miércoles, 28 de enero de 2015

GRECIA, DESEO Y REALIDAD

                        La contundente e indiscutible victoria de Syriza en Grecia, quedando sólo a dos escaños de la mayoría absoluta, genera una oleada de sentimientos encontrados, no sólo en Grecia sino en el resto de Europa y, si me apuran, en ámbitos que trascienden el mapa europeo, levantando, según el color político de unos u otros, alegrías o tristezas desbordadas que sólo el tiempo y los hechos concretos las harán volver a su cauce. Por tanto desde el principio, convendría esforzarse en hacer análisis objetivos de la situación para sosegar los ánimos de unos y otros, evitando la confusión entre deseo y realidad que, sin duda, generaría una esquizofrénica frustración colectiva en un futuro más o menos próximo. Hay que aclarar que porque un partido radical de izquierdas haya ganado en Grecia, ni se hunde el mundo, ni la UE se desmorona, ni se avecina el caos, ni los griegos pasarán de la miseria a la opulencia, ni de la austeridad al despilfarro, ni el sur se rebelará contra el norte, ni nada por el estilo. Que el pueblo griego, como es su derecho, siguiendo las consignas de Tsipras, haya apostado de forma contundente por los deseos, que la mayoría compartimos, para nada cambia la cruda realidad que están viviendo los griegos, ni las dificultades que atraviesa la Eurozona. A lo sumo sólo genera innecesarias incertidumbres a causa de la agresividad manifiesta sin precedentes de Tsipras contra la UE y sus instituciones. Al final, que de todas las miserias griegas, como sucede en otros países, se culpe casi en exclusiva a la perversa Troika, porque, a través de perversos gobiernos moderados, disfruta con que los diversos pueblos se mueran de hambre, sólo sirve para ganar unas elecciones, pero no para cambiar (y menos de forma radical y urgente) una realidad tozuda, cuya mejora sustancial trasciende el ámbito de cualquier estado nacional e incluso de la propia UE, frustrando las falsas expectativas. Lo único que ha cambiado es que ahora le toca a Syriza y al gobierno de Tsipras (a quien hay que felicitar por su triunfo democrático) gestionar esa cruda realidad que, si dentro de la Eurozona es complicada (como con sus antecesores), fuera de ella se antoja prácticamente imposible. En todo caso, como gobernante soberano, Tsipras tiene todo el derecho, asumiendo las consecuencias, a afrontar la situación como mejor crea conveniente, pero, obviamente, respetando que el resto de gobernantes soberanos (en especial sus aliados europeos) tienen idéntico derecho a afrontarla de forma distinta. Y que cada palo aguante su vela.
            Pasadas las elecciones, como es el caso, ya no valen las estrategias electorales. Ni las del miedo, ni las de las utopías filosóficas de las recetas mágicas, ni las demagógicas. Ni vale culpar a los acreedores (240.000 millones de euros en total) de los rescates solicitados por los anteriores gobiernos griegos y, menos aún si, como España con 26.000 millones aportados, lo hicieron teniendo graves dificultades internas. Ahora sólo vale gestionar la cruda realidad del día a día con los escasos medios y recursos que se tienen. Y, lamentablemente, no se puede hacer milagros con ellos. Menos aún si, además de la descomunal deuda, que te niegas a pagar, necesitas varios miles de millones más urgentemente para hacer frente a los gastos corrientes básicos y tienes el crédito cerrado para financiarlos. Es una absoluta incongruencia que en tamañas circunstancias se puedan satisfacer las expectativas generadas a corto plazo mediante una política prometida de expansión del gasto, cuando el problema no está en gastar más, sino en gastar mejor, especialmente si se está al borde de la quiebra. Es confundir el deseo con la realidad.
            Cierto que “la austeridad no está consagrada en ningún tratado europeo”, como dice Tsipras, pero el despilfarro o el gasto infinito tampoco. Menos aún si, para evitar la suspensión de pagos, como en 2010, se solicita ayuda financiera y salta a la luz la falsificación de los datos macroeconómicos (3´7% de déficit, cuando era el 12´7%), quedando obviamente obligado a cumplir el Pacto de Estabilidad, como el resto de socios europeos ante la crisis. Los famosos recortes presupuestarios, para reducir el déficit (respondidos con numerosas manifestaciones, disturbios y cinco huelgas generales) situaban a Grecia como el primer país europeo en pedir ayuda externa… y, desde entonces, el caos (segundo rescate en 2011) hasta abril de 2014 en que Grecia regresa a los mercados financieros y con terribles dificultades inicia una tímida recuperación, que ahora no puede ni debe tirarse por la borda.
            Por tanto, de momento, aunque todo puede empeorar, ninguna tragedia griega por el triunfo de Syriza, sustituyendo al PASOK en el tradicional bipartidismo, mientras el neonazi Amanecer Dorado espera hacer lo propio con el centro-derecha Nueva Democracia. Ya Tsipras, bajando el tono, habla de alargar los plazos en vez de impagos o quitas de la deuda, consciente de que la UE ni puede ni debe apostar por estas políticas suicidas (detrás de Grecia, habría colas). La “dignidad nacional” griega de la que habla Tsipras, no se consigue incumpliendo los compromisos adquiridos, también está en juego la dignidad de los demás si se someten a las imposiciones o ataques de Grecia a sus legítimos intereses como si nada sucediera. Sólo la vía negociadora, razonada y razonable, puede evitar que el drama griego sí acabe al final en tragedia. Y para ello se requiere buenas dosis de moderación, responsabilidad y confianza por parte de todos, que, salvo esquizofrenias añadidas, es lo que debiera suceder y sucederá finalmente.

