Mientras
los distintos medios de comunicación intentan arrimar el ascua a su sardina,
según sus preferencias políticas (y los hay de piñón fijo y orejeras), nuestros
líderes políticos andan como pollos sin cabeza y dando bandazos para ponerse de
acuerdo sobre una investidura compleja y difícil, especialmente porque andan
más preocupados por salvaguardar sus propios intereses que los generales de
España y de todos los españoles. Obviamente cualquier pacto, sea el que fuere,
tiene consecuencias importantes, que pueden ser graves, para cualquiera de
ellos, teniendo en cuenta que, con los resultados electorales en la mano, ni
siquiera es posible entre los cuatro partidos mayoritarios un acuerdo a dos,
salvo el de PP-PSOE, pues el resto de combinaciones requeriría el apoyo, aunque
fuera pasivo (sólo para la investidura, imaginen para la gobernabilidad), de
alguno de los dos restantes, a quien con toda certeza se le exigirían
responsabilidades futuras en caso de que el engendro gubernamental resultante
fracasara. Si además, por lógica electoral, el futuro gobierno debiera
presidirlo el PP, en primera instancia, como partido más votado, o, en segunda
instancia, el PSOE, como segunda fuerza, sólo caben dos opciones razonables de
gobierno: PP-Ciudadanos con la abstención del PSOE, que se niega por activa y
pasiva (más aún a la opción PP-PSOE, que sería suficiente) y PSOE-Podemos o
PSOE-Ciudadanos con la abstención improbable de quien quedara fuera, dado el
antagonismo manifiesto entre Podemos y Ciudadanos, y la negativa, tanto de Iglesias
como de Rivera de conformar un gobierno tripartito PSOE-Podemos-Ciudadanos. Con
semejante escenario, si tuvieran presente el interés general y relegaran los
intereses particulares y los costes políticos personales de cada uno de ellos,
lo más razonable sería un pacto PP-PSOE-Ciudadanos (amplísima mayoría
parlamentaria) sobre un programa viable en aquellos asuntos de vital
importancia para el futuro de España, incluida la necesaria reforma constitucional,
factible con dicha mayoría, para que lo gestionase un gobierno tripartito o
bipartito con apoyo pasivo del tercer partido en liza, presidido obviamente por
Rajoy al ser su partido el más votado con diferencia sustancial sobre los otros
dos.
Sin embargo los
líderes de dichos partidos, como pollos descabezados, andan inmersos en una
estrategia diabólica, preñada de insultos y descalificaciones de unos contra
otros para satisfacer a su militancia y menoscabar al contrario, mientras
intentan a la vez un pacto con ellos, cuando no inviable, al menos, indeseable
para los intereses generales, exigiéndoles sacrificios que, al margen de lo
racional y democrático, ellos mismos no están dispuestos a hacer. El resultado
de tan alocada e incoherente estrategia, con tal de no consolidar lo razonable,
es evidente, como, por ejemplo, intentar que el PP se abstenga, por razones de
responsabilidad, en una investidura de Sánchez, apoyada por Ciudadanos, cuando
el líder socialista previamente se ha negado reiterada y categóricamente a
cualquier apoyo a una investidura de Rajoy o de cualquier otro líder del PP por
activa y por pasiva; u otras tantas opciones antinatura para investir a Sánchez
que, para ser factibles matemáticamente, requieren la colaboración de partidos
tan distintos y antagónicos en asuntos fundamentales como Podemos, Ciudadanos,
IU, PNV y quien haga falta para materializar tan indeseable proyecto.
Pero como se trata de
salvar el pellejo y no de conformar un gobierno serio y responsable, obviamente,
se descarta la más clara lectura electoral de que el pueblo ha decidido
mayoritariamente consolidar la vía constitucional, precisamente para mejorarla (más
de 250 diputados y casi 200 senadores, lo avalan), sustituyéndola por lecturas
más discutibles y contradictorias como, por ejemplo, la de una supuesta mayoría
de izquierdas progresista, negada incluso por líderes socialistas, como Felipe
González, para vender al pueblo la necesidad de un “gobierno progresista de
izquierdas” que, matemáticamente, no sale por ninguna parte. Por tanto, guste o
no guste, será difícil entender, al margen de que no todas las izquierdas o las
derechas son iguales, que los españoles para apostar por una clara opción de
izquierda progresista hayan optado por el PP, genuino representante de la
derecha, como partido más votado, otorgándole incluso mayoría absoluta en el
Senado, en vez de optar por el PSOE, genuino representante de la izquierda
progresista, a quien relega al peor resultado electoral de toda su historia.
En fin, salvo que se
considere al pueblo como idiota, el castigo claro y contundente tanto a PP como
a PSOE, nada tiene que ver con opciones de izquierdas o derechas en términos
genéricos, sino al hartazgo de una determinada forma de hacer política
acomodaticia y permisiva, entre otras cosas, con conductas reprobables
políticamente como, por ejemplo, la corrupción. Pero si ahora la preocupación
es salvar la cara y eludir los costes personales en vez de resolver los problemas
ciudadanos, nuestros políticos, no habrán aprendido nada de la lección. No es
ingobernabilidad, ni inestabilidad, ni incertidumbre lo que el pueblo les ha
mandatado…. Y menos aún, que se antepongan los intereses personales a los
generales.
Fdo. Jorge
Cremades Sena
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