SISTEMA INSOSTENIBLE
La
gravísima crisis económico-financiera, que nos atenaza, ha reabierto, entre
otros, el debate de la propia estructura del Estado Español, en el que, como en
los demás, se enfrentan posturas irreconciliables, en este caso, centralismo y
federalismo, con el fin de poner remedio al Estado de las Autonomías, un
sistema meridianamente insostenible si sigue por la senda actual. En
definitiva, un interesante debate que, despojado de demagogias de unos y de
otros, debiera finiquitar la insostenibilidad de un estado a la deriva, el
español, que, aquejado de un federalismo imperfecto, lo conforman diecisiete “estados”
centralistas, las CCAA, reproduciendo cada una de ellas en su territorio las
estructuras político-administrativas del llamado “estado central” al que tachan
de centralismo por no satisfacer infinitamente sus voracidades competenciales
hasta dejarlo sin ninguna competencia y, por ello, le culpan de sus respectivos
males. Un disparate estructural y organizativo, rechazado, según las encuestas,
por una mayoría de españoles, hartos de sufragar con sus impuestos su carísima
inviabilidad y su constatada ineficacia. Conviene pues reformar el sistema
desde la racionalidad y la verdad, sin previos prejuicios que, al final, generan
más frustración en la ciudadanía. Sin embargo, como en otros tantos asuntos,
algunos personajes prefieren afrontarlo desde la ceremonia de la confusión con
el único objetivo de defender intereses espúrios.
De
entrada conviene aclarar que centralismo y federalismo sólo son dos modelos
distintos de organización estatal que “per se” ni suman ni restan un ápice de
democracia o libertad a las sociedades que se organizan de una u otra forma. Es
falso, como algunos pretenden, identificar centralismo con “fachas” y
federalismo con “progres”; Francia y Alemania son claros ejemplos para
ratificarlo. Que un estado sea centralista o federalista obedece estrictamente
a la experiencia histórica de las comunidades humanas que así se han organizado
para asegurarse en ambos casos una mejor defensa del interés común, de la
redistribución de la riqueza y de la prestación de los servicios públicos.
Cuestión distinta es que, en el caso español, el centralismo sí esté asociado a
un largo periodo dictatorial, mientras que el Estado de las Autonomías, que ha
instalado el federalismo en la estructura del Estado, lo esté al màs largo
periodo democrático, lo que, por mera experiencia histórica, invalida de momento
un debate entre centralismo o federalismo. El verdadero debate, actualmente, es
entre federalismo o Estado de las Autonomías, que, no obstante, de cerrarse en
falso, sí puede alimentar en el futuro una apuesta por un centralismo estatal
desde la libertad, al estilo francés, o acabar en un traumático fracaso
federalista, al estilo balcánico. El problema real es que el sistema autonómico
español, claramente federalista en su estructura, no delimita clara y definitivamente
–tal como hacen los estados federales consolidados- las atribuciones
estatales-federales y las de las instituciones territoriales, dejando tan
básico asunto a una permanente discusión que lo hace inviable. Es necesario
pues delimitar claramente dichas atribuciones, lo que requiere conocer otras
experiencias federativas de éxito, no para copiarlas, sino para entender los
límites que garantizan su viabilidad como estado.
En
efecto, aunque los estados federales consolidados no son comparables, porque
cada uno tiene condiciones diferentes (de carácter social, cultural, económico,
histórico, etc), sí comparten en líneas generales determinados principios.
Entre ellos, la prevalencia de fuerzas centrípetas, que no centrífugas como
sucede en España, para imprimir un carácter vertebrador a todo el estado y
garantizar su viabilidad, bien a través de un poder legislativo común –caso de
EEUU- o de una clara diferenciación funcional entre el poder central y el periférico
–caso alemán-, donde en el Band residen las funciones legislativas y en el Land
y los municipios las administrativas, dejando a los landers una cierta
participación en el legislativo a través del Bundesrat (Consejo Federal, que representa a los estados federados a
través de representantes nombrados por sus respectivos gobiernos) sólo para lo
que afecta a dichos estados. Es decir, el gobierno y el parlamento federal se
garantizan el derecho a definir lo que las administraciones de los estados
federados han de ejecutar, pues cualquier modelo federalista no puede ni debe
renunciar a las competencias esenciales del Estado en su ámbito federal, entre
otras, las de legislar (o la prevalencia legislativa si hay conflicto), la
política exterior, la de defensa y la de interior, así como los servicios
básicos, garantes de la igualdad de derechos y deberes a todos los ciudadanos
en materias fundamentales (sanidad, educación, sistema fiscal y tributario…),
amén de la inadmisión de partidos políticos soberanistas que no buscan la
vertebración estatal sino la independencia de un determinado territorio,
propiciando la desintegración del propio estado. En España, no sólo se
legalizan dichos proyectos, sino que además se les prima electoralmente para
que con menos apoyos consigan mayor representatividad y fuerza en la defensa de
sus objetivos soberanistas. Un suicidio estatal inadmisible en cualquier estado
que, centralista o federal, penalizaría democráticamente los atentados a su
unidad nacional o las ofensas a sus instituciones y símbolos de identidad, no
sólo por cuestiones patrióticas, sino por mera supervivencia. Así pues, si se
trata de profundizar en el federalismo, habrá que tener muy en cuenta estas
cuestiones; de lo contrario seguiremos hablando de otra cosa que nada tiene que
ver con el estado federal, sino, más bien, con la consolidación de miniestados
centralistas que buscan su oportunidad para hacerse definitivamente
independientes. Es esencial que para salir de la grave crisis que padecemos,
comencemos por resolver nuestra propia crisis de identidad como españoles.
¿Estamos dispuestos a hacerlo? Si es así, es básico entender que un estado,
centralista o federal, sólo es viable si sus ciudadanos arriman el hombro unos
con otros, pero jamás unos contra otros, que es lo que aquí está sucediendo.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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