                                    Fdo. Jorge Cremades Sena 

jueves, 22 de enero de 2015

TOMADURAS DE PELO, NO

                        En democracia cabe cualquier iniciativa política por pintoresca, utópica o absurda que sea o parezca. De hecho, si analizamos una por una todas las opciones que se ofertan o se han ofertado a los ciudadanos en las distintas campañas electorales, no sólo en España sino en el resto de países democráticos, observaremos que las hay para todos los gustos. Valga de ejemplo que partidos como, entre otros muchos por el estilo, “El Partido Pirata”, “La Sandía con tres Avances” o “Ciudadanos Agobiados y Cabreados” están inscritos en el registro y han concurrido a elecciones con mayor o menor éxito e interés mediático. Asimismo determinados líderes políticos, más o menos fugaces, han sorprendido con pintorescas trayectorias políticas como, por ejemplo, la Cicciolina, Ruiz Mateos o Beppe Grillo, quienes, entre otros muchos, simplemente aprovecharon el tirón mediático por razones personales, profesionales o coyunturales para dar el salto a la política. Por tanto, nada que objetar al respecto. Al fin y al cabo son los ciudadanos quienes eligen, como debe ser, y cada uno tendrá sus propias razones a la hora de emitir su voto, al margen de si la opción elegida es creíble y viable o si es un proyecto serio de gobierno o una determinada ocurrencia o reivindicación sensata. En definitiva, por absurdas que sean las ofertas o estrafalarios sus mentores, unas y otros caben dentro del juego político democrático. Durante la correspondiente campaña electoral hay tiempo para desenmascarar la conveniencia o no de las distintas opciones, con el fin de que los electores voten con conocimiento de causa. Y, tras ello, a acatar los resultados. Cualquier propuesta, por disparatada que sea, es digna de tomarse en serio y merecedora de la pertinente crítica. Lo indigno y rechazable son las tomaduras de pelo a los ciudadanos como si fuéramos imbéciles. Y para tomaduras de pelo, las que pretenden algunos líderes de Podemos.
            Es innegable que Podemos desde su aparición en la escena política, enarbolando la bandera de la decencia más absoluta y arremetiendo contra el universo político establecido, no ha dejado indiferente a nadie. Sus líderes, baqueteados en la militancia de partidos de izquierdas, especialmente de IU y PSOE, antes de ser abducidos por el populismo de algunos regímenes latinoamericanos, reaparecen en la escena política española como por arte de magia, sin pasado alguno, sin la más mínima mácula que pudiera delatarlos como humanos. Arremeten contra todo lo establecido y como ángeles exterminadores anuncian finiquitar el sistema político, al que llaman “régimen del 78”, acabar con sus protagonistas, a los que llaman “casta”, y “barrer” toda la basura que sus perversos e indecentes comportamientos han ido dejando en esta España azotada por la crisis. Como