Ante
la posibilidad, cada vez más probable, de que las próximas elecciones generales
dibujen un Parlamento atomizado, que haga casi ingobernable el Estado,
cualquier político que se precie como “hombre de estado” antepondría la
cuestionada gobernabilidad del Estado a sus legítimos intereses personales o
partidarios. Por tanto, conociendo a Felipe González, nadie debiera extrañarse
de que, al margen de la campaña europea o cualquier otra consideración, haya
manifestado que “si el país lo necesita” el PP y el PSOE podrían imitar a los
partidos mayoritarios alemanes y formar una gran coalición de gobierno.
Paradójicamente, entre el resto de líderes políticos, es precisamente Rubalcaba
quien sale al paso de tan sensata declaración asegurando tajantemente que, por
su parte, “mientras sea secretario general del PSOE no habrá coalición con el
PP”. En “román paladino”, que, aunque España se hundiera, no habría coalición
con el PP, prefiriendo antes el caos. Ante su evidente déficit de “hombre de
estado”, cualquier ciudadano sensato, democrático, socialista o no, concluiría
que la solución pasa porque Rubalcaba deje la Secretaría General del PSOE lo
antes posible o, en caso contrario, por retirar el voto al partido que dirige.
Entre ambas opciones supongo que, especialmente los votantes socialistas,
preferirán la primera solución, aunque, desgraciadamente, muchos de ellos ya
han optado por la segunda al no despejarse la primera.
Pero,
si malo es lo anterior para un partido con clara vocación mayoritaria, es peor
el argumentario, incoherente y contradictorio, en que basa su absurda postura,
más propia de un Beppe Grillo, como sucede en Italia, que de un político
aspirante a presidir el gobierno de un estado. Dice Rubalcaba que una gran
coalición tiene sentido en Alemania, por lógica interna y tradición, pero no en
España, donde no se hizo ni en la Transición; se olvida de que, siendo cierto
lo que dice, no niega la conveniencia o no de una coalición actualmente, que
puede ser discutible, sino que la niega por principio en cualquier
circunstancia futura sea cual fuere y que no es un asunto de tradición, sino de
necesidad. Dice que “un gobierno de concentración deja a una parte del
electorado sin alternativa”, deduciéndose que así lo han hecho sus colegas
socialistas alemanes al pactar con la derecha, cuando es todo lo contrario al
ofrecerles la alternativa imperiosa y eficaz de sacar al país de una difícil
situación. Dice que un gobierno de concentración “no es bueno ni para España ni
para el PSOE”; se olvida de que, aunque fuese lo contrario, su categórica
sentencia de que jamás se hará en España mientras él sea el secretario general,
invalida el argumento de bondad o maldad de la medida, ya que, aunque fuera
bueno para España no la adoptaría. En fin, menos mal que, al menos, se ha
mostrado dispuesto a acuerdos y pactos de Estado. ¡Faltaría más! Aunque, para
colmo, entre otros socialistas, hasta uno de sus posibles sustitutos al frente
del PSOE, Madina, remata diciendo que “no hay opción de un pacto con el PP” y
que es de la opinión de que “el PSOE nunca formará una gran coalición con el
PP”. De casta le viene al galgo.
La
enfermiza obsesión de Rubalcaba y compañía por mostrar una falsa imagen de
radical diferenciación con el PP como estrategia para contener la hemorragia
electoral que sufre por su izquierda, le lleva a un absurdo abandono de las
necesarias dosis de moderación y responsabilidad para incrementar ante el
electorado la credibilidad perdida. Estrategia errada al dejar todo el terreno
del centro al libre albedrío del PP (y, menos mal que está UPyD) para disputar
el voto en la estrecha franja de la izquierda que, a su manera, ocupa IU, a
quien convierte en su verdadero contrincante electoral. Y, en tales
circunstancias, no sólo pone en evidencia su incoherencia con su gestión
gubernamental en el pasado reciente, sino también con la política actual que
practican sus homólogos ideológicos, tanto franceses como alemanes, en plena
crisis económica. Es mucho más creíble desenmascarar a los vendedores de sueños
que, al final, son pesadillas, que competir con ellos sobre quien los presenta
mejor, cuando la realidad es que nadie aporta la credibilidad necesaria en los
métodos a utilizar para hacerlos reales. Es mucho más fiable exponer la cruda
realidad y las dificultades para mejorarla, que achacarlo todo al maniqueísmo
ideológico, teórico y trasnochado, de los intrínsecamente buenos y malos. No en
vano dice Felipe González que “a Hollande le ha pasado algo parecido a
Zapatero, que trató de hacer una política de estímulo hasta que se quedó sin
margen”. Más claro, el agua. ¿De qué margen dispone Rubalcaba o Cayo Lara con
quién se disputa el voto? Contéstenlo ustedes.
Fdo. Jorge Cremades
Sena
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