Tras
los resultados de las elecciones presidenciales francesas en la primera vuelta,
algunos han querido ver ciertos paralelismos entre el panorama político de
Francia y de España cuando, a simple vista, ni el modelo de Estado, ni el
sistema electoral, ni la estructura territorial, ni la memoria histórica de
ambos países son comparables. Baste señalar, por ejemplo, que en España no hay
elecciones presidenciales, como las que se acaban de celebrar en Francia, o que
los españoles tenemos un sistema electoral proporcional mientras los franceses lo
tienen mayoritario a dos vueltas. No obstante, de la primera vuelta de las
presidenciales francesas (veremos qué pasará en las legislativas, con tantas
circunscripciones como diputados para elegir directamente uno en cada una de
ellas y por tanto nada que ver con España), lo más parecido a las generales
españolas en términos de apoyos porcentuales, sí se pueden hacer algunas
comparaciones entre ambas y sacar determinadas conclusiones en lo referente al
mapa político resultante según las preferencias ideológicas de los franceses y
de los españoles (cuestión distinta es la segunda vuelta, inexistente en
España, en la que los galos habrán de elegir entre los dos candidatos más
votados en la primera vuelta), aunque allí el objetivo sea elegir al Jefe de
Estado y aquí al Presidente del Gobierno. Y en términos porcentuales el 23´9%
de franceses apuesta por el centrista-liberal Macron, el 21´4% por la
ultraderechista Le Pen, el 19´9% por el conservador Fillon, el 19´5% por el
radical izquierdista Melenchon y el 6´2% por el socialista Hamon; mientras que
en las últimas elecciones generales en España el 33% de los españoles apostó
por el conservador Rajoy, el 22´7% por el socialista Sánchez, el 21´1% por el
radical izquierdista Iglesias y el 13% por el centrista Rivera. De entrada
pues, y en términos comparativos, podemos concluir, salvando las distancias y
los matices, que el radicalismo, euroescéptico y antisistema, representa en
Francia el 40´9%, dividido entre la ultraderecha y la ultraizquierda, mientras
que en España supone el 21´1% y se concentra sólo en la ultraizquierda; que el
centrismo y la derecha europeísta cuenta en Francia con el 43´8% de apoyos y en
España con el 46%; y que el socialismo democrático o socialdemocracia
representa el 6´2% en Francia y en España el 22´7%.
Es
cierto, dicho lo anterior, que en ambos países los partidos tradicionales
(conservador-republicanos y socialistas en Francia; populares y socialistas en España),
protagonistas de la gobernanza en las últimas décadas, han sufrido un serio
revés electoral en favor de otras fuerzas emergentes, radicales o no, que han
sabido capitalizar el descontento social provocado por la crisis, pero, incluso
así, las diferencias del panorama político son sustanciales, pues en España (la
memoria histórica reciente está muy presente) a diferencia de Francia, es hoy, por
un lado, impensable el éxito de opciones ultraderechistas, lo que ha permitido
a los conservadores de momento aguantar el liderazgo político, y, por otro
lado, improbable una clara hegemonía en la izquierda de opciones radicales
comunismo-populistas, lo que ha permitido a los socialistas de momento evitar
el ansiado “sorpasso” de los comunistas. Por tanto, salvo que populares y
socialistas cometan graves errores y renuncien a sus signos de identidad (en
tal caso se suele apostar por el original y no por la copia), aún es posible en
España que los partidos clásicos aguanten el desafío de los radicalismos, sobre
todo si, a diferencia de Francia, se mantiene el crecimiento económico y la
creación de empleo, pues el mayor caladero de voto radical se da en
circunstancias caóticas de descontento generalizado. No obstante, cabe añadir
que, a diferencia de Francia, en España hay una dificultad añadida, el desafío
independentista, que requiere un cerrado consenso de todos los partidos
democráticos moderados.
En
todo caso, salvando todas las distancias, sí cabe tomar Francia como ejemplo en
alguna cuestión sustancial. Mientras los españoles hemos soportado un año de
ingobernabilidad por los desencuentros entre los partidos políticos
democráticos, en Francia tienen claro que el objetivo es evitar que los
radicales extremistas lleguen al poder y, para ello, tanto el conservador
Fillón, homologable con Rajoy, como el socialista Hamon, homologable con
Sánchez, piden el voto en la segunda vuelta para el centrista Macron,
homologable con Rivera y triunfador electoral, frente a la ultraderechista Le
Pen, mientras que el radical izquierdista Mélenchon, homologable con Iglesias,
se mantiene en la ambigüedad (los extremos totalitarios se tocan). Aunque el
diario conservador “Le Fígaro” lamenta, pero asume, tener que elegir “entre la
gripe y el cólera”, es decir, entre Macron y Le Pen, respectivamente, en España
se debería tomar como ejemplo y no se hace (aquí no hay segunda vuelta
electoral para que decidamos directamente los votantes), pues nuestros
políticos no entienden que en democracia hay que optar a veces entre lo
importante y lo imprescindible. Ya ven, en Francia sí.
Fdo.
Jorge Cremades Sena