domingo, 8 de mayo de 2011

SEGURIDAD INTERNACIONAL Y NACIONAL


                        La muerte de Osama bin Laden, fundador y máximo dirigente de la red terrorista Al Qaeda, que viene aterrorizando tanto al mundo musulmán como al cristiano, ha provocado un revuelo nacional e internacional sobre el modo en que se ha producido y las consecuencias que pueda acarrear para la seguridad internacional. La convulsa situación política del norte de África y Oriente Próximo acrecienta la incertidumbre al respecto. A ello se añade además en nuestro país el debate sobre la anulación o no de las candidaturas de la coalición Bildu, que aglutina a partidos políticos legales y a la izquierda abertzale ilegalizada, para concurrir a las próximas elecciones, dando una pintoresca pincelada a nuestra particular versión terrorista “made in Spain”. Un siniestro panorama que, salvando todas las distancias, genera un falso debate formal en el ámbito democrático que, en definitiva, sólo beneficia a los violentos. Es pues necesario, de una vez por todas, ir al fondo de la cuestión de forma cruda y tajante aunque ello no sea políticamente correcto. Y el fondo de la cuestión es acabar con el terrorismo o, al menos, reducirlo a la mínima expresión. Para ello es imprescindible desenmascarar su juego sangriento que apela, cuando le conviene, a las instituciones democráticas y a los principios que las generan para beneficiarse de los mismos con el único objetivo de destruirlas de forma violenta. Por ello, dichas instituciones y principios no deben utilizarse como paraguas de protección a semejantes sujetos, dando lugar a un juego desigual en beneficio de los liberticidas.
            La muerte de bin Laden no altera la situación de la seguridad internacional. Al Qaeda seguirá matando bajo las órdenes de su nuevo jefe, Aymán al-Zawahirí, o cualquier otro. El yihadismo en que se sustenta no necesita ninguna excusa para sembrar el terror en el mundo cristiano o musulmán. Sin embargo es una buena noticia que un terrorista quede fuera de circulación y si es un importante dirigente, como es el caso, tanto mejor. Así lo ha percibido de forma generalizada la comunidad internacional. Pero algunos, una vez más, sin atreverse a rechazar la actuación norteamericana, ¡faltaría más!, prefieren sembrar sombras de duda sobre la misma. Así, frente a la versión oficial de una muerte en el tiroteo tras el asalto, los más osados o insensatos hablan de asesinato; los menos, de ejecución, y, en todo caso, unos y otros, critican que le hayan matado en vez de haberle detenido para hacerle un juicio justo. ¿Quién sale beneficiado de semejantes disquisiciones? No avalar sin fisuras y de forma contundente la versión dada por quienes se han jugado la vida frente al mayor asesino en serie del planeta es, como mínimo, un ejercicio irresponsable de hipocresía. ¿Acaso debían haberle solicitado con todo respeto su identidad para detenerlo a continuación? ¿Por qué quienes así piensan no se arriesgan a hacerlo ellos personalmente?
            Igualmente, la ilegalización de las listas de Bildu para nada altera la seguridad nacional ni la estabilidad democrática. ETA, si puede, seguirá matando, estén o no sus correligionarios en las instituciones. Su historia así lo avala. Sin embargo es bueno que los terroristas o sus defensores estén ausentes en las instituciones democráticas a las que pretenden eliminar. Pero, una vez más, algunos prefieren poner en entredicho su exclusión del proceso electoral. Los más osados o insensatos, prestándose a una estrategia perversa de coaligarse con ellos y contaminar sus propias candidaturas; los menos, dando cobertura a esta perversión con el pretexto de defender una escrupulosa limpieza democrática ya que opciones legales quedarían fuera de la contienda electoral. Así, frente a la ilegalización decretada por el Tribunal Supremo, que para eso está entre otras cosas, se rasgan las vestiduras, amenazan con romper la estabilidad parlamentaria que vienen prestando al Gobierno y presionan al Tribunal Constitucional para que enmiende tamaño despropósito. No entienden, ni quieren entender, que el despropósito está en los partidos legales que se prestan a albergar en sus listas a personas vinculadas con el terrorismo etarra, siendo así susceptibles dichas listas de quedar, como es el caso, en la ilegalidad democrática. ¿Por qué estos partidos se prestan a una defensa de aquellos otros que colaboran directamente con la estrategia etarra?
            El verdadero problema es que la seguridad internacional y de cada nación, en definitiva, la paz mundial y local, está amenazada por el terrorismo. Combatirlo de forma contundente debe ser el principal objetivo de cualquier persona que ame la libertad y la convivencia pacífica. Por desgracia algunos no lo entienden así. Lo preocupante es que estos personajes carguen las tintas en la defensa de discutibles derechos de personajes que sólo quieren tener derecho a matar impunemente. Esta actitud sí altera la seguridad y la paz, disminuyendo la legítima capacidad de defenderlas al poner en entredicho las acciones encaminadas al respecto y, con ello, dotar de cierta legitimidad a los violentos. Por tanto, si algún debate democrático sobre la repercusión en la seguridad de los citados acontecimientos tiene sentido, no hay que basarlo en la muerte de bin Laden ni en la ilegalización de las listas de Bildu –ambos sucesos repercuten en todo caso de forma positiva-, hay que hacerlo sobre las actitudes de quienes, siendo demócratas, no quieren verlo como un éxito de los demócratas.
Fdo. Jorge Cremades Sena

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