adalides de la pureza defienden todas las causas, las unas y sus contrarias, y, para no espantar a nadie, declaran no ser ni de izquierdas ni de derechas, descolocando a sus antiguos camaradas, especialmente a los de IU, que en principio les suponían como el soplo de aire fresco necesario para una ansiada remontada tras décadas de frustración y no como el huracán definitivo que acabaría con ellos. Y, como profetas del paraíso, anuncian la buena nueva de no pagar la deuda pública, de jornadas de trabajo de 35 horas semanales, jubilación a los 60 años, prohibición de despidos a empresas con beneficios, paga universal por el mero hecho de ser ciudadano español… y, si me apuran un poco, hasta incrementar sustancialmente la esperanza de vida de los españoles. Nada que objetar, aunque sólo sea por respeto a quienes de buena fe creen que existen los gnomos; quienes no creemos intentaremos demostrárselo.
            Sin embargo, incluso antes de tocar poder y presupuesto, determinados comportamientos de algunos de ellos evidencian que, como si fuéramos imbéciles, nos están tomando el pelo y no precisamente por sus propuestas. Y una cosa es ser crédulos, y otra ser tontos. Ahora resulta que preguntarles por determinadas conductas poco decorosas, pasadas o presentes, de los líderes de Podemos (Errejón, Iglesias, Monedero…) es una campaña de desprestigio contra ellos, pero si es sobre los demás es el derecho ciudadano a conocer la trasparencia de sus representantes. Olvidan que para ello tanto importan los manejos de Bárcenas, la procedencia de su dinero, el pago de sus impuestos y cualquier otra conducta irregular, como los de Monedero, Iglesias o Tania Sánchez, por ejemplo. Es indecente que Carolina Bescansa diga que se les pregunta “por Tania Sánchez porque todo vale para atacar a Podemos” o que, como el propio Iglesias, responda que confía “personalmente en su honorabilidad y honestidad”. A nadie le importa lo que personalmente crea Iglesias o Bescansa sobre Tania, como lo que crea Rajoy sobre Rato. Lo que se exige es una valoración política sobre unos hechos supuestamente delictivos o, en todo, no ajustados al patrón ético exigible en un político transparente. Si Iglesias no tiene “ninguna duda sobre la honorabilidad de Tania” es su problema, como el de Alegre, su subalterno en Madrid, si piensa que “el PP y la casta de IU” se han unido contra ella para desprestigiarla. El problema es saber si Podemos avala o no las conductas irregulares de los políticos según el arbitrario criterio de quiénes las protagonicen y no según los hechos. Tengo la certeza de que de no tratarse de Tania, pareja de Iglesias, o de cualquiera de sus compañeros de Podemos, sino de alguien del PP o del PSOE, por ejemplo, las respuestas serían diametralmente opuestas. ¿No les parece a ustedes? Y, por tanto, tomaduras de pelo, no. O, al menos, las mínimas.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

