Sin
lugar a dudas el flamante Secretario General electo del PSOE, Pedro Sánchez, es
la esperanza, probablemente la última, que tienen los socialistas para, al
menos, cambiar el rumbo suicida al que le habían conducido sus últimas cúpulas
dirigentes, tanto las de nivel federal (las de Ferraz), como las de las
baronías, más pendientes de conservar sus cada vez más ridículos poderes
internos, garantía de aseguramiento de sus cada vez más escasos cargos públicos,
que del interés general de la ciudadanía. Los militantes, salvo ese largo 30%
que, inexplicablemente, ha decidido quedarse en casa, han optado por el mejor
de los candidatos que se presentaban. Madina, ante la opinión pública,
representa la continuidad del rubalcabismo, apoyada por el aparato heredado del
zapaterismo, y tiene cierta imagen de radicalidad y confusionismo en ciertos
asuntos de Estado o de vital importancia para el futuro de España, lo que le
convierte en poco fiable. Por su parte Pérez Tapias, como representante de la
corriente minoritaria Izquierda Socialista, estaba descartado de antemano entre
la propia militancia. Sólo Sánchez, el tercero en discordia, es, al menos a
priori, quien, ligero de equipajes heredados, ofrece más credibilidad para
pilotar ese cambio urgente y necesario que el PSOE necesita, esa renovación
real y no retórica, sin hipotecas ni componendas interesadas, que tanto daño
han hecho al socialismo democrático español.
Pero,
dicho lo anterior, el itinerario para llegar al destino previsto no será ningún
camino de rosas. En otras ocasiones, cierto que mucho más predecibles, ya hemos
oído hasta la saciedad en boca de los antecesores de Sánchez esos mensajes de
unidad, solidez, solvencia, fuerza e integración que ahora él propone y promete,
pero que se desvanecieron minutos después de clausurar el congreso que les
confería semejante autoridad entre unánimes felicitaciones, abrazos y sonrisas.
Cierto que ahora a Sánchez, a diferencia de sus antecesores, le han elegido
directamente los militantes y no los delegados congresuales, siempre más
controlables por los aparatos, lo que le confiere una mayor autoridad frente a
ellos, aunque al final sean quienes le proclamen oficialmente en el próximo
Congreso. Pero también es cierto que los militantes no han decidido de forma
espontánea, sino dirigidos y aleccionados por los aparatos locales y
territoriales. Basta analizar con cierto rigor el resultado de la elección por circunscripciones
territoriales, la trayectoria de sus ejecutivas respecto al aparato de Ferraz,
así como sus coincidencias y discrepancias en los últimos tiempos, para
constatar el papel fundamental que han tenido en el apoyo a uno u otro
candidato. Que Madina sólo haya salido más votado que Sánchez en Asturias,
Cantabria, Castilla y León, Extremadura, Navarra, Cataluña y Ceuta no es mera
casualidad; como tampoco lo es que la mayor diferencia a favor de Sánchez, que
ganó en las doce comunidades restantes, se haya dado en Andalucía. Ya, y esto
no ha hecho más que empezar, hay quien especula con que quien ha ganado las
novedosas primarias del PSOE, sin presentarse a ellas, ha sido Susana Díaz, que,
al menos de momento, controlará el partido, pues no en vano el clamoroso
triunfo de Sánchez es fruto directo del apoyo “no expreso” de la Presidenta
andaluza.
Y
este asunto es el que a más corto plazo va a poner a cada uno en su sitio. La
promesa por parte de Sánchez durante el proceso electoral de convocar primarias
para elegir candidato a la Moncloa en noviembre, contrata con el consabido rechazo
de Susana Díaz a dicha celebración y, menos aún, en dicha fecha. De entrada el
Secretario General electo ya ha dicho que las primarias se celebrarán “sí o sí”
aunque no asegura la fecha prometida, dejando la decisión a la voluntad de la
Ejecutiva que configure, del Comité Federal y de los gerifaltes territoriales,
lo que algunos interpretan como un sometimiento a Susana Díaz, para que se
consolide como posible candidata tras las elecciones municipales, mientras
otros piensan que igualmente interesa a Sánchez para ganar tiempo y consolidar
su liderazgo, no sólo como Secretario General sino además como candidato a la
Presidencia de Gobierno, que, tal como ha venido sucediendo, sería lo más
acertado, pues una bicefalia en el PSOE supondría, a mi juicio, más problemas
que los ya existentes.
De
cómo afronte Sánchez el liderazgo que, de una u otra forma, acaban de ofrecerle
los militantes socialistas dependerá si la esperanza de futuro del PSOE se
consolida o simplemente es un espejismo. No es cuestión de si su Ejecutiva será
tan de izquierdas como quieran las bases, es cuestión de diseñar un proyecto
político progresista fiable, creíble y posible a corto y medio plazo, alejado
de utópicas y demagógicas propuestas irrealizables. Para eso ya están otros. Aunque
él mismo ha dicho que huirá “de populismos y demagogia”, aunque, en
concordancia con Rubalcaba dice que “jamás” participaría en una coalición
gubernamental con el PP si fuera necesario, ahora le toca demostrarlo con
hechos y no con palabras. Si, como dice, sus referentes son Felipe González y
Renzi, sólo recordarle que, en su día, González sobre el asunto del marxismo,
se negó a liderar un proyecto mayoritario que él no compartía, forzando un
Congreso extraordinario, bien para que las bases modificasen el proyecto o para
que otro compañero lo liderara. Barrió Felipe en aquel Congreso Extraordinario.
Yo estaba allí. Y el PSOE, poco después, tuvo el mayor éxito de toda su
historia. Ahora, Pedro Sánchez, tiene la palabra.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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