Es
más que evidente que una salida de Grecia de la Eurozona sería malo para la
Unión Europea y pésimo para los griegos. Precisamente por ello es necesario que
ambas partes sigan intentando una negociación de cara a un acuerdo satisfactorio,
que en ningún caso puede pasar por incumplir los compromisos adquiridos por
Grecia con sus socios europeos. Cualquier gobierno responsable de cualquier
país civilizado y, por tanto, democrático, sabe perfectamente que ha de ser
corresponsable, tanto a nivel interno como exterior, con las decisiones y
acuerdo adoptados por los gobiernos precedentes ya que lo contrario supondría
la quiebra de la seguridad jurídica, tanto nacional como internacional,
garantía básica de la convivencia pacífica y, por supuesto, de la democracia.
¿Se imaginan un gobierno que, basándose en su legitimidad democrática, se
negara, por ejemplo, a pagar las deudas contraídas por el gobierno precedente,
tan democrático como él, simplemente porque así lo prometió en campaña
electoral? ¿Se imaginan que cambiase unilateralmente con efecto retroactivo las
condiciones estipuladas en los acuerdos adquiridos argumentando que era una
promesa electoral? Con semejante planteamiento cada nuevo gobernante pondría el
reloj de su país a cero desde su toma de posesión librándose del pasivo, pero,
en el mejor de los casos, provocaría, lógicamente, la más estricta repulsa y
desconfianza que le abocaría a la autarquía y el aislamiento más severo ya que,
en semejantes condiciones, ¿qué país u organización internacional se fiaría de
cualquier transacción financiera, comercial o de cualquier otro tipo con
semejante interlocutor gubernamental? Es evidente que cuando un partido
político o coalición electoral, como Syriza en Grecia, se comporta de forma tan
irresponsable con el único objetivo de ganar unas elecciones, si las gana y
accede al Gobierno, se mete en un callejón sin salida que le conduce a claudicar
de su demagogia si quiere evitar males mayores a sus conciudadanos. Es el drama
del Gobierno populista griego de Tsipras que, ni siquiera a la baja, es capaz
de conseguir la confianza mínima de sus socios europeos para que le ayuden a
salir del negro pozo en el que se ha metido.
Ante
la acuciante necesidad de financiación por el inminente vencimiento del actual
rescate griego (solicitado obviamente, como el anterior rescate, por los
gobiernos griegos precedentes), Tsipras, frente a la lógica exigencia por parte
de la UE de que cualquier negociación pasa por aceptar el cumplimiento estricto
de lo acordado, no está en condiciones de imponer nada por el mero hecho de que,
obligado, como era de esperar, ya haya renunciado al impago de la deuda primero
y luego a una quita de la misma, de lo que tanto alardeó, ya que, ante la
desconfianza innecesariamente generada por él, se le exige la aceptación de
cumplir con el resto de compromisos si quiere acceder a una ampliación del
rescate. Pero no es de recibo que, tras rechazar la propuesta del Eurogrupo
(exigiéndoles solicitar una prórroga del actual programa con “cierta
flexibilidad” de condiciones a cambio de compromisos) y calificarla de “absurda
e inaceptable”, Varufakis se levante de la mesa negociadora y, ante el
ultimátum de unos días para contestar, el portavoz gubernamental Sakelaridis,
diga, chulesca y desafiantemente, “no vamos a solicitar una prórroga del
memorando ni con una pistola en la sien”, añadiendo que “el gobierno no se deja
chantajear con ultimátum”. Actitudes de cara a la galería, para contentar a su
parroquia electoral, que alejan una salida razonable a la cruda realidad
helena, provocando que, desde Alemania, el ministro de Economía, Schaüble,
conteste que Grecia “iba por el buen camino” para superar la crisis hasta que
eligieron al actual Ejecutivo y que lo siente “por los griegos” que “han
elegido un Gobierno que se comporta de manera bastante irresponsable”. La
pelota está pues en el tejado de Tsipras.
O
extensión del programa de rescate en vigor, o nada. Es obvio que la segunda
opción no lleva nada más que al caos total, pudiendo desembocar hasta en la
salida del euro de Grecia, que sería trágico, para los griegos y dramático para
la UE en su conjunto. El Gobierno de Tsipras se enfrenta así a sus propias
demagogias y sabe que, antes o después, habrá de asumir ante su electorado el
coste de tanta bravuconada, de tanto desafío a quienes como socios, en
definitiva, a petición de los propios griegos decidieron rescatarles (por dos
veces), lo que, lamentablemente, no ha hecho más que alimentar una creciente
desconfianza, no en los griegos sino en el Gobierno que, con todo derecho, han
elegido, sin darse cuenta de que su proyecto gubernamental era meramente una
descomunal falacia. Poco tiempo queda para encontrar una solución razonable
que, desde luego, no llegará con semejantes actitudes del Gobierno de Syriza,
ni con su promesa unilateral de austericidio a costa de los demás… Quo vadis,
Grecia? Esa es la cuestión.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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