sábado, 17 de enero de 2015

LIBERTAD Y SEGURIDAD

                        Los sangrientos sucesos en París han desatado, como era previsible, un falso debate político, el de siempre, entre “libertad o seguridad”, cuando el verdadero debate, el necesario y urgente, debiera ser el de “libertad y seguridad”. Sólo intereses espurios justifican la disyuntiva en el binomio libertad-seguridad, formado por dos conceptos esenciales en términos democráticos, pues es imposible, por razones obvias, que, sin seguridad, haya libertad, ya que, no en abstracto sino en concreto, no se podrían ejercer las libertades reconocidas, tanto las individuales como las colectivas, cuyo ejercicio quedaría al arbitrio caprichoso de los más fuertes, de los más poderosos. Es obvio que puede haber seguridad sin libertad, como sucede en algunos estados dictatoriales, pero jamás libertad sin seguridad, como sucede en todos los estados democráticos consolidados. Una seguridad, democráticamente establecida dentro de un marco legal adecuado, precisamente como garantía de las libertades ciudadanas que en él se recogen. Por tanto quienes se empeñan en cambiar la copulativa por la disyuntiva en el binomio libertad-seguridad se colocan en el terreno de la demagogia sin interés alguno por defender la libertad, lo que sólo puede explicarse desde la ignorancia o desde el miope objetivo de obtener una rentabilidad política partidaria mediante sofismas que caerían por su propio peso ante la más mínima reflexión razonada al respecto. Por tanto, el debate sólo tiene sentido estrictamente cómo búsqueda de un equilibrio satisfactorio entre los términos libertad y seguridad, complementarios y no antagónicos, que, obviamente, al no ser objetivo, pues cada uno puede entender dicho equilibrio de forma distinta, habrá que buscar el punto de objetividad imprescindible en la mayoritaria sensación que tenga la ciudadanía sobre si los actuales medios y mecanismos (legales, humanos, materiales, instrumentales, institucionales…) del Estado son los adecuados o no para garantizar el ejercicio de sus derechos y libertades con total normalidad. Lo contrario supondría someter a la mayoría de la población a una inseguridad indeseable, lo que, en términos democráticos carece de sentido y de justificación.
            Si concluimos pues que libertad y seguridad son inseparables en democracia, no tiene sentido un viciado debate a favor de la libertad cuando los hechos ponen de manifiesto, como es el caso, un desequilibrio en contra de la seguridad, generando una indeseable inseguridad para la ciudadanía, tal como, no sólo en España sino en otros países democráticos manifiestan las encuestas. Incurren por tanto en una estúpida contradicción quienes, como ciudadanos de un sistema democrático consolidado y basado en el imperio de la ley, cuando su gobierno democrático de turno elegido por ellos (sea del signo político que sea) decide ante amenazas evidentes a la libertad y para defenderla mejor, proponer y adoptar medidas que refuercen la seguridad, recurren al argumento de que lo que realmente quiere dicho gobierno es recortar las libertades de los ciudadanos con el pretexto de protegerlos. Quienes afrontan asunto tan delicado y complejo con semejante prejuicio a un sistema democrático constituido legítimamente y que funciona bajo el imperio de la ley, evidencian su escasa convicción democrática al sembrar sombras de dudas infundadas sobre la intencionalidad perversa del gobierno que ha elegido el pueblo y que, en todo caso, de ser cierta la grave acusación, sería éste quien decidiría revalidarlo o sustituirlo por otro. Semejante comportamiento, por el mero hecho de que el signo político del gobierno no sea de tu agrado, en vez de colaborar con él en la búsqueda de una mayor seguridad para garantizar la libertad amenazada, es simplemente mezquino, ruin e indecente.
            Dice el Ministro de Interior que “Hasta ahora teníamos un determinado equilibrio entre libertad y seguridad. Ahora hay un incremento de la amenaza por el terrorismo yihadista y hay que conseguir un nuevo equilibrio. Ese es el debate”. ¿Algo que objetar? Supongo que no. No se trata, ni en España ni en el resto de Europa, de sacrificar las libertades de los ciudadanos por mero capricho de las malévolas intenciones de los respectivos gobiernos democráticos; ni se trata, como dicen algunos, de quedar al arbitrario parecer de los respectivos ministros de Interior (en todo caso elegidos por los ciudadanos para garantizar nuestra seguridad en el disfrute de nuestras libertades); se trata de establecer nuevos mecanismos excepcionales, que no de excepción, que restablezcan el necesario equilibrio entre libertad y seguridad, para afrontar con eficacia las excepcionales amenazas surgidas, antes de que éstas se impongan definitivamente (como ha sucedido en otros momentos históricos y sucede ahora en algunos países) mientras gastamos todas nuestras energías en un estéril debate teórico sobre quienes son más forofos de la libertad o de la seguridad, cuando, como demócratas, debiéramos ser equidistantes.
            Cierto que en la búsqueda del citado equilibrio, hay que hilar bien fino, pero siempre teniendo presente que en las sociedades democráticas el enemigo no es el Ministro de Interior, como algunos pretenden, sino todo lo contrario. Es ministro de todos los ciudadanos, pertenezcan o no a su ideología, y, como todo el mundo, está sometido al Imperio de la ley, que, obviamente, ha de estar al servicio de la ciudadanía y, cuando queda obsoleta o es inadecuada, hay que cambiarla. Es así de sencillo, pero teniendo en cuenta que ni la libertad, ni la seguridad, son ilimitadas.

