sábado, 30 de julio de 2016

INVESTIDURA… O FARSA



                        Es paradójico (o más bien, parajódico) que quienes tienen la capacidad real de posibilitar una investidura en España, y lo saben (como lo sabemos todos los españoles), es decir PSOE y Ciudadanos, mantengan sus respectivas posturas bloqueadoras, reconozcan que no hay alternativa a la de Rajoy, estén en contra de que se convoquen terceras elecciones… y, a la vez, exijan de forma insólita que, aceptado el encargo real por parte del líder del PP, se presente cuanto antes a la sesión de investidura, como si su objetivo, más bien su obsesión, fuera buscar el fracaso de la misma, que conduciría a convocar nuevos comicios, en vez de abrirse a un razonable proceso de negociación tendente a un acuerdo que permita la urgente gobernabilidad de España. Por tanto, cabe preguntarse, si lo que se pretende es la investidura, en este caso de Rajoy, o una farsa que, de alguna forma, contrarreste la fracasada investidura antinatural del perdedor Sánchez, incomprensiblemente auspiciada por dichos partidos perdedores al prestarse voluntariamente a la misma sabiendo desde el principio que la perderían. Es la deducción lógica tras las reacciones pintorescas y especulativas, sin precedentes, que las cúpulas dirigentes de ambos partidos han tenido nada más conocer el encargo de Felipe VI a Rajoy, comunicado por escrito a Ana Pastor, como es habitual, en los siguientes términos: “De acuerdo con el art. 99.1 de la Constitución…… vengo en proponer al excelentísimo señor Don Mariano Rajoy Brey como candidato a la Presidencia del Gobierno. Lo que comunico a VE para que se formule al Congreso de los Diputados la oportuna propuesta”. Si el artículo mencionado añade en su apartado 2 que “El candidato propuesto conforme a lo previsto en el apartado anterior expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretende formar y solicitará la confianza de la Cámara”, no se entiende la insólita polémica generada sobre si Rajoy, con apoyos o sin ellos para ser investido, comparecerá a la sesión de investidura, ni que se le haya preguntado al respecto, ni que se exija ya a Ana Pastor que diga el plazo de negociación que concederá al candidato, ni otras tantas explicaciones prematuras que jamás se pidieron a candidatos precedentes desde Adolfo Suárez, incluido al propio Sánchez hace sólo unos meses.
            Se puede entender, aunque cuesta hacerlo ante tan delicada situación política, que titulares mediáticos y tertulianos interesados, para mantener el jolgorio (¡ellos sabrán con qué finalidad!), concluyan que Rajoy, aceptado el encargo del Rey en tiempo y forma, se compromete a intentar un acuerdo pero no a someterse a votación, simplemente porque ante tan impertinente pregunta (no formulada a nadie anteriormente) el candidato decide no contestar categóricamente ni “sí” ni “no” y simplemente manifiesta, supongo que con astucia, que “conviene no adelantar acontecimientos”, que ha llegado “el tiempo de hablar, de entenderse, de sumar esfuerzos y de colaborar”, que “España necesita un Gobierno ya; lo debe encabezar el PP porque así se respetará la voluntad de los ciudadanos y, además, porque no hay ninguna alternativa razonable al mismo”; y que se compromete a hacer lo que esté en su mano para lograr un pacto de gobierno, incluso ceder para conseguirlo, o gobernar en minoría con ciertas garantías mínimas en temas de Estado. ¿Dónde está pues la polémica?.
            Lo ininteligible es que los dirigentes del PSOE y de Ciudadanos, en vez de mostrar su disposición a negociar, le recuerden, como si Rajoy fuese un totalitario peligroso de dudosa solvencia democrática, su obligación constitucional de acudir a la Cámara para ser investido, cuando el candidato en ningún momento ha dicho lo contrario y cuando a nadie, una vez proclamado candidato, se le ha recordado tal obligación, dándola simplemente por hecha. Y lo ininteligible, inapropiado e intolerable es que el mismísimo Antonio Hernando (así le va al PSOE), se erija en protagonista de la farsa mediática y política manifestando, sin venir a cuento, que “Rajoy debería rectificar cuanto antes”, que “es muy grave lo que ha pasado” y “muy irresponsable lo que ha hecho” y que “nos sentaremos a hablar pero no a negociar”. ¿Qué hay que rectificar, cuál es la gravedad, dónde está la irresponsabilidad… en ofertar una negociación o en negarla de antemano? Seguramente si Hernando y compañía buscan en sus aledaños no le será difícil encontrar las respuestas. Bastaría con preguntarle: ¿Alguien exigió a Sánchez que explícitamente dijera si se presentaría a la sesión de investidura? ¿Alguien pidió a Patxi López que fijara el plazo de negociación a Sánchez nada más recibir la notificación del Rey como se le exige ahora a Ana Pastor? En fin, sólo desde el tancredismo político se pueden entender determinados comportamientos basados en sospechas y descalificaciones gratuitos que no aportan nada positivo ni a quienes los practican… a los sucesivos resultados electorales me remito. Elijan ustedes: ¿investidura o farsa?
Fdo. Jorge Cremades Sena

