Por fin Ortiz, el milagroso constructor de Alicante, desembucha todo
lo que sabe y buena parte de lo que intuye la ciudadanía. Y a propósito
de la noticia, sólo se me ocurre reproducir un artículo que escribí allá
por octubre de 2006, ya ha llovido desde entonces, que publiqué en
Diario Información de fecha 21-10-2006. Ya ven, ni siquiera existía este blog. Es por ello que os invito a que le echeis un vistazo:
Se titula
ALCALDES Y CONSTRUCTORES, QUE ESTAIS EN LOS CIELOS…
Fdo. Jorge Cremades Sena
D.N.I.
Se titula
ALCALDES Y CONSTRUCTORES, QUE ESTAIS EN LOS CIELOS…
Los entusiásticos elogios que nuestro
alcalde, el Sr. Alperi, ha dedicado públicamente al afortunado constructor Sr.
Ortiz, al extremo de manifestar que “quisiera que en esta ciudad hubiera muchos
Ortiz” han generado bastantes críticas por parte de otros personajes públicos y
un cabreo generalizado en el resto de los mortales; críticas que, seguramente,
no se hubiesen producido si el elogiado hubiese sido cualquier otro ciudadano
destacado por su trabajo o negocio como, por ejemplo, un profesor, un médico,
un comerciante o un operario; si además, tanto el Sr. Alperi como el Sr. Ortiz,
son dos personajes sobradamente conocidos por sus respectivos trabajos en
nuestra ciudad, los elogios de uno hacía el otro tampoco debieran ser objeto de
críticas. Ni siquiera hay una explicación a las mismas por el posible
menosprecio que otros constructores hayan podido sentir por las palabras del
alcalde, como tampoco se hubiesen ofendido el resto de profesores, médicos, comerciantes
u operarios si el elogiado hubiese sido cualquier compañero de los mismos.
La
única explicación posible a las citadas críticas y al generalizado cabreo,
aunque personalizadas, van dirigidas a un fenómeno simbiótico de moda por el
que, al igual que cada taberna tiene su borracho, cada ayuntamiento (o alcalde)
tiene su constructor, con la diferencia de que este último binomio
consustancial, dotado de poderes mágicos y sobrenaturales, mientras pone su
respectiva ciudad patas arriba y la transforma en un paradisiaco paisaje de
ladrillo y asfalto, consigue además la aparición milagrosa de grandes fortunas (muchas
veces surgidas de la nada) en el entorno de los hacedores del milagro o,
sencillamente, en ellos mismos. Valgan como ejemplos más conocidos, destacados
y recientes de este sobrenatural fenómeno los casos de los alcaldes Julián
Muñoz y Marisol Yagüe o los constructores apodados Sandokan o El Paloma,
quienes, tocados por la Diosa Fortuna, desde la nada y en poco tiempo, han
conseguido entrar en el Paraíso de la Fama con sus bolsillos bien cargados.
Pero, si en nuestra ciudad ese divino binomio
alcalde-constructor no ha llegado a convertirse en maligno (¿o sí?), ¿qué error
ha cometido nuestro alcalde elogiando a su constructor, para ser objeto de
tantas críticas? Sencillamente el mismo que hubiera cometido nuestro
constructor, si al elogiar entusiásticamente a su alcalde hubiese manifestado
que “quisiera que en esta ciudad hubiera muchos Alperi”. Ambas manifestaciones
menoscaban el sacrosanto poder de este moderno dios del asfalto y el ladrillo (compuesto
de una sóla sustancia y dos personas distintas), que tantos beneficios aporta a
nuestra ciudad, y debilitan la fe de los ciudadanos, que intuyen que sólo pueden
soportar, en nuestro caso, un Alperi y un Ortiz como partes consustanciales del
mismo; es algo así como si en la Santísima Trinidad, obviamente con todas las
diferencias, el Padre dijera que ojalá hubiera muchos Hijos o muchos Espíritus
Santos, o viceversa. El alcalde, que, como tal, puede elogiar a cualquier
ciudadano por sus reconocidos méritos y desear que, por el bien de la ciudad,
hubiese otros muchos como él, incurre en una grave incongruencia y osadía
cuando, como parte integrante e indivisible del citado “dios del asfalto y el
ladrillo”, elogia al otro componente integrante e indivisible del mismo con el
deseo de que sean muchos más.
Es comprensible
que, aun conociendo la existencia de tan paranormal fenómeno, los ciudadanos se
inquieten al comprobar las incongruencias y osadías cometidas, gratuitamente,
por uno de sus componentes consustanciales, que convierte a este ente divino en
un dios con los pies de barro al autoatentar contra su propia esencia; es
asimismo lógico que, en estas circunstancias, se siembren dudas sobre su bondad
generalizada y sospechas sobre su egoismo particular, corriendo el riesgo de
que, puestos en la balanza los frutos destinados para disfrute de la ciudadanía
y los conseguidos milagrosamente para al disfrute particular de tan pintoresco
dios, el resto de los mortales pueda percibirlo definitivamente como un dios
maligno, que en vez de serles útil les perjudica, al extremo de llegar a la
conclusión de tener que eliminarlo (es lo que ha sucedido en los ejemplos
anteriormente citados). Por todo ello,
alcaldes y constructores, que estais en los cielos de la Diosa Fortuna, no
planteeis ni siquiera la posibilidad de multiplicaros en cada una de nuestras
ciudades, ya que, aun siendo imposible, podeis generar el pánico de que, con
vuestros milagrosos poderes, consigais vuestra propia proliferación y eso para
los monoteistas sería insoportable; imagínense cómo sería para los escépticos o
los ateos.
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