Finalizada
la ronda de consultas, convocada por Sánchez para su investidura como
Presidente de Gobierno, el gallinero político en que se ha convertido España
tras las últimas elecciones generales sigue incluso más revuelto que al principio,
cuando, al menos, se esperaba que los partidos nítidamente democráticos y
constitucionalistas, frente a quienes pretenden romper el orden constitucional
con el riesgo de instalar el caos, serían capaces de ponerse de acuerdo con el
partido más votado (en este caso el PP), como es tradicional en nuestra ya no
tan joven democracia, para garantizar la urgente y necesaria gobernabilidad.
Vana esperanza y vana ilusión tras asistir al desencuentro (llamarlo encuentro
sería mentir a los ciudadanos) entre Rajoy y Sánchez, los gallitos hegemónicos
de momento en el turbulento gallinero, que pretenden el mando individual del
corral, cuando ninguno de ellos tiene fuerzas suficientes para semejante reto
al ser ambos claros perdedores electorales, mientras otros gallos en pleno
desarrollo cacarean de forma estridente, para aprovechar la pelea de quienes,
en pleno declive, como han decidido los ciudadanos, debieran sentarse para
apaciguar conjuntamente el ingobernable corral y, si son incapaces de hacerlo,
dejar paso a otros gallos o gallinas afines, que los hay en sendas filas,
capaces de entenderse entre ellos, en vez de quedarse ambos, al margen de quien
consiga vencer pírricamente al otro, cacareando y sin plumas, a merced de
gallitos ajenos en plena ascendencia que simplemente buscan prolongar su
manifiesta decadencia. En efecto, sin acuerdo PP-PSOE, único binomio
constitucionalista con amplia mayoría para emprender con solvencia la solución
de los graves problemas que tiene España, sólo cabe, en el mejor de los casos,
la quimera de una gobernabilidad de derecho pero no de hecho, pues, sin el
concurso de cualquiera de ellos, es una entelequia emprender reformas
constitucionales, que requieren mayorías cualificadas de dos tercios (233
escaños) o tres quintos (210 escaños) en el Parlamento, y, por tanto, venderla
como “gobierno de cambio” con las trascendentales reformas que requiere el
Estado es simplemente pura demagogia y un fraude a los ciudadanos, quienes,
guste o no, han querido que el verdadero cambio, el cambio real, pase, sí o sí,
por el acuerdo entre sendos partidos.
Es indecente pues
engañar conscientemente a la ciudadanía con falsas promesas de cambio
reformista de índole fundamental, que requiere profundas reformas de la
Constitución, sólo con el aval de 90 escaños socialistas o con el de 123
populares por separado y a la gresca, pendientes ambos de los que pudieran
sumar entre los 69 escaños populistas o los 40 de Ciudadanos, incompatibles
además en temas fundamentales como la política territorial, entre otras. Ya es
incluso osado con semejantes datos prometer avanzar con solvencia en medidas
programáticas de tipo social, económico o laboral que sólo requieren una
mayoría simple (176 diputados) para ser aprobadas, cuando la opción más
probable, tal como está el gallinero, es conseguir una investidura por mayoría
de votos, que no de la Cámara, en segunda vuelta. Por tanto, los protagonistas
del denostado bipartidismo, están condenados a entenderse, porque así lo
quieren los ciudadanos, si realmente pretenden acometer el profundo cambio que
España necesita; todo lo demás son cantos de sirena que no conducen a nada y
sólo interesan a quienes con menos escaños todavía, aunque animados por su
ascenso, venden la falsa imagen de que, siendo los perdedores de las elecciones,
son los garantes de un profundo cambio, sobre todo si, como es el caso, el PSOE
de Sánchez se apunta a semejante demagogia sabiendo que sin el PP los cambios
profundos son imposibles, y los programáticos, difíciles.
Es más, hasta para
asuntos de evidente gravedad, como la corrupción, que tanto descrédito merecido
causa tanto a PP como a PSOE (aunque no sea exclusiva de dichos partidos, pero
sí abundante), requiere el concurso de ambos para ser erradicada
definitivamente con medidas legales, éticas y procedimentales pactadas. Sin
embargo ambos partidos mantienen la cínica estrategia del “y tú más” para
minimizar la corrupción propia y magnificar la ajena, lo que utilizan los
partidos emergentes, casi vírgenes en el tema al no haber tocado poder todavía,
para presentarlos ante la opinión pública como reductos caducos de todos los
vicios y presentarse ellos como avanzadilla de todas las virtudes, con la no
menos valiosa colaboración de medios de comunicación interesados, ¡vaya usted a
saber por qué!, en sumarse a tan diabólica estrategia de magnificar o minimizar,
incluso de silenciar, los casos de corrupción en cada momento y lugar, según
interese, en vez de denunciar contundentemente y con idéntica intensidad todos
los casos, incluso los que ya comienzan a aflorar en los partidos emergentes.
Es repugnante, además de irresponsable, usar la corrupción como arma arrojadiza
en vez de sentarse para erradicarla, sobre todo si quienes lo hacen llevan a su
espalda mochilas cargadas de idéntica basura.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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