No hay por dónde coger
el cacao mental de Artur Mas y sus colegas independentistas mientras
inexorablemente su locura irresponsable, ilegal y antidemocrática se estrella,
una y otra vez, contra el muro de la sensatez. No extraña que a su retahíla de
inexactitudes, mentiras e incoherencias para justificar su injustificable
proyecto, se sigan añadiendo más despropósitos a medida que se pone en
evidencia la falta de apoyos internacionales. Como si de un alucinado se
tratase, ni el silencio internacional, cuando no su expreso rechazo, a la
petición de apoyos para llevar adelante su ilegítima e ilegal consulta
soberanista, basada en el inexistente derecho a decidir de los catalanes (que
reconoce implícitamente al solicitar a las Cortes Generales autorización para
convocarla, sabiendo que la soberanía recae en todo el pueblo español en su
conjunto y no en una parte del mismo), le hace bajar del burro y rectificar el
inmenso error que está cometiendo. Ni siquiera su disimulada reunión con el
xenófobo y euroescéptico Maroni, único líder político europeo que apoya su objetivo
independentista, se libra de las sinrazones de su utópico proyecto, soberanista
y a la vez europeísta, al “venderle” al italiano la cuadratura del círculo,
aclarándole su vocación de pertenencia a la UE tras la hipotética
independencia, frente a la coherencia euroescéptica de Maroni que asume, como
no puede ser de otra forma ya que no depende de él mismo, la salida de la UE en
caso de que cualquier territorio (como Cataluña o Lombardía) perteneciente a
cualquier estado miembro (como España o Italia). Coherencia y honestidad que
contrasta con el humo que pretende vender Artur Mas y que nadie, con dos dedos
de frente, le compra. Al menos, el italiano, asumiendo todas las consecuencias,
no engaña a nadie y, a diferencia de Mas, no tiene reparos en reconocer que la
hipotética independencia de un territorio europeo del estado-matriz al que
pertenece conlleva (como ya le han dicho a Mas por activa y pasiva) la
inmediata salida de la UE y que su hipotético regreso futuro, que no inmediato,
queda sujeto, entre otras condiciones, a la unanimidad de los estados miembros.
Y mientras el pulso de Mas al Estado Español
y a la propia UE se estrella, una y otra vez, contra la lógica y el sentido
común democrático, el presidente catalán sigue haciendo el ridículo dentro y
fuera de España. Manifiesta que siente “envidia” de lo que sucede en Escocia y
que le gustaría que el gobierno español actuase con “la misma mentalidad” que
el británico; se pregunta y concluye: “¿Cómo se puede convencer a los catalanes
de que no tienen derecho a votar? Es difícil parar un movimiento político y
pacífico”; y arremete contra el Gobierno español porque le hace “arrodillarse”
para recibir créditos lo que supone “una ofensa a la dignidad del pueblo
catalán”. Se le olvida decir que no es cuestión de mentalidad de un gobierno u
otro, sino de la legalidad democrática surgida del proceso histórico diferente
de cada pueblo; que Escocia, con una larga historia y experiencia como estado
independiente, nada tiene que ver con Cataluña, jamás constituida como tal y,
desde el final del medievo, coautora, junto a otros territorios españoles, del
estado moderno español y, por tanto, perteneciente de forma indisoluble al
mismo; que Reino Unido y España, por su distinta historia, conformación y
estructuración estatal y su legalidad democrática son radicalmente diferentes,
siendo indecente y tramposo apelar a medidas iguales para situaciones
desiguales; que el problema no es convencer a los catalanes de que no tienen
derecho a votar, sino engañarles de forma torticera que lo tienen a base de
mentiras y argumentos irracionales; que dichas prácticas políticas ilegales
auspiciadas desde las instituciones democráticas, sin competencias para ello,
no es propio de movimientos pacíficos y fiables; que aplicar y obligar a
cumplir los requisitos establecidos para los distintos territorios de un estado
por parte de quienes tienen la responsabilidad y obligación de hacerlo no
supone “arrodillar” a nadie, sino velar por el interés general y el principio
de igualdad.
Y, finalmente, se le olvida que lo que
realmente supone una “ofensa a la dignidad del pueblo catalán”, o de cualquier
otro pueblo, es engañarle para justificar el derroche de su dinero en
cuestiones identitarias en vez de garantizar primero sus necesidades básicas,
es malversar el erario público mediante comportamientos corruptos e ilegales de
cualquier índole, es dividir el pueblo entre buenos y malos según obedezcan o
no las consignas del régimen y, sobre todo, es transformar cualquier crítica merecida
al gobernante en ofensa a la dignidad de sus gobernados para vendérsela de
forma torticera como tal y eludir así el coste de su irresponsable, temeraria y
catastrófica gestión. Fusionar territorios, pueblos y gobiernos en entes
monolíticos con destino en lo universal es puro fascismo. Lo indigno no es
pedir créditos para financiar las necesidades del pueblo que gobiernas, sino
tener que pedirlos por haber derrochado los recursos en gastos superfluos en vez de invertirlos en mejorar su calidad
de vida. Pero, en tal caso, el indigno no es el pueblo sino el gobernante
irresponsable e incompetente que, si además pretende engañar a su pueblo para
seguir ejerciendo semejante irresponsabilidad, mostrándole enemigos externos
inexistentes como los causantes de las penurias que el gobernante provoca, el
término “indignidad” es un halago frente el calificativo que realmente merece.
Fdo. Jorge
Cremades Sena
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