La
contundente e indiscutible victoria de Syriza en Grecia, quedando sólo a dos
escaños de la mayoría absoluta, genera una oleada de sentimientos encontrados,
no sólo en Grecia sino en el resto de Europa y, si me apuran, en ámbitos que
trascienden el mapa europeo, levantando, según el color político de unos u
otros, alegrías o tristezas desbordadas que sólo el tiempo y los hechos
concretos las harán volver a su cauce. Por tanto desde el principio, convendría
esforzarse en hacer análisis objetivos de la situación para sosegar los ánimos
de unos y otros, evitando la confusión entre deseo y realidad que, sin duda,
generaría una esquizofrénica frustración colectiva en un futuro más o menos
próximo. Hay que aclarar que porque un partido radical de izquierdas haya
ganado en Grecia, ni se hunde el mundo, ni la UE se desmorona, ni se avecina el
caos, ni los griegos pasarán de la miseria a la opulencia, ni de la austeridad
al despilfarro, ni el sur se rebelará contra el norte, ni nada por el estilo.
Que el pueblo griego, como es su derecho, siguiendo las consignas de Tsipras,
haya apostado de forma contundente por los deseos, que la mayoría compartimos,
para nada cambia la cruda realidad que están viviendo los griegos, ni las
dificultades que atraviesa la Eurozona. A lo sumo sólo genera innecesarias
incertidumbres a causa de la agresividad manifiesta sin precedentes de Tsipras
contra la UE y sus instituciones. Al final, que de todas las miserias griegas,
como sucede en otros países, se culpe casi en exclusiva a la perversa Troika, porque,
a través de perversos gobiernos moderados, disfruta con que los diversos
pueblos se mueran de hambre, sólo sirve para ganar unas elecciones, pero no
para cambiar (y menos de forma radical y urgente) una realidad tozuda, cuya
mejora sustancial trasciende el ámbito de cualquier estado nacional e incluso
de la propia UE, frustrando las falsas expectativas. Lo único que ha cambiado
es que ahora le toca a Syriza y al gobierno de Tsipras (a quien hay que
felicitar por su triunfo democrático) gestionar esa cruda realidad que, si
dentro de la Eurozona es complicada (como con sus antecesores), fuera de ella
se antoja prácticamente imposible. En todo caso, como gobernante soberano,
Tsipras tiene todo el derecho, asumiendo las consecuencias, a afrontar la
situación como mejor crea conveniente, pero, obviamente, respetando que el
resto de gobernantes soberanos (en especial sus aliados europeos) tienen
idéntico derecho a afrontarla de forma distinta. Y que cada palo aguante su
vela.
Pasadas
las elecciones, como es el caso, ya no valen las estrategias electorales. Ni
las del miedo, ni las de las utopías filosóficas de las recetas mágicas, ni las
demagógicas. Ni vale culpar a los acreedores (240.000 millones de euros en
total) de los rescates solicitados por los anteriores gobiernos griegos y,
menos aún si, como España con 26.000 millones aportados, lo hicieron teniendo
graves dificultades internas. Ahora sólo vale gestionar la cruda realidad del
día a día con los escasos medios y recursos que se tienen. Y, lamentablemente,
no se puede hacer milagros con ellos. Menos aún si, además de la descomunal
deuda, que te niegas a pagar, necesitas varios miles de millones más
urgentemente para hacer frente a los gastos corrientes básicos y tienes el
crédito cerrado para financiarlos. Es una absoluta incongruencia que en tamañas
circunstancias se puedan satisfacer las expectativas generadas a corto plazo
mediante una política prometida de expansión del gasto, cuando el problema no
está en gastar más, sino en gastar mejor, especialmente si se está al borde de
la quiebra. Es confundir el deseo con la realidad.
Cierto
que “la austeridad no está consagrada en ningún tratado europeo”, como dice
Tsipras, pero el despilfarro o el gasto infinito tampoco. Menos aún si, para
evitar la suspensión de pagos, como en 2010, se solicita ayuda financiera y
salta a la luz la falsificación de los datos macroeconómicos (3´7% de déficit,
cuando era el 12´7%), quedando obviamente obligado a cumplir el Pacto de
Estabilidad, como el resto de socios europeos ante la crisis. Los famosos
recortes presupuestarios, para reducir el déficit (respondidos con numerosas
manifestaciones, disturbios y cinco huelgas generales) situaban a Grecia como
el primer país europeo en pedir ayuda externa… y, desde entonces, el caos
(segundo rescate en 2011) hasta abril de 2014 en que Grecia regresa a los
mercados financieros y con terribles dificultades inicia una tímida
recuperación, que ahora no puede ni debe tirarse por la borda.
Por
tanto, de momento, aunque todo puede empeorar, ninguna tragedia griega por el
triunfo de Syriza, sustituyendo al PASOK en el tradicional bipartidismo,
mientras el neonazi Amanecer Dorado espera hacer lo propio con el
centro-derecha Nueva Democracia. Ya Tsipras, bajando el tono, habla de alargar
los plazos en vez de impagos o quitas de la deuda, consciente de que la UE ni
puede ni debe apostar por estas políticas suicidas (detrás de Grecia, habría
colas). La “dignidad nacional” griega de la que habla Tsipras, no se consigue
incumpliendo los compromisos adquiridos, también está en juego la dignidad de
los demás si se someten a las imposiciones o ataques de Grecia a sus legítimos
intereses como si nada sucediera. Sólo la vía negociadora, razonada y
razonable, puede evitar que el drama griego sí acabe al final en tragedia. Y
para ello se requiere buenas dosis de moderación, responsabilidad y confianza
por parte de todos, que, salvo esquizofrenias añadidas, es lo que debiera
suceder y sucederá finalmente.
Fdo. Jorge Cremades Sena