viernes, 6 de septiembre de 2013

LA ONU, INEFICACIA PARADIGMÁTICA

                        Ni es la primera vez, ni será la última, que se pone de manifiesto la ineficacia de la ONU para resolver conflictos que ponen en riesgo la paz mundial. La ineficacia e inoperancia forma parte de su propia identidad funcional y el drama de Siria lo pone en evidencia por enésima vez. Por eso, cada vez suenen más voces, a las que me sumo, para que se hagan reformas sustanciales en su funcionamiento más acordes y operativas con una realidad internacional muy diferente a la de finales de la Segunda Guerra Mundial en la que se fundó, entre otras razones, ante el fracaso de la Sociedad de Naciones (creada a finales de la Primera Guerra Mundial) al no haber podido evitar otro conflicto internacional. ¿Podrá evitar la ONU un tercer conflicto internacional? No lo sé, pues, aunque de momento lo está consiguiendo (incluso en el periodo de la llamada “guerra fría”), no es menos cierto que lo que ha sucedido es una sustitución de un conflicto internacional por innumerables conflictos y guerras locales, en las que las grandes potencias dirimen sus diferencias y defienden sus intereses a costa del sufrimiento de los diversos pueblos que las soportan. Y en provecho de quienes arman hasta las cejas a los contendientes, mientras hipócritamente discuten en los despachos sobre el sexo de los ángeles. Por tanto, si sus objetivos son facilitar la cooperación en derecho internacional, paz, seguridad, desarrollo económico y social, derechos humanos y ayuda humanitaria, basta echar un vistazo a lo largo y ancho del mundo mundial para concluir que, después de casi setenta años de existencia, el papel de la ONU tiene, al menos, tantas luces como sombras.
            No seré yo quien, dicho lo anterior, pretenda anular o tachar de inútil a una organización formada, prácticamente, por todos los estados soberanos. Pero, precisamente por ello, no es de recibo que asuntos como el de Siria estén desangrando durante años a una población indefensa que, como muchas otras en otros lugares, es antes condenada “in aeternis” a soportar regímenes dictatoriales (apoyados por miembros destacados de la ONU), que violan sistemáticamente todos los derechos humanos de sus poblaciones, en flagrante atentado a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, probablemente, aunque a nivel teórico, el mayor de los aciertos de Naciones Unidas. Ningún dictador local, ningún “genocida”, en ninguna guerra local o en tiempo de paz (gobernante o en la oposición) resistiría el más mínimo envite de una decisión con carácter ejecutivo de la Comunidad Internacional representada en la ONU. ¿Por qué sucede lo contrario? Obviamente, porque conseguir decisiones con carácter ejecutivo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es prácticamente imposible a causa del derecho a veto del que gozan sus miembros permanentes (Francia, China, Rusia, Reino Unido y EEUU), que, en la práctica, convierte a cualquiera de ellos en único depositario de los destinos de toda la Comunidad Internacional por muy mayoritaria que sea la repulsa a su decisión, condenando cualquier uso de la fuerza a la categoría de ilegalidad internacional. Es la cruda realidad de un sistema obsoleto que convierte en la práctica las decisiones de la ONU en meras recomendaciones que, al no obligar a nadie, todos se saltan a la torera cuando les conviene, para regocijo de los violentos que pueden seguir campando a sus anchas. En tales condiciones la propia organización queda reducida a determinadas labores de asistencia humanitaria y de control de la paz (“cascos azules”) cuando el conflicto ha concluido. Acciones nada desdeñables pero insuficientes para afrontar los nuevos retos y amenazas a la paz mundial.
            Ante la imposibilidad de legitimar el uso de la fuerza con la unanimidad requerida en el Consejo de Seguridad para convertir en legal cualquier intervención armada, como sucede ahora en el conflicto sirio, lo que se legitima “de facto” es el uso de la fuerza de quienes, importándoles un pimiento la legitimidad, la usan porque les viene en gana. Si ni la ONU, ni la OTAN, ni la UE, ni EEUU, ni Rusia, ni China, ni nadie tiene la capacidad legítima para poner fin al ilegítimo infierno sirio, ni a otros tantos infiernos que, más o menos activos, siguen con las calderas hirviendo, ¿para qué sirven las organizaciones internacionales? ¿para qué, las potencias mundiales? ¿para qué, la proclamación de los derechos humanos?... Simplemente, para nada. Todos los gobernantes violentos saben que se trata de un mero paripé y por ello actúan con absoluta impunidad. La denuncia de aquellos que, ebrios de un ciego pacifismo, siempre se opondrán a cualquier respuesta violenta a los violentos que no pase por el tamiz de una legitimidad inalcanzable, hace fuertes curiosamente a quienes la legitimidad les importa un bledo. A veces con trágicas consecuencias como sucedió en los años treinta del pasado siglo cuando la violencia del nacismo de Hitler era más o menos tolerada por los vientos de un romántico y absurdo pacifismo mal entendido que cuando quiso reaccionar era demasiado tarde. Millones de muertos y seis años de guerra, llamada mundial, pero, como la anterior, escenificada sobre todo en Europa, fue el precio a pagar. La fundación de esta ineficaz ONU fue la respuesta de los vencedores para evitar que volviera a ocurrir.

                                    Fdo. Jorge Cremades Sena 

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