sábado, 23 de julio de 2016

MIEDO A LA RESPONSABILIDAD



                        No acabo de entender si nuestros líderes políticos tienen miedo a la responsabilidad o es que están moviéndose por alguna de esas noventa regiones oscuras del cerebro que acaban de descubrir los científicos. Prefiero moverme entre estas dos hipótesis, pues una tercera, la de que nos estén tomando el pelo como si fuéramos idiotas, me parece imperdonable y, para no caer en el asqueo y la decepción más profunda sobre esta incomprensible forma de hacer política (con minúscula), prefiero descartarla. Agarrándome al clavo ardiendo de la esperanza, opto por el miedo a la responsabilidad para entender lo incomprensible, pues la fobia a ejercer la responsabilidad con todas sus consecuencias, son, como las demás fobias, trastornos mentales de inmadurez, susceptibles de recuperación si se aplica una adecuada terapia, mientras que las desorientaciones cerebrales por regiones oscuras, aun inexploradas por la ciencia, nos llevarían a deambular por inhóspitas regiones mentales sin horizonte conocido. Por tanto, partiendo de la idea de que en un sistema democrático los partidos políticos (salvo los que apuestan por destruir dicho sistema, que debieran ser desterrados como socios gubernamentales) son meros instrumentos al servicio de los ciudadanos para lograr beneficios colectivos y no entes con fines en sí mismos y en beneficio propio, es intolerable que, tras unas elecciones democráticas, sus líderes sean incapaces de ponerse de acuerdo sobre el principal de los deberes encomendados, que es garantizar la gobernabilidad del Estado. Y más aún cuando semejante anomalía democrática puede suceder tras unas elecciones repetidas, corriendo el riesgo de incurrir en idéntica irresponsabilidad que en la fallida elección anterior, a pesar de que en estos comicios los ciudadanos hemos vuelto a mandatar la necesidad de un acuerdo político y para facilitarlo incluso hemos aclarado más aún, por si quedaban dudas, que ha de liderarlo, como es razonable y habitual, el partido más votado, el PP en este caso, concediéndole en su nueva victoria electoral mayor distancia respecto a los demás. Pues ni así los líderes políticos perdedores son capaces de entender el mensaje y, para justificar lo injustificable, comenzando por no reconocer claramente su estrepitoso fracaso electoral e incluso irse por ello, caen en tamañas contradicciones e incoherencias que ya no sólo ponen en duda sus capacidades de liderazgo político sino incluso las del sentido común.
            En efecto, cuando la oferta de Rajoy es hilvanar un pacto a tres con Ciudadanos y PSOE, un programa pactado (bien gubernamental o parlamentario a dos o a tres bandas) para garantizar al menos las reformas más urgentes que España necesita, se encuentra no sólo con el rechazo de sendos partidos a cualquier pacto de gobierno, sino también a cualquier pacto parlamentario de estabilidad sobre aquellas reformas que requieren mayoría cualificada en las Cortes, consiguiendo, a lo sumo, una predisposición mínima, por parte de Ciudadanos, que no del PSOE, a un rácano apoyo pasivo a la investidura, que puede provocar un intolerable espectáculo de terceras elecciones, que todos dicen rechazar. ¿Es ésta la conducta adecuada para evitarlas? ¿Es lo que el bien general necesita? Seguro que no.
            Sólo desde el miedo a ejercer la responsabilidad por el bien de los españoles con todas sus consecuencias, se puede entender que a lo más que apuesta Rivera es a abstenerse en la investidura de Rajoy y en segunda votación. ¿Por qué en ese caso no hacerlo a la primera si considera que es lo mejor? Y, en caso contrario, ¿por qué no ser totalmente irresponsable votando “no” a la investidura? Y sólo desde ese miedo se puede entender que Sánchez, sabiendo que los españoles le asignamos el papel de oposición, que él mismo reconoce, se empecine en bloquear una investidura urgente, instando a que se pacte con independentistas (y, si así fuera, criticarlo con toda razón) o a que Rivera diga por fin “sí” a la investidura para que él pueda vender mejor su cambio a la abstención.  
            Lo grave es que España no puede depender de que dos líderes devaluados por las urnas el 26-J, tras su errática estrategia de vetos al vencedor electoral el 20-D y su esperpéntico acuerdo frustrado de investidura, se entretengan ahora en cómo pueden salir menos tocados, culpándose recíprocamente de forma contradictoria, sabiendo que de ambos depende la gobernabilidad de España o ir a otras elecciones, que todos, incluidos ellos, dicen rechazar. Ambos pretenden ser oposición de un gobierno inexistente mientras impiden que se forme. ¿No es más bien un problema siquiátrico que político? En fin, solo desde el miedo a la responsabilidad, se puede entender que rechacen la oportunidad de sentarse, ante la oferta hecha por Rajoy, para poner sobre la mesa los graves problemas que tiene España y, entre ellos, pactar la mejor fórmula para resolverlos, que desde luego, ni es prorrogar esta situación de interinidad con nuevos comicios, ni investir un gobierno en minoría sin apoyos parlamentarios sólidos garantizados, al menos, para lo imprescindible y urgente.              
Fdo. Jorge Cremades Sena