                                    Fdo. Jorge Cremades Sena

martes, 13 de enero de 2015

AMENAZAS A GRECIA

                        Un simple artículo periodístico en el que se insinúa que el gobierno de Merkel considera “inevitable” una salida de Grecia de la eurozona, si el izquierdista Tsipras, tras ganar las elecciones, pone fin a las políticas reformistas e incumple los compromisos adquiridos, ha generado un terremoto político verbal de considerable magnitud en toda Europa. Desde el calificativo de “chantaje evidente para desestabilizar a Grecia” que le hace el líder izquierdista alemán Riexinger, hasta el de “amenazar a Grecia no lleva a ninguna parte” de la dirigente de Syriza Rena Dourou, pasando por el de “los que pretenden amenazar desde fuera sólo tienen un calificativo: enemigos de la democracia”, del líder de Podemos, Pablo Iglesias, se pretende instalar en la opinión pública el mantra sicológico de que Grecia está siendo amenazada severamente por los liberticidas europeos que gobiernan Europa desde hace décadas. Y eso que no ha habido confirmación oficial de la noticia por parte del gobierno alemán. Por tanto, teniendo en cuenta la habilidad de estos nuevos paladines de la libertad para manipular demagógicamente los conceptos, dotándolos de doble significado, según se apliquen a ellos o a sus contrincantes políticos, conviene aclarar el caos, intencionadamente provocado, al menos desde un punto de vista terminológico, aplicado al contexto político concreto que nos ocupa, pues, si como dice Iglesias, “no va a venir ningún alemán, ningún fondo de inversión, ningún banco extranjero a decirles a los españoles, a los griegos, a los portugueses o los irlandeses qué tenemos que votar” no es menos cierto que de lo que se trata no es de una amenaza, ni de una imposición sino, en todo caso, de una advertencia sobre las consecuencias que podría tener para los griegos un gobierno euroescéptico, al igual que ellos advierten de las consecuencias derivadas, según su criterio, de un gobierno de derechas al que incluso llegan a calificar como fascista. Y luego, obviamente, que cada cual vote lo que le venga en gana. ¡Faltaría más!
            Que en pleno debate electoral, ahora en Grecia, luego en España, los partidos concurrentes, adviertan a los ciudadanos de los peligros o consecuencias que, según el criterio de cada uno, se puedan derivar si los votantes optan por una determinada opción política u otra no supone amenaza alguna. Todos lo hacen. El mismo derecho tiene Merkel, por ejemplo, en advertir que Grecia puede incluso empeorar con un gobierno de Syriza, que Iglesias en advertir que si no gobierna su amigo Tsipras los griegos jamás levantarán cabeza por culpa de la Troika. ¿Por qué en un caso es amenazar y meter miedo y en el otro no? Amenazas por tanto, ninguna… o ambas. Y, en cuanto a miedos se refiere, curiosamente, es Iglesias quien habla de miedos y de que estos con él cambian de bando. Al final, por encima de estas demagogias, la gente sabe que no cumplir los compromisos internacionales adquiridos, que no afrontar las deudas y que otras cuestiones por el estilo, supone, como mínimo, que no te van a seguir prestando dinero para financiar tus proyectos. Y también sabe que, si no tienes dinero propio, como es el caso, es imposible subir las pensiones, adelantar la edad de jubilación, mejorar los servicios públicos y, en definitiva, practicar cualquier política expansiva. Esa es la realidad.
            Parece pues más honesto, en todo caso, si se trata de hablar de amenazas, que no es Grecia la amenazada, sino que desde allí son algunos quienes amenazan con el impago de la deuda (ahora reestructuración, para suavizar la amenaza), como hace Syriza (al igual que Podemos en España), lo que le puede costar a Berlín unos 76.000 millones (y a España unos 26.000, no lo olvidemos), siendo ambos socios de Grecia en la UE. ¿Quién amenaza a quién? Júzguenlo ustedes. ¿Quién mete miedo? Y, desde luego, es mucho más honesto, decirles a los griegos, como después a los españoles, que fuera de la UE, tal como está hoy el patio internacional, no hay solución; que sería peor el remedio que la enfermedad; que, con mayor o menor acierto, es en la UE donde hay que buscar las soluciones y que éstas no se buscan amenazando con no pagar lo que les debes a tus socios, ni imponiéndoles una quita, ya que, en ese caso, es cuando se corre el riesgo, sin precedentes, de quedar al margen de las políticas monetarias de la eurozona o simplemente de hacer saltar por los aires el chiringuito europeo. Y si es eso lo que se pretende, hay que decirlo con total claridad, no para que nadie diga a nadie lo que ha de votar, sino para que los votantes sepan perfectamente lo que está en juego.
Nadie dejará caer a Grecia, ni apostará porque abandone la eurozona. A nadie le interesa. Pero, a la vez, todos le exigirán el cumplimiento de los compromisos adquiridos, no sólo con sus propios socios europeos, sino con terceros. Y esto no supone amenaza alguna, ni meter miedo a nadie. La verdadera amenaza y el miedo proceden de quienes, de forma irresponsable, mienten a los ciudadanos haciéndoles creer que, en caso de gobernar, es factible practicar sus irresponsables proyectos sin acarrear consecuencias negativas, como es el caso.

