Sería
de necios, como pretenden algunos, ignorar o minimizar el éxito de Pablo
Iglesias en su mitin del pabellón deportivo de la Vall d`Hebrón de Barcelona
ante unas tres mil personas, que abarrotaban el recinto, y con varios cientos
que se concentraban en las puertas por la limitación del aforo. Perfecto
escenario y, como debe ser, eufórico auditorio para escuchar al líder de
Podemos en su primer mitin tras su elección como Secretario General, así como a
Gemma Ubasart, cabeza del partido en Catalunya, que se estrena con “Zapatero
nos falló”, dejando claro que los votantes del PSOE son su principal objetivo,
y rematando con que toda aquella esperanza puesta en el “no nos falles”, que ZP
acogió con tanto entusiasmo, “se vino abajo con una llamada de Berlín” para
reiterar el ya conocido euroescepticismo de Podemos. Un éxito no sólo por la
habilidad dialéctica de Iglesias, que también, sino por la habilidad
estratégica, al elegir como escenario el mayor caladero de votos socialistas en
Cataluña, conocido como el cinturón rojo por ser feudo tradicional del voto
socialista, justo cuando el PSOE-PSC está desacreditado para liderar y atraer
con éxito al electorado de izquierdas, justo cuando han hundido ya
prácticamente a IU y justo cuando ambos andan enredados en una paranoica
indefinición ideológica con el tema independentista y están siendo sobrepasados
por las esquizofrénicas políticas de CiU-ERC, CUP y compañía. Tras ella, remata
Iglesias añadiendo, con toda razón, que “Hablar de Cataluña es hablar de
recortes sanitarios récord entre 2010 y 2014” para dejar en evidencia a los
partidos de izquierdas catalanes que se olvidaron de cuál debe ser su mensaje
primordial al preferir pescar votos en el turbulento mar del soberanismo. Y,
haciendo un guiño a Cataluña, asegura “Yo soy de Vallecas y me siento en mi
casa cuando estoy en Cornellá, L´Hospitalet o Nous Barris”, antes de afrontar
su postura respecto al independentismo.
Con
esta casi perfecta puesta en escena, Pablo Iglesias esboza su proyecto teórico
y en abstracto. “No he venido a Catalunya a prometer nada a nadie, eso sí, os
prometo que a mí no me veréis dándome un abrazo con Rajoy ni con Mas”, lo que,
al margen de desdecirse a sí mismo (sí vino a prometer algo), supone un ataque
directo a las políticas de izquierdas que no tienen reparo alguno en apoyar las
políticas de derechas, tanto a nivel español como catalán. Y sin más se declara
contrario a la independencia de Catalunya, “¿Quiero que Cataluña se
independice? No, pero sé que la casta española ha insultado a los catalanes”,
aunque, como ven, sin renunciar a la incitación al rechazo al resto de España,
eso sí, restringido a la “casta”, y se declara favorable al manido “derecho a
decidir” pero genéricamente y “sobre todas las cosas” como fórmula perfecta
para avalar su proyecto antisistema alegando que “para que haya soberanía y que
se pueda decidir sobre todas las cosas hace falta abrir un proceso constituyente
que abra los candados”. Es decir, borrón y cuenta nueva a lo establecido
democráticamente, como si el sistema democrático actual no existiera,
retrotrayéndonos al antiguo debate tras la muerte de Franco, ruptura o reforma,
que los españoles zanjaron de forma abrumadora apostando por lo segundo. Así,
nada de reformas; ruptura y punto. Un proceso constituyente que, con toda
certeza, no obtendría mucho más de la mitad de apoyos que los de la actual
Constitución y, con toda probabilidad, supondría, como ha sido tradicional en
la historia constitucional española, la imposición de un modelo por parte de la
mitad de los españoles a la otra mitad, provocando una muy difícil alternancia
política que, como antaño, habría de resolverse mediante episodios más o menos
violentos nada deseables. Esta fue la tragedia de la Historia más reciente de
España hasta 1978.
Como
ven, todo su discurso basado en el qué, pero ninguna referencia al cómo. No se
fía “de los políticos que hacen promesas”, pero hay que fiarse, aunque no diga
cómo, de su promesa de acabar con la “casta” de este “régimen corrupto”, en el
que cuando surgen brotes verdes de prácticas corruptas entre sus propios
colegas de partido, incluido él mismo, no son reales, sino producto de la
“campaña de difamación que se estaba produciendo en su contra”. Y, por ello,
cuando desde la “casta” política alguien le llama “Don Limpio”, pero que no
pasa la prueba del algodón, es un insulto intolerable, mientras que cuando él
llama “caniche rabioso”, no a un contrincante político, sino a un periodista,
es un piropo ocurrente y, por supuesto, sobradamente merecido. Sólo falta que
en esta estrategia nihilista se pretenda evitar que en el futuro haya que decir
“Pablo Iglesias nos falló”, como diría Gemma Ubasart, y no precisamente porque
“una llamada de Berlín” echara abajo el proyecto, como el de ZP, sino
precisamente porque, al no haber proyecto alguno, Pablo Iglesias y compañía no
pueden fallar jamás.
Fdo. Jorge Cremades
Sena
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