No
acabo de entender si nuestros líderes políticos tienen miedo a la
responsabilidad o es que están moviéndose por alguna de esas noventa regiones
oscuras del cerebro que acaban de descubrir los científicos. Prefiero moverme entre
estas dos hipótesis, pues una tercera, la de que nos estén tomando el pelo como
si fuéramos idiotas, me parece imperdonable y, para no caer en el asqueo y la
decepción más profunda sobre esta incomprensible forma de hacer política (con
minúscula), prefiero descartarla. Agarrándome al clavo ardiendo de la
esperanza, opto por el miedo a la responsabilidad para entender lo
incomprensible, pues la fobia a ejercer la responsabilidad con todas sus
consecuencias, son, como las demás fobias, trastornos mentales de inmadurez,
susceptibles de recuperación si se aplica una adecuada terapia, mientras que
las desorientaciones cerebrales por regiones oscuras, aun inexploradas por la
ciencia, nos llevarían a deambular por inhóspitas regiones mentales sin
horizonte conocido. Por tanto, partiendo de la idea de que en un sistema
democrático los partidos políticos (salvo los que apuestan por destruir dicho
sistema, que debieran ser desterrados como socios gubernamentales) son meros
instrumentos al servicio de los ciudadanos para lograr beneficios colectivos y
no entes con fines en sí mismos y en beneficio propio, es intolerable que, tras
unas elecciones democráticas, sus líderes sean incapaces de ponerse de acuerdo
sobre el principal de los deberes encomendados, que es garantizar la
gobernabilidad del Estado. Y más aún cuando semejante anomalía democrática
puede suceder tras unas elecciones repetidas, corriendo el riesgo de incurrir
en idéntica irresponsabilidad que en la fallida elección anterior, a pesar de
que en estos comicios los ciudadanos hemos vuelto a mandatar la necesidad de un
acuerdo político y para facilitarlo incluso hemos aclarado más aún, por si
quedaban dudas, que ha de liderarlo, como es razonable y habitual, el partido
más votado, el PP en este caso, concediéndole en su nueva victoria electoral
mayor distancia respecto a los demás. Pues ni así los líderes políticos
perdedores son capaces de entender el mensaje y, para justificar lo
injustificable, comenzando por no reconocer claramente su estrepitoso fracaso electoral
e incluso irse por ello, caen en tamañas contradicciones e incoherencias que ya
no sólo ponen en duda sus capacidades de liderazgo político sino incluso las del
sentido común.
En
efecto, cuando la oferta de Rajoy es hilvanar un pacto a tres con Ciudadanos y
PSOE, un programa pactado (bien gubernamental o parlamentario a dos o a tres
bandas) para garantizar al menos las reformas más urgentes que España necesita,
se encuentra no sólo con el rechazo de sendos partidos a cualquier pacto de gobierno,
sino también a cualquier pacto parlamentario de estabilidad sobre aquellas
reformas que requieren mayoría cualificada en las Cortes, consiguiendo, a lo
sumo, una predisposición mínima, por parte de Ciudadanos, que no del PSOE, a un
rácano apoyo pasivo a la investidura, que puede provocar un intolerable
espectáculo de terceras elecciones, que todos dicen rechazar. ¿Es ésta la
conducta adecuada para evitarlas? ¿Es lo que el bien general necesita? Seguro
que no.
Sólo
desde el miedo a ejercer la responsabilidad por el bien de los españoles con
todas sus consecuencias, se puede entender que a lo más que apuesta Rivera es a
abstenerse en la investidura de Rajoy y en segunda votación. ¿Por qué en ese
caso no hacerlo a la primera si considera que es lo mejor? Y, en caso
contrario, ¿por qué no ser totalmente irresponsable votando “no” a la
investidura? Y sólo desde ese miedo se puede entender que Sánchez, sabiendo que
los españoles le asignamos el papel de oposición, que él mismo reconoce, se
empecine en bloquear una investidura urgente, instando a que se pacte con
independentistas (y, si así fuera, criticarlo con toda razón) o a que Rivera
diga por fin “sí” a la investidura para que él pueda vender mejor su cambio a
la abstención.
Lo
grave es que España no puede depender de que dos líderes devaluados por las
urnas el 26-J, tras su errática estrategia de vetos al vencedor electoral el
20-D y su esperpéntico acuerdo frustrado de investidura, se entretengan ahora
en cómo pueden salir menos tocados, culpándose recíprocamente de forma
contradictoria, sabiendo que de ambos depende la gobernabilidad de España o ir
a otras elecciones, que todos, incluidos ellos, dicen rechazar. Ambos pretenden
ser oposición de un gobierno inexistente mientras impiden que se forme. ¿No es
más bien un problema siquiátrico que político? En fin, solo desde el miedo a la
responsabilidad, se puede entender que rechacen la oportunidad de sentarse,
ante la oferta hecha por Rajoy, para poner sobre la mesa los graves problemas
que tiene España y, entre ellos, pactar la mejor fórmula para resolverlos, que
desde luego, ni es prorrogar esta situación de interinidad con nuevos comicios,
ni investir un gobierno en minoría sin apoyos parlamentarios sólidos
garantizados, al menos, para lo imprescindible y urgente.
Fdo. Jorge Cremades
Sena
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