                                    Fdo. Jorge Cremades Sena

jueves, 8 de enero de 2015

EUROPA, AMENAZADA

                        Ensimismados en nuestros problemas domésticos, los europeos somos incapaces de afrontar con contundencia el verdadero peligro, o al menos el más importante, que amenaza de forma rotunda nuestra convivencia en paz y en libertad. Siendo importante, como destacan hoy los medios, que la caída del petróleo pone a la UE al borde de la deflación, que aumenta la presión para que el BCE compre deuda soberana, o que en Grecia hay una fuga masiva de capitales de más de 3.000 millones en un mes, y tantos otros asuntos por el estilo de tipo político o económico, ninguna de estas preocupaciones tiene sentido si, al final, perdemos los valores democráticos que inspiran nuestra convivencia. Y la llamada civilización de Occidente, además de estos asuntos caseros, está seriamente amenazada por liberticidas internos y externos, mientras que, al menos en lo que toca a la vieja Europa, ni estamos ni se nos espera en los momentos de poner toda la carne en el asador para hacerles frente. No es la primera vez en la Historia europea que un pacifismo mal entendido, que una escrupulosa y enfermiza concepción inmaculada de tolerancia ilimitada, nos ha conducido al caos. No entender, precisamente, que la democracia y la libertad tienen todo el derecho a defenderse de forma contundente de quienes hacen del belicismo y la intolerancia la razón de su existencia es jugar a favor del totalitarismo y la esclavitud, poniendo en grave riesgo una convivencia de progreso, paz y libertad a base de hacer cada vez más débiles a los demócratas. El reciente ataque terrorista al semanario satírico “Charlíe Hebdo” en París, ni es una venganza (en todo caso intolerable) por las caricaturas de Mahoma, ni es un hecho coyuntural protagonizado por tres dementes surgidos por generación espontánea, ni es un atentado aislado contra la libertad de expresión… es, sencillamente, como el resto de atentados terroristas que, desgraciadamente, se vienen dando en diferentes países europeos, un sanguinario episodio más dentro de la estrategia diabólica de un plan perfectamente organizado con el claro objetivo de finiquitar el sistema de libertades de Occidente.
            Ahora, pese al dolor infinito y la indignación colectiva por semejante barbarie, como todas las que cotidianamente nos muestran los medios de comunicación, nos toca, como demócratas, hacer un llamamiento a la calma y a la serenidad. Ni islamofobias, ni fobias de ningún tipo, pues los musulmanes de bien, como los cristianos o los judíos de bien, como cualquier persona de bien, creyente o no, nada tienen que ver con los energúmenos que sólo entienden el lenguaje del terror como su mejor forma de expresión. Ni medidas excepcionales, ni estrategias heterodoxas desde el punto de vista legal, pues los enemigos de la libertad esperan precisamente el más mínimo comportamiento irregular por parte de las instituciones y las autoridades del Estado, del nuestro o del de cualquier otro Estado de Derecho, para socavar más aún los cimientos democráticos. Toca pues perseguir a los terroristas, ya identificados, encarcelarlos y someterlos a un juicio justo con todo tipo de garantías procesales con arreglo a la legalidad democráticamente establecida. En definitiva, se trata de oponer nuestra fuerza de la razón, que es la ley, frente a su razón de la fuerza, que es la barbarie, por extraño que parezca. Es lo que nos diferencia de ellos.
            Pero, dicho lo anterior, también debiera tocar, una reflexión profunda sobre la ineficacia de una legalidad excesivamente permisiva y garantista con los violentos, con los liberticidas que, como los yihadistas franceses que hoy ocupan nuestra atención, antes de sembrar el terror definitivo, el que ya no tiene remedio, han ido dejando un reguero de actos y comportamientos violentos en los márgenes del marco legal y cuando lo han incumplido alguna vez, como es el caso, se han visto favorecidos con penas leves y sus correspondientes ventajas penitenciarias. Si la esencia del Estado de Derecho Democrático es la exigencia estricta del cumplimiento de la legalidad vigente, para nada se menoscaba la democracia, sino todo lo contrario, con que dicha legalidad sea mucho más severa y más dura con quienes atentan de palabra u obra contra ella. Por dura que sea la legalidad democrática frente a quienes la incumplen no se atenta contra la libertad, sino todo lo contrario. Los legisladores europeos, en todos y cada uno de sus respectivos países, al margen del signo ideológico democrático que tenga cada uno de ellos, tienen la obligación inexcusable de dotar a esta amenazada vieja Europa de los instrumentos legales y materiales necesarios para poder defenderse de sus enemigos internos o externos antes de que ellos acaben con ella. Aún estamos a tiempo de llevar a sus justos términos la tolerancia intolerable que tanto gusta a los intolerantes, así como la seguridad insegura que tanto gusta a los violentos, mientras los pseudodemócratas la aplauden con el argumento de defender la libertad. En fin, hoy estamos a tiempo, mañana puede que ya sea demasiado tarde. Los pueblos de Europa tienen la última palabra.

