra en el océano de perversidades de todas las guerras presentes, pasadas y futuras, con el claro objetivo de arremeter contra el gobierno democrático establecido, para obtener supuestas ventajas electorales, tal como demuestran los voceríos: “No a la guerra, bases fuera”, “Que vaya a luchar el Partido Popular” o “Mariano, Rivera, iros a la guerra”. Sospechosamente, ni un reproche a partidos de izquierdas que, tanto en España como en Europa, apoyan la intervención. Es lo de siempre, la misma leña al mismo mono desde las mismas orejeras ideológicas. Eso sí, soluciones al problemón, ninguna.  
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena