viernes, 28 de abril de 2017

FRANCIA COMO EJEMPLO



                        Tras los resultados de las elecciones presidenciales francesas en la primera vuelta, algunos han querido ver ciertos paralelismos entre el panorama político de Francia y de España cuando, a simple vista, ni el modelo de Estado, ni el sistema electoral, ni la estructura territorial, ni la memoria histórica de ambos países son comparables. Baste señalar, por ejemplo, que en España no hay elecciones presidenciales, como las que se acaban de celebrar en Francia, o que los españoles tenemos un sistema electoral proporcional mientras los franceses lo tienen mayoritario a dos vueltas. No obstante, de la primera vuelta de las presidenciales francesas (veremos qué pasará en las legislativas, con tantas circunscripciones como diputados para elegir directamente uno en cada una de ellas y por tanto nada que ver con España), lo más parecido a las generales españolas en términos de apoyos porcentuales, sí se pueden hacer algunas comparaciones entre ambas y sacar determinadas conclusiones en lo referente al mapa político resultante según las preferencias ideológicas de los franceses y de los españoles (cuestión distinta es la segunda vuelta, inexistente en España, en la que los galos habrán de elegir entre los dos candidatos más votados en la primera vuelta), aunque allí el objetivo sea elegir al Jefe de Estado y aquí al Presidente del Gobierno. Y en términos porcentuales el 23´9% de franceses apuesta por el centrista-liberal Macron, el 21´4% por la ultraderechista Le Pen, el 19´9% por el conservador Fillon, el 19´5% por el radical izquierdista Melenchon y el 6´2% por el socialista Hamon; mientras que en las últimas elecciones generales en España el 33% de los españoles apostó por el conservador Rajoy, el 22´7% por el socialista Sánchez, el 21´1% por el radical izquierdista Iglesias y el 13% por el centrista Rivera. De entrada pues, y en términos comparativos, podemos concluir, salvando las distancias y los matices, que el radicalismo, euroescéptico y antisistema, representa en Francia el 40´9%, dividido entre la ultraderecha y la ultraizquierda, mientras que en España supone el 21´1% y se concentra sólo en la ultraizquierda; que el centrismo y la derecha europeísta cuenta en Francia con el 43´8% de apoyos y en España con el 46%; y que el socialismo democrático o socialdemocracia representa el 6´2% en Francia y en España el 22´7%.  
            Es cierto, dicho lo anterior, que en ambos países los partidos tradicionales (conservador-republicanos y socialistas en Francia; populares y socialistas en España), protagonistas de la gobernanza en las últimas décadas, han sufrido un serio revés electoral en favor de otras fuerzas emergentes, radicales o no, que han sabido capitalizar el descontento social provocado por la crisis, pero, incluso así, las diferencias del panorama político son sustanciales, pues en España (la memoria histórica reciente está muy presente) a diferencia de Francia, es hoy, por un lado, impensable el éxito de opciones ultraderechistas, lo que ha permitido a los conservadores de momento aguantar el liderazgo político, y, por otro lado, improbable una clara hegemonía en la izquierda de opciones radicales comunismo-populistas, lo que ha permitido a los socialistas de momento evitar el ansiado “sorpasso” de los comunistas. Por tanto, salvo que populares y socialistas cometan graves errores y renuncien a sus signos de identidad (en tal caso se suele apostar por el original y no por la copia), aún es posible en España que los partidos clásicos aguanten el desafío de los radicalismos, sobre todo si, a diferencia de Francia, se mantiene el crecimiento económico y la creación de empleo, pues el mayor caladero de voto radical se da en circunstancias caóticas de descontento generalizado. No obstante, cabe añadir que, a diferencia de Francia, en España hay una dificultad añadida, el desafío independentista, que requiere un cerrado consenso de todos los partidos democráticos moderados.
            En todo caso, salvando todas las distancias, sí cabe tomar Francia como ejemplo en alguna cuestión sustancial. Mientras los españoles hemos soportado un año de ingobernabilidad por los desencuentros entre los partidos políticos democráticos, en Francia tienen claro que el objetivo es evitar que los radicales extremistas lleguen al poder y, para ello, tanto el conservador Fillón, homologable con Rajoy, como el socialista Hamon, homologable con Sánchez, piden el voto en la segunda vuelta para el centrista Macron, homologable con Rivera y triunfador electoral, frente a la ultraderechista Le Pen, mientras que el radical izquierdista Mélenchon, homologable con Iglesias, se mantiene en la ambigüedad (los extremos totalitarios se tocan). Aunque el diario conservador “Le Fígaro” lamenta, pero asume, tener que elegir “entre la gripe y el cólera”, es decir, entre Macron y Le Pen, respectivamente, en España se debería tomar como ejemplo y no se hace (aquí no hay segunda vuelta electoral para que decidamos directamente los votantes), pues nuestros políticos no entienden que en democracia hay que optar a veces entre lo importante y lo imprescindible. Ya ven, en Francia sí.
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