                                    Fdo. Jorge Cremades Sena

viernes, 2 de enero de 2015

SYRIZA EN GRECIA, PODEMOS EN ESPAÑA Y…

                        Y podríamos completar una larga lista de partidos populistas europeos, siguiendo con el también griego Amanecer Dorado de extrema derecha, el FPO austriaco, el Frente Nacional francés (o el izquierdista FDI), la Liga Norte italiana (o el izquierdista Movimiento Cinco Estrellas), el UKIP británico, la Alternativa para Alemania, el Partido por la Libertad holandés… y así sucesivamente, tanto en países de la UE como en países terceros, en muchos de ellos, como ven, con la doble versión contrapuesta de radicalismo o populismo de extrema derecha o extrema izquierda. Al final, por el famoso principio de que los extremos se tocan, unos y otros vienen a ser lo mismo, convergiendo en el objetivo de finiquitar el sistema político democrático hegemónico en la inmensa mayoría de los Estados de Europa y en la propia UE (liderado durante décadas por la alternancia política entre moderados de derecha e izquierda) e implantar otro sistema, reinventado a su imagen y semejanza. Eso sí, un nuevo sistema indefinido e impreciso que, obviamente, a medida que crece entre las distintas poblaciones el apoyo a estos partidos populistas radicales genera una preocupación progresiva en el sistema político actual vigente ya que, no por definición sino por aproximación comparativa con referentes que gozan de la admiración de sus respectivos líderes, ya sean referentes actuales (bolivarianismo, castrismo, chavismo…) o históricas (nacismo, comunismo…), todos ellos suponen o supusieron un empeoramiento respecto al sistema actual vigente y, en definitiva, el fracaso rotundo de una convivencia en paz, progreso y libertad. Estos populismos, que no son ni de izquierda ni de derecha (así se autodefinen muchos de ellos), no basan su atractivo en cuestiones de ideología, ni de principios, sino en su estrategia de fomentar y aprovechar el descontento en momentos de crisis para cosechar votos de todas partes adaptando su discurso a las necesidades de cada momento, sin orden ni concierto, con la prioritaria y casi única finalidad de alcanzar el poder como sea.
            Maestros todos ellos en aglutinar descontentos, tanto de un asunto como el contraria, se mueven como pez en el agua en la oposición democrática; maestros en arremeter contra un mal ajeno (Bruselas, capitalismo, inmigración, bancos…), siempre culpable de todos los males de la sociedad, jamás son responsables de nada; y maestros en diseñar proyectos alternativos a base de sofismas atractivos, obviamente irrealizables, sus programas (si es que los tienen) no aguantan ni un cuarto de hora de análisis crítico riguroso. Pero ello no importa, lo importante es menoscabar la gobernabilidad y el “statu quo” y, para ello, cuanto peor, mejor, aunque, si se consigue el respaldo mayoritario democrático (¡menos