En
democracia cabe cualquier iniciativa política por pintoresca, utópica o absurda
que sea o parezca. De hecho, si analizamos una por una todas las opciones que
se ofertan o se han ofertado a los ciudadanos en las distintas campañas
electorales, no sólo en España sino en el resto de países democráticos,
observaremos que las hay para todos los gustos. Valga de ejemplo que partidos
como, entre otros muchos por el estilo, “El Partido Pirata”, “La Sandía con
tres Avances” o “Ciudadanos Agobiados y Cabreados” están inscritos en el
registro y han concurrido a elecciones con mayor o menor éxito e interés
mediático. Asimismo determinados líderes políticos, más o menos fugaces, han
sorprendido con pintorescas trayectorias políticas como, por ejemplo, la
Cicciolina, Ruiz Mateos o Beppe Grillo, quienes, entre otros muchos, simplemente
aprovecharon el tirón mediático por razones personales, profesionales o
coyunturales para dar el salto a la política. Por tanto, nada que objetar al
respecto. Al fin y al cabo son los ciudadanos quienes eligen, como debe ser, y
cada uno tendrá sus propias razones a la hora de emitir su voto, al margen de
si la opción elegida es creíble y viable o si es un proyecto serio de gobierno
o una determinada ocurrencia o reivindicación sensata. En definitiva, por
absurdas que sean las ofertas o estrafalarios sus mentores, unas y otros caben
dentro del juego político democrático. Durante la correspondiente campaña
electoral hay tiempo para desenmascarar la conveniencia o no de las distintas
opciones, con el fin de que los electores voten con conocimiento de causa. Y,
tras ello, a acatar los resultados. Cualquier propuesta, por disparatada que
sea, es digna de tomarse en serio y merecedora de la pertinente crítica. Lo
indigno y rechazable son las tomaduras de pelo a los ciudadanos como si
fuéramos imbéciles. Y para tomaduras de pelo, las que pretenden algunos líderes
de Podemos.
Es
innegable que Podemos desde su aparición en la escena política, enarbolando la
bandera de la decencia más absoluta y arremetiendo contra el universo político
establecido, no ha dejado indiferente a nadie. Sus líderes, baqueteados en la
militancia de partidos de izquierdas, especialmente de IU y PSOE, antes de ser
abducidos por el populismo de algunos regímenes latinoamericanos, reaparecen en
la escena política española como por arte de magia, sin pasado alguno, sin la
más mínima mácula que pudiera delatarlos como humanos. Arremeten contra todo lo
establecido y como ángeles exterminadores anuncian finiquitar el sistema
político, al que llaman “régimen del 78”, acabar con sus protagonistas, a los
que llaman “casta”, y “barrer” toda la basura que sus perversos e indecentes
comportamientos han ido dejando en esta España azotada por la crisis. Como
adalides de la pureza defienden todas las causas, las unas y sus contrarias, y,
para no espantar a nadie, declaran no ser ni de izquierdas ni de derechas,
descolocando a sus antiguos camaradas, especialmente a los de IU, que en
principio les suponían como el soplo de aire fresco necesario para una ansiada
remontada tras décadas de frustración y no como el huracán definitivo que
acabaría con ellos. Y, como profetas del paraíso, anuncian la buena nueva de no
pagar la deuda pública, de jornadas de trabajo de 35 horas semanales, jubilación
a los 60 años, prohibición de despidos a empresas con beneficios, paga
universal por el mero hecho de ser ciudadano español… y, si me apuran un poco,
hasta incrementar sustancialmente la esperanza de vida de los españoles. Nada
que objetar, aunque sólo sea por respeto a quienes de buena fe creen que
existen los gnomos; quienes no creemos intentaremos demostrárselo.
Sin
embargo, incluso antes de tocar poder y presupuesto, determinados
comportamientos de algunos de ellos evidencian que, como si fuéramos imbéciles,
nos están tomando el pelo y no precisamente por sus propuestas. Y una cosa es
ser crédulos, y otra ser tontos. Ahora resulta que preguntarles por
determinadas conductas poco decorosas, pasadas o presentes, de los líderes de
Podemos (Errejón, Iglesias, Monedero…) es una campaña de desprestigio contra
ellos, pero si es sobre los demás es el derecho ciudadano a conocer la
trasparencia de sus representantes. Olvidan que para ello tanto importan los
manejos de Bárcenas, la procedencia de su dinero, el pago de sus impuestos y
cualquier otra conducta irregular, como los de Monedero, Iglesias o Tania
Sánchez, por ejemplo. Es indecente que Carolina Bescansa diga que se les
pregunta “por Tania Sánchez porque todo vale para atacar a Podemos” o que, como
el propio Iglesias, responda que confía “personalmente en su honorabilidad y
honestidad”. A nadie le importa lo que personalmente crea Iglesias o Bescansa
sobre Tania, como lo que crea Rajoy sobre Rato. Lo que se exige es una valoración
política sobre unos hechos supuestamente delictivos o, en todo, no ajustados al
patrón ético exigible en un político transparente. Si Iglesias no tiene
“ninguna duda sobre la honorabilidad de Tania” es su problema, como el de
Alegre, su subalterno en Madrid, si piensa que “el PP y la casta de IU” se han
unido contra ella para desprestigiarla. El problema es saber si Podemos avala o
no las conductas irregulares de los políticos según el arbitrario criterio de
quiénes las protagonicen y no según los hechos. Tengo la certeza de que de no
tratarse de Tania, pareja de Iglesias, o de cualquiera de sus compañeros de
Podemos, sino de alguien del PP o del PSOE, por ejemplo, las respuestas serían
diametralmente opuestas. ¿No les parece a ustedes? Y, por tanto, tomaduras de
pelo, no. O, al menos, las mínimas.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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