martes, 12 de julio de 2016

SOFISMAS DEL PSOE



                        En esta semana, crucial para decidir sobre la urgente necesidad de conformar una gobernabilidad en España, asistimos a la lamentable noticia de que el PSOE, único partido con capacidad real de garantizarla (así lo han decidido los españoles), pretende despachar tan primordial asunto con un conjunto de sofismas (argumentos aparentes con que se quiere defender o persuadir lo que es falso) para eludir la alta responsabilidad que le hemos asignado. Incomprensible actitud, que no enmienda la errática trayectoria de su actual liderazgo, que le ha llevado a los peores resultados electorales desde la Transición. No es hora de sofistas, sino de políticos responsables con altura de miras, hombres de Estado capaces de asumir sus responsabilidades y, en todo caso, de afrontar sus decisiones ante la ciudadanía con argumentos razonables y razonados sin justificarlos con sofismas indecentes. El PSOE, como cualquier otro partido, tiene todo el derecho a tomar la decisión, equivocada o no, que considere oportuna de cara a la necesaria gobernabilidad del Estado, que, como en el 20-D, los españoles decidieron que la liderara el PP de Rajoy, vencedor en ambas elecciones; por tanto puede participar en la oferta de gobierno de coalición que le hacen los populares, puede apoyar la investidura de Rajoy a cambio de algunas contrapartidas, puede simplemente dejar que gobierne el partido más votado con su abstención o puede negarse a que lo haga votando contra la investidura, sabiendo que esto supone la convocatoria de unas terceras elecciones. Y, tras su decisión, asumir ante el pueblo las pertinentes consecuencias. Es así de sencillo. Pero lo que, a mi juicio, no puede ni debe hacer es intentar eludir cualquier responsabilidad con su famoso y contradictorio triple no, decidido por unanimidad en el Comité Federal (no a la investidura o acuerdo alguno con el PP, no a presentar a Sánchez para ser investido y no a convocar nuevas elecciones), sabiendo que, antes o después, tendrá que claudicar ante alguno de sus contradictorios “noes” y que en la medida que le toque será responsable de las consecuencias. Y, menos aún, lo que no puede ni debe hacer, es defender semejante contradicción (los tres “noes” son imposibles de cumplir a la vez), que finalmente le explotará en las manos, con demagógicos y cínicos sofismas que no resisten una mínima dosis de razonamiento.