mal!) la alternativa se desvanezca como un castillo de arena. Al final, lo que no puede ser, no es, y además es imposible. Sólo así se explica, por ejemplo, que el adelanto electoral en Grecia y el previsible triunfo de Syriza, haya sido aplaudido no sólo por Podemos, sino también por el Frente Nacional en Francia. ¿Qué tienen en común Tsipras, Iglesias y Le Pen?; simplemente su convergencia antisistémica. ¿Se imaginan una Europa con Grecia, España y Francia gobernada por semejantes personajes? Pues todos ellos y algún que otro por el estilo en algún que otro país, tienen cada vez más posibilidades de lograrlo. ¿Es motivo de preocupación de cara al futuro? (aunque ellos le llamen miedo, que, según ellos, ha cambiado de bando, sin que sepamos qué miedo tenían hasta hoy en el suyo), júzguenlo ustedes. En definitiva, una posible Europa ingobernable, como desgraciadamente sucede hoy con Grecia, que sólo puede abocarnos a un empeoramiento drástico de la actual situación.
            Se preguntaba Pablo Iglesias, eufórico por el fracaso del sistema en Grecia (entre otras cosas por la irresponsabilidad de Syriza no arrimando el hombre para la gobernabilidad de Grecia en momentos cruciales), si la reacción negativa de los mercados e instituciones financieras ante la crisis griega no será porque temen lo que pase en Europa si Syriza gobierna en Grecia y las cosas mejoran para los griegos. ¡Ojala así fuera! Y añadía que “¿será que temen que después de los griegos les llegue el turno de votar a los españoles?” Quienes no nos movemos en el maniqueo de ángeles y demonios, entendiendo que, por sentido común, cualquier gobernante democrático sólo pretende, aunque sea por mero egoísmo, el bien para su pueblo (otra cuestión es que pueda lograrlo), lo que tememos es que Grecia no pueda conseguir los miles de millones, que no tiene y por tanto necesita, para pagar las pensiones a los griegos, los sueldos a los funcionarios, el gasto de los hospitales y centros educativos…. Tememos que nadie se los preste o lo hagan de forma tan abusiva (su prima de riesgo está por los 900 puntos) que no pueda ser asumible en una situación ya insoportable, susceptible de empeorar. Tememos que Syriza, con su teórico proyecto expansivo, al margen de la UE (dentro de ella no es posible por más excepciones que se hagan), no tenga la varita mágica para sacar todo ese imprescindible dinero de la manga. Y lo tememos porque no nos dice cómo y de dónde lo va a sacar, al igual que hacen el resto de sus colegas populista del resto de países europeos. Ese es el temor, que no miedo, ante quienes, como Iglesias, dicen que “las élites y sus partidos están nerviosos”… ¿acaso ellos no son élites de sus respectivos partidos? Me olvidaba, ellos son los ángeles; el resto, los demonios. Ellos quieren el bien para sus pueblos; el resto, el mal. ¡Así cualquiera!

                                               Fdo. Jorge Cremades Sena