miércoles, 19 de abril de 2017

EL TROLABÚS



                        No, seguro que no; el título del artículo no se debe a ningún error tipográfico, es decir, a un simple salto de tecla que cambia la “a” por la “e”, y, por tanto, si se animan a leerlo, no crean que su contenido tiene algo que ver con algún trolebús (ómnibus eléctrico alimentado por una catenaria de dos cables superiores desde donde toma la energía mediante dos astas) ni nada que se le parezca. El título obedece simplemente a una mayor precisión del nombre, Tramabús, con que Podemos ha bautizado su nada original iniciativa, copiada del grupo Hazte Oír, consistente en sacar a la calle un autobús propagandístico con el falso objetivo, en este caso, de denunciar las tramas corruptas en España, y, dadas las mentiras, embustes, engaños y trolas con que sus ocupantes-guías pretenden confundir a la opinión pública en beneficio propio, es aconsejable rebautizarlo como Trolabús en honor a la verdad y a una mayor aproximación a la realidad. En efecto, agotada ya la batalla de “la casta”, plagiada también en aquella ocasión del chavismo venezolano, y amortizados sus positivos efectos electorales y mediáticos, que los tuvo, toca ahora la batalla de “la trama” para seguir agitando la calle y confundiendo a los ciudadanos, que es lo único que saben hacer, con el único objetivo de mantenerse en el candelero político-mediático, dada su manifiesta incapacidad y pereza de hacer política desde las instituciones en las que ya están y así beneficiar los intereses generales de la ciudadanía. Y la principal trola del Trolabús es convencer a los  españoles de que los troleros podemitas pretenden en exclusiva erradicar de cuajo la corrupción y las prácticas corruptas en España, de las que algunos de sus miembros ya participan también, cuando han sido incapaces de aportar ni una sola iniciativa parlamentaria al respecto (al igual que sucede en otras tantas políticas sectoriales), que es el camino adecuado en cualquier Estado democrático para resolver los problemas, y cuando de lo que se trata realmente es sencillamente de una engañosa operación de marketing que les permita recuperar de nuevo un protagonismo político-mediático que han ido perdiendo últimamente gracias a su inoperancia política y al darse cuenta la ciudadanía de que sus ofertas reales consisten en vender gato por liebre.
            El plagiado invento del Trolabus, la última ocurrencia del “pablismo” dirigente en Podemos, consiste en poner en circulación un autobús decorado con las caras de una serie de políticos, empresarios y periodistas que, según ellos, representan la “trama corrupta” en España y, rayando lo delictivo, mezclan en dicho decorado a verdaderos corruptos confesos, que ya están en la cárcel, a presuntos corruptos, que están siendo investigados, y a otros personajes públicos que no están incursos en ningún procedimiento judicial ni tienen interpuesta demanda alguna en los tribunales, cuyo señalamiento inquisitorial público sin previa denuncia, que no interponen, rozaría, jurídicamente, figuras delictivas (como injuria, difamación o calumnia) y, políticamente, prácticas fascistas totalitarias para incitar al odio (como los señalamientos públicos nazis contra los judíos o los sambenitos inquisitoriales). Por tanto, los promotores del Trolabus, como en los mejores tiempos del fascismo, señalan públicamente a quienes, con razón o sin ella, consideran delincuentes y dignos de reprobación pública para que se ponga sobre ellos el punto de mira y, al efecto, mezclan en tan indecente pancarta acusatoria a políticos, entre otros, como Mariano Rajoy, Aznar o Felipe González, con otros como Bárcenas, Rato o Jordi Pujol; a empresarios como Blesa, Díaz Ferrán, Villar Mir o Arturo Fernández; e incluso a periodistas como Cebrián o Eduardo Inda, a quien, por cierto, paradójicamente, un juez acaba de dar la razón desestimando la demanda de Pablo Iglesias contra él al considerar “veraz” la información sobre sus cuentas en el paraíso fiscal de Granadinas y además condenando al líder podemita al pago de las costas judiciales, quién, obviamente, pretende amordazar al periodista, habitual destapador de casos de corrupción, para que no haga públicas sus miserias o conductas poco edificantes.
            En fin, con tan nobles objetivos en el marco del “difama que algo queda”, el Trolabús o autobús de las trolas, que ya circula impunemente por Madrid (el del grupo Hazte Oír, fue paralizado “ipso facto” y con toda razón), promete recorrer algunas otras ciudades españolas, mientras el propio Iglesias e Irene Montero, su pareja sentimental y sustituta de Errejón en la dirección de Podemos, actúan como guías inquisitoriales explicando a su antojo “qué es la trama, cómo actúa y dónde tiene sus sedes”, dejando claro que la “trama”, como la “casta”, son obviamente todos menos ellos. Un esperpéntico espectáculo más de Podemos que se suma a los que ya nos tiene acostumbrados en el Congreso de los Diputados, donde no aportan una sola iniciativa parlamentaria que, obviamente, requeriría horas de trabajo, dedicación y entrega, que es en definitiva para lo que los españoles les pagamos sus suculentos sueldos.
                        Fdo. Jorge Cremades Sena