viernes, 20 de septiembre de 2013

EDUCAR, SÍ; ADOCTRINAR, NO.

                      Cualquier español de mi edad, si tuvo la suerte de ir a la escuela, conoce perfectamente en qué consiste el adoctrinamiento educativo por sufrirlo en sus propias carnes, condenándole casi toda su vida a remar contra corriente para convertirse en un ser libre, digno, responsable, solidario y tolerante. Muchos ni lo lograron plenamente. El principio de acción-reacción al sistema totalitario establecido, no elimina “per se” los estigmas consecuentes ni en la posterior democracia, pues dichos valores o ideales sólo se adquieren con normalidad en sociedades libres y democráticas mediante un proceso educativo desde una edad temprana. Muchos de los desajustes y problemas de nuestro sistema democrático tienen sus raíces, sin lugar a dudas, en aquellos años, demasiados, en que los niños y jóvenes, en vez de ser educados, fueron adoctrinados. El permanente recurso político a un pasado indeseable como arma política arrojadiza, adjudicando gratuita e irracionalmente etiquetas heredadas de determinados posicionamientos ideológicos, que ni caben en democracia, ni nada tienen que ver con los de antaño, es buena prueba de que no se hace buen uso de la libertad, dignidad, responsabilidad, solidaridad y tolerancia (valores inherentes en quienes han sido educados, que no adoctrinados, en y desde la libertad), menoscabando la solidez del sistema de libertades que nos hemos dado. Si eres adoctrinado, en vez de educado, cuesta un enorme esfuerzo posterior asimilar valores inherentes a un ciudadano libre de forma equilibrada; al no formar parte de tu conducta habitual desde la infancia, sueles sobreactuar, por exceso o defecto, en tu conducta como adulto.
            Educación es a Democracia lo que Adoctrinamiento a Dictadura, pues el objetivo de ésta no es formar ciudadanos libres (sería una contradicción), sino súbditos sumisos. Por ello, aquella España “Una, grande y libre”, a imagen y semejanza del dictador y sus colaboradores, se nos vendía desde las escuelas, los medios de comunicación, los estadios deportivos…en definitiva, desde todas partes, como un paraíso rodeado de enemigos externos (las democracias europeas o las dictaduras comunistas) e internos (los españoles malos, ajenos al nacionalcatolicismo), que se empeñaban en truncar el idílico camino hacia una especie de paraíso prometido (por el dictador), siempre inalcanzable. Los demás eran culpables de nuestras desdichas pasadas, presentes y futuras. El dictador, el héroe que nos había liberado de tanto oprobio histórico (manipulado a su favor y contra los enemigos), sacrificándose para conducirnos al destino en lo universal que por la gracia de Dios tenía reservado España en la Historia. Los símbolos, el himno, los cánticos falangistas, el aspecto físico y hasta el vestido se exhibían por doquier como la mejor propaganda de adhesión al régimen y su caudillo. Y qué mejor que dicho exhibicionismo se iniciase desde la más temprana edad, como garantía de futuro. Los niños, portentos adoctrinados, sabían toda la parafernalia, los valores del movimiento nacional, la gesta victoriosa en la guerra civil, los enemigos de España y quienes, dentro de ella, eran los buenos y los malos.
            Pues bien, después de tanto tiempo, las imágenes en televisión de gran cantidad de niños catalanes participando en la cadena humana de la Diada y sus declaraciones en un programa infantil de TV3, me pusieron los pelos de punta. Primero pensé que, aunque inadecuadamente, sus padres les habían usado para formar parte de la encadenada manifestación para completar simplemente los eslabones de la cadena (eran miles y miles de niños los eslaboncitos); pero al oírles en televisión no pude evitar retrotraerme al más oscuro pasado de mi infancia. Las banderas “esteladas”, agitadas por ellos al viento, dibujadas en distintas partes de sus cuerpos (y hasta en algún pastel o empanada, en los gigantes y cabezudos, en las gradas del Nou Camp, y en todas partes), me recordaban las del “aguilucho”, exhibidas cuando Franco o algún gerifalte del régimen visitaba alguna ciudad o se celebraban efemérides de exaltación patriótica. Y, al final, me quedé estupefacto. Sus declaraciones televisivas confirmaban la eficacia del adiestramiento, superando incluso la de los niños del franquismo (no había tantos medios). “España tendrá que rendirse”, “Vengo a luchar por la independencia…”, “en 1714 los catalanes dejamos de ser libres”… son algunas declaraciones de niños menores de 14 años en un programa infantil dedicado al independentismo, entre otras como “independencia es que no quieres pagar los impuestos a toda España y quedárnoslos nosotros”, “que Cataluña sea un país como España”, “es bueno separarse de España porque en vez de pagar impuestos se destinaría a sanidad”, “quiero ser independiente porque todo el dinero que recauda Cataluña y envía a Madrid se lo podría quedar la Generalitat y así quizá no tendríamos tanta crisis”… mientras una voz de adulto le animaba, “Lo tienes muy claro, muy bien, muy bien”. Sin comentarios.
            La Generalitat y CiU justifican este bochornoso espectáculo adoctrinador, que vulnera la Ley del Menor, pues, para los independentistas resulta hasta “muy pedagógico”. Me han dado escalofríos al rememorar mi infancia. Menos mal que me he tranquilizado, pues, ¿acaso no gozamos de democracia y libertad? Me he autoconvencido: nada parecido a aquellas barbaridades. Hoy, los niños, incluidos los catalanes, son formados en responsabilidades ciudadanas para ser hombres libres, dignos, responsables, solidarios y tolerantes. Las leyes, entre ellas la del Menor, se lo garantizan. “¡Habrá sido un espejismo por mi parte!”, he concluido. ¿Qué creen ustedes?


                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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