            Es falso que Rajoy pueda buscar apoyos suficientes en la mayoría de derechas de la Cámara, pues, en el mejor de los casos, podría alcanzar 170 escaños (suma de PP, C´s, CC), pues la negativa de PNV y la deriva independentista de CDC (ahora PDC), los restantes partidos de derechas, invalida a peneuvistas y convergentes como aliados gubernamentales (salvo que se acepten sus ilegales propuestas), con lo que sus 13 votos (5 vascos y 8 catalanes), junto a los 156 de la supuesta izquierda (PSOE, Unidos Podemos) y los 11 de la izquierda independentista (ERC y Bildu) derrotarían la investidura por 175 votos a favor y 180 en contra. Así, el argumento del “no” a la investidura de Sánchez (ante el fiasco del folklórico frustrado intento anterior), del mantenimiento del “no” a la investidura de Rajoy y del “no” a nuevas elecciones, que todos los líderes dicen defender, es en sus términos una flagrante contradicción.
            Y es falso que, en caso de no llegar a una investidura, el “no” socialista equivaldría al “no” popular a la fracasada investidura de Sánchez, pues entonces, como ahora, fue Rajoy quien ganó las elecciones y Sánchez, perdedor progresivo en ambas, quien desde el inicio mantuvo el ”no” rotundo a cualquier negociación con el PP, incluida la oferta de Rajoy de pactar una gran coalición de gobierno o cualquier otra fórmula de gobernabilidad, hecha desde el primer instante tras los resultados del 20-D y que mantiene coherentemente tras los resultados del 26-J, siendo el único dirigente político que los ha mejorado. 
            ¿No hubiera sido más razonable, como ha venido siendo habitual en nuestra reciente historia democrática, llegar a un acuerdo de gobernabilidad con el partido que gana las elecciones o, en caso contrario, simplemente dejarle gobernar en vez de vetarle? Al parecer, Sánchez no lo entendió así y sigue sin entenderlo. Entonces, bajo el sofisma del “gobierno progresista de izquierdas” o del “gobierno del cambio”, que, según él y sus palmeros, habían decidido los españoles, osó a ser investido desde su segundo puesto perdedor y, obviamente fracasó; ahora, más perdedor todavía, superando el suelo electoral de entonces, e imposibilitado para volver a intentarlo, prefiere recurrir al contradictorio triple “no”, adornándolo con nuevos sofismas ante los ciudadanos. En definitiva poner trabas a la gobernabilidad del Estado. Un reiterado inmenso error que probablemente volverá a pagar muy caro el PSOE si, al final, opta por vulnerar su “no” a unas terceras elecciones con tal de seguir siendo fiel al frentismo anti-PP y el correspondiente “no” a permitirle gobernar. Vetar reiteradamente al ganador electoral suele ser mal negocio, sobre todo si quien veta es un reiterado perdedor progresivo.
                                               Fdo. Jorge Cremades Sena