Al
margen de eufemismos sobre la caótica realidad española y sus responsables,
nadie duda ya que nuestra economía y nuestras finanzas están bajo mínimos, pues
somos incapaces, no sólo de afrontar los compromisos de pago con nuestros
acreedores, sino también de atender los gastos corrientes, es decir, los
destinados a contratar recursos humanos y comprar bienes y servicios necesarios
para desarrollar las funciones administrativas. Estamos en la ruina, es decir, en
quiebra o bancarrota. Carecemos de capacidad para conseguir en los mercados una
financiación adecuada para afrontar el futuro con cierto optimismo y evitar una
suspensión de pagos que sería aún peor. Ya no es posible ocultar nuestra
insolvencia; la realidad eclipsa cualquier estrategia de camuflaje, al extremo
de que, al margen del variopinto paisaje político que gobierna nuestra
variopinta estructura estatal, ni España, ni CCAA, ni corporaciones locales,
niegan ya la urgencia de ser rescatadas, ayudadas o intervenidas. El nombre es
lo de menos.
Por
eso, al margen de que los acreedores sean los más interesados en que se produzca
el rescate para asegurarse el cobro y de que, entretanto, los especuladores
magnifiquen intencionadamente nuestra insolvencia para conseguir pingües
beneficios, casi todos los dirigentes políticos con responsabilidades
gubernamentales en cualquier instancia son incapaces de aportar soluciones
viables y creíbles sin el recurso a un rescate por parte de las instancias
competentes. Sin embargo, ante esta incuestionable realidad, ninguno de ellos
-desde Rajoy a Mas o Griñán, así como los demás presidentes autonómicos o
alcaldes no afines políticamente al Gobierno- expone con claridad la ineludible
necesidad del rescate y sus consecuencias. Instalados en la demagogia electoral
que les caracteriza, prefieren buscar culpables ajenos eludiendo sus propias
responsabilidades y, en todo caso, disfrazan la realidad con matices semánticos
adjetivando el obligado rescate (parcial, suave…) o sustituyéndolo por
sinónimos menos impactantes (ayuda, adelanto…). Se trata, en definitiva, de
ocultar a la ciudadanía las inevitables condiciones que, en cualquier caso,
conlleva ser rescatados, como si el común de los mortales no supiera que nadie
da nada sin las contrapartidas correspondientes para satisfacer los intereses
en juego desde un plano desigual a favor del rescatador. La sabiduría popular,
ya que hablamos de dinero, lo sintetiza en “quien paga, manda”. Pero esta orgía
demagógica pretende vendernos, como si fuéramos idiotas, una especie de “rescates
a la carta” que, insólitamente, consisten en que el prestatario impone sus
condiciones al prestamista o le exige que no le imponga ninguna, sustituyendo
el sabio dicho popular por “quien paga, obedece”. Un pintoresco planteamiento
por el que Rajoy, mientras decide solicitar el inevitable rescate, exigirá al
BCE y al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, como pretende Rubalcaba, la
exención de condiciones que supongan mayores sacrificios a los españoles, al
igual que Mas o Griñán hacen lo propio con el Fondo de Liquidez Autonómico. Si
Homs, el portavoz catalán, tras solicitar el rescate, anuncia que Cataluña “no
aceptaría condiciones políticas” y Susana Díaz, consejera andaluza, tras exigir
un anticipo antes de acogerse al FLA, dice que dicho fondo no puede estar
condicionado a “limitar las competencias autonómicas”, Rajoy, obligado como
ellos al rescate, debe hacer lo propio. Los rescatadores, obligados a obedecer,
nos servirán en bandeja estos “rescates a la carta” y todo solucionado. Si no
lo hacen, ellos serán los responsables de nuestro oscuro futuro. ¿Se imaginan
estos planteamientos en el mundo privado? Las empresas, familias e individuos
resolverían sus necesidades financieras con “préstamos bancarios a la carta”
sin condiciones. Pero, desgraciadamente, las cosas no funcionan así, aunque, ya
ven, nuestros políticos así nos lo pretendan vender.
Salir
de la demagogia y afrontar la realidad requiere explicar que nadie pone
condiciones políticas o competenciales “per se”, sino condiciones económicas
que garanticen el pago con un plan de viabilidad que, obviamente, condiciona la
actuación política y competencial, sometida a supervisión. Si quieres lo tomas
y si no lo dejas. Cada gobierno rescatado debe cumplir los objetivos de déficit
marcados, elaborando presupuestos equilibrados a través del incremento de
ingresos y reducción de gastos. Esas son las condiciones. Si no se cumplen, el
respectivo supervisor tomará las medidas pertinentes, incluidas las
competenciales. Cuestión distinta es cómo reduzca el gasto e incremente el
ingreso cada uno de ellos. Ese es el debate político y la responsabilidad de
cada gobierno en su respectiva demarcación territorial y competencial. Quien
prefiera recortar gastos en servicios esenciales (hospitales, colegios…) en vez
de gastos prescindibles (televisiones, embajadas…) para mantener intereses
clientelares y no generales, es el único responsable. Nadie le exige hacerlo
así. Quien niegue la necesidad de un rescate o exija que sea a la carta, debe
presentar una alternativa viable, cuantificable y creíble que garantice como
mínimo el dinero necesario para pagar las nóminas del próximo mes. Si además
asegura el resto de gastos comprometidos, comenzará a ganarse un mínimo de
credibilidad. Hace tiempo que perdimos la máquina de fabricar billetes y los
“rescates a la carta” no existen.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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