Como en
política todo es posible y casi nada debiera sorprendernos (basta referirse a
la última chapuza antidemocrática en Cataluña), nuestros políticos, respecto a
la gobernabilidad del Estado, andan emperrados en moverse al filo de lo
imposible para lograr finalmente la cuadratura del círculo, cuando todos ellos
saben que, les guste o no, les convenga o no, lo más probable será nuevas
elecciones generales, salvo que, aunque sea “in extremis”, recuperen la cordura
y, renunciando a ensoñaciones irresponsables, que los ciudadanos no han
avalado, entonen el “mea culpa” y, asumiendo la realidad del resultado
electoral, decidan esforzarse por hacer viable lo posible y deseable en
beneficio de toda la ciudadanía en vez de emperrarse en hilvanar un gobierno
inestable, sin rumbo fijo ni factibles objetivos concretos, que, en el mejor de
los casos, sólo retrasaría la convocatoria de dichas elecciones y, obviamente,
prolongaría la ingobernabilidad, aunque esté barnizada cínicamente con cierta
apariencia de gobernabilidad que sólo conduce a la inestabilidad política, social, y económica. Los ciudadanos, si se
leen correctamente los resultados, no han avalado un gobierno “de izquierdas
progresista” en España por más que la suma torticera de escaños en el Congreso
pueda dar como resultado una mayoría absoluta mediante el mecánico proceso de
añadir a la misma cualesquiera de las opciones políticas y sus opuestas en
temas fundamentales; pero tampoco han avalado un gobierno “de derechas conservador”
por más que la fuerza política más votada sea conservadora. De ser así, el
pueblo no hubiera castigado severamente a PSOE y PP, tradicionales y
mayoritarias fuerzas políticas, respectivamente, del progresismo
socialdemócrata de izquierda moderada y del conservadurismo liberal de derecha
democrática, oposición mayoritaria y gobierno en la pasada legislatura, que, no
obstante, se mantienen como segunda y primera fuerza política en la presente
legislatura, por delante de un conglomerado variopinto de opciones radicales
territoriales de izquierdas, Podemos, y de un emergente partido centrista,
Ciudadanos.
Con los datos electorales citados, se
observa además que de los cuatro primeros partidos, tres de ellos (PP, PSOE y
Ciudadanos) son claramente constitucionalistas y, como tales, homologables con
las opciones político-ideológicas democráticas moderadas que predominan en toda
Europa, mientras el cuarto (Podemos) está alineado con populismos radicales (en
este caso de extrema izquierda), minoritarios en Europa y de deplorable gestión
en aquellos otros lares en que consiguió gobernar, con guiños totalitarios,
antisistema, anticapitalistas y antieuropeos. Por tanto, teniendo en cuenta que
entre los tres partidos citados suman más de 250 escaños de los 350 que forman
el Congreso, quedando los menos de 100 restantes repartidos entre partidos
nacionalistas, tanto de izquierdas como de derechas, independentistas y, en
todo caso, claramente anticonstitucionalistas, la indiscutible lectura del
resultado electoral del 20-D es que los españoles apuestan por una aplastante
defensa del orden constitucional vigente, amenazado seriamente por
totalitarismos populistas que cuestionan peligrosamente la democracia. Ese es
el principal mandato de las urnas a la hora de conformar un gobierno fuerte que
España necesita más que nunca.
Pero si además observamos que entre los tres
partidos constitucionalistas sólo cabe conformar una sólida mayoría
gubernamental PP-PSOE, más sólida aún si se sumara Ciudadanos por razones de
emergencia democrática, o se materializa dicha mayoría o, como segunda opción,
se buscan fórmulas de mayoría suficiente entre los tres partidos mediante
sólidos apoyos parlamentarios que garanticen la estabilidad de un programa de
gobierno pactado que salvaguarde los objetivos que se consideren urgentes y fundamentales
para la actual legislatura en el terreno institucional, social, político y
económico. O una de estas opciones o convocatoria urgente de nuevos comicios y
que cada cual apechugue con sus responsabilidades. Todo lo demás son
ensoñaciones aventureras que, en caso de hilvanarse cogido con pinzas, si es
que se consigue, pueden acarrear graves consecuencias.
Una vez más los ciudadanos españoles hemos
apostado por la moderación muy mayoritariamente, ahora repartida entre tres
partidos en vez de dos, que, como en el resto de Europa, abarcan la derecha, el
centro y la izquierda democrática. Y, como en el resto de Europa, los citados
partidos están condenados a entenderse, les guste o no, para evitar arriesgados
experimentos que suelen costar muy caros, especialmente a los partidos
moderados que participan en ellos, pero, sobre todo, a los pueblos que los
sufren. Basta echar un vistazo para comprobarlo.
Si a la hora de conformar la Mesa del
Congreso de los Diputados acaban de actuar con la requerida responsabilidad y
sensatez, evitando demagógicos experimentos reglamentarios de funcionamiento,
aunque se hayan soportado esperpénticos comportamientos demagógicos en el
acatamiento a la Constitución por parte de sus señorías de las bancadas
anticonstitucionalistas, esperemos que idéntica responsabilidad y sensatez se
ejerza a la hora de formar el futuro Gobierno. Rajoy, Sánchez y Rivera tienen
la última palabra, demostrando que están a la altura de las circunstancias en
momentos tan difíciles. Es lo que mayoritariamente el pueblo espera de ellos. Y
quien no esté a dicha altura, mejor que se dedique a otra cosa.
Fdo. Jorge
Cremades Sena
No hay comentarios:
Publicar un comentario