Cualquier
español de mi edad, si tuvo la suerte de ir a la escuela, conoce perfectamente
en qué consiste el adoctrinamiento educativo por sufrirlo en sus propias carnes,
condenándole casi toda su vida a remar contra corriente para convertirse en un
ser libre, digno, responsable, solidario y tolerante. Muchos ni lo lograron
plenamente. El principio de acción-reacción al sistema totalitario establecido,
no elimina “per se” los estigmas consecuentes ni en la posterior democracia,
pues dichos valores o ideales sólo se adquieren con normalidad en sociedades
libres y democráticas mediante un proceso educativo desde una edad temprana. Muchos
de los desajustes y problemas de nuestro sistema democrático tienen sus raíces,
sin lugar a dudas, en aquellos años, demasiados, en que los niños y jóvenes, en
vez de ser educados, fueron adoctrinados. El permanente recurso político a un
pasado indeseable como arma política arrojadiza, adjudicando gratuita e
irracionalmente etiquetas heredadas de determinados posicionamientos
ideológicos, que ni caben en democracia, ni nada tienen que ver con los de
antaño, es buena prueba de que no se hace buen uso de la libertad, dignidad,
responsabilidad, solidaridad y tolerancia (valores inherentes en quienes han
sido educados, que no adoctrinados, en y desde la libertad), menoscabando la
solidez del sistema de libertades que nos hemos dado. Si eres adoctrinado, en
vez de educado, cuesta un enorme esfuerzo posterior asimilar valores inherentes
a un ciudadano libre de forma equilibrada; al no formar parte de tu conducta
habitual desde la infancia, sueles sobreactuar, por exceso o defecto, en tu
conducta como adulto.
Educación
es a Democracia lo que Adoctrinamiento a Dictadura, pues el objetivo de ésta no
es formar ciudadanos libres (sería una contradicción), sino súbditos sumisos.
Por ello, aquella España “Una, grande y libre”, a imagen y semejanza del
dictador y sus colaboradores, se nos vendía desde las escuelas, los medios de
comunicación, los estadios deportivos…en definitiva, desde todas partes, como
un paraíso rodeado de enemigos externos (las democracias europeas o las
dictaduras comunistas) e internos (los españoles malos, ajenos al nacionalcatolicismo),
que se empeñaban en truncar el idílico camino hacia una especie de paraíso
prometido (por el dictador), siempre inalcanzable. Los demás eran culpables de
nuestras desdichas pasadas, presentes y futuras. El dictador, el héroe que nos
había liberado de tanto oprobio histórico (manipulado a su favor y contra los
enemigos), sacrificándose para conducirnos al destino en lo universal que por
la gracia de Dios tenía reservado España en la Historia. Los símbolos, el
himno, los cánticos falangistas, el aspecto físico y hasta el vestido se
exhibían por doquier como la mejor propaganda de adhesión al régimen y su
caudillo. Y qué mejor que dicho exhibicionismo se iniciase desde la más
temprana edad, como garantía de futuro. Los niños, portentos adoctrinados,
sabían toda la parafernalia, los valores del movimiento nacional, la gesta
victoriosa en la guerra civil, los enemigos de España y quienes, dentro de
ella, eran los buenos y los malos.
Pues
bien, después de tanto tiempo, las imágenes en televisión de gran cantidad de
niños catalanes participando en la cadena humana de la Diada y sus
declaraciones en un programa infantil de TV3, me pusieron los pelos de punta.
Primero pensé que, aunque inadecuadamente, sus padres les habían usado para
formar parte de la encadenada manifestación para completar simplemente los
eslabones de la cadena (eran miles y miles de niños los eslaboncitos); pero al
oírles en televisión no pude evitar retrotraerme al más oscuro pasado de mi
infancia. Las banderas “esteladas”, agitadas por ellos al viento, dibujadas en
distintas partes de sus cuerpos (y hasta en algún pastel o empanada, en los
gigantes y cabezudos, en las gradas del Nou Camp, y en todas partes), me
recordaban las del “aguilucho”, exhibidas cuando Franco o algún gerifalte del
régimen visitaba alguna ciudad o se celebraban efemérides de exaltación
patriótica. Y, al final, me quedé estupefacto. Sus declaraciones televisivas
confirmaban la eficacia del adiestramiento, superando incluso la de los niños
del franquismo (no había tantos medios). “España tendrá que rendirse”, “Vengo a
luchar por la independencia…”, “en 1714 los catalanes dejamos de ser libres”…
son algunas declaraciones de niños menores de 14 años en un programa infantil
dedicado al independentismo, entre otras como “independencia es que no quieres
pagar los impuestos a toda España y quedárnoslos nosotros”, “que Cataluña sea
un país como España”, “es bueno separarse de España porque en vez de pagar
impuestos se destinaría a sanidad”, “quiero ser independiente porque todo el
dinero que recauda Cataluña y envía a Madrid se lo podría quedar la Generalitat
y así quizá no tendríamos tanta crisis”… mientras una voz de adulto le animaba,
“Lo tienes muy claro, muy bien, muy bien”. Sin comentarios.
La
Generalitat y CiU justifican este bochornoso espectáculo adoctrinador, que
vulnera la Ley del Menor, pues, para los independentistas resulta hasta “muy
pedagógico”. Me han dado escalofríos al rememorar mi infancia. Menos mal que me
he tranquilizado, pues, ¿acaso no gozamos de democracia y libertad? Me he
autoconvencido: nada parecido a aquellas barbaridades. Hoy, los niños,
incluidos los catalanes, son formados en responsabilidades ciudadanas para ser
hombres libres, dignos, responsables, solidarios y tolerantes. Las leyes, entre
ellas la del Menor, se lo garantizan. “¡Habrá sido un espejismo por mi parte!”,
he concluido. ¿Qué creen ustedes?
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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