No
me equivoqué. Y mira que lo lamento. En un artículo con fecha 26 de enero del
presente año, titulado “Ucrania en la encrucijada” (ver Ojo
crítico, http://jcremadesena.blogspot.com.es/,), tras una
breve reseña histórica y un análisis de los intereses en juego en las entonces
revueltas contra el régimen de Yanukovich, expresaba mi preocupación ante un
previsible estallido de una guerra civil en Ucrania, así como mi deseo de que
tanto Rusia como la UE rebajasen, por mutuo interés y por el bien del pueblo
ucraniano, la tensión desbordada tras el pírrico éxito de Putin al conseguir
que su aliado rusófilo presidente ucraniano alejase la aspiración de buena parte
de los ucraniano de firmar un acuerdo de asociación comercial con la UE, gota
que había colmado el vaso para el estallido de las protestas de entonces. Hoy,
destituido Yanukóvich por el Parlamento de Ucrania y huido de Kiev, la
situación ha empeorado sustancialmente, porque el nuevo gobierno tiene que
enfrentarse a los vientos de guerra que soplan con fuerza en Ucrania, alentados
por fuerzas extranjeras, que amenazan no sólo la integridad territorial del
país sino también la estabilidad y la paz en la vieja Europa.
Se mire como se
mire, se analice como se analice, la decisión del Senado ruso de respaldar (por
cierto, por unanimidad y con el mejor estilo democrático a la búlgara) el uso
del Ejército en Ucrania y, aprovechando la petición de ayuda a Putin por el
nuevo líder autonómico de Crimea para restablecer la paz, la posterior
ocupación rusa de la península (integrante de la unidad territorial del Estado
soberano ucraniano), es una agresión en toda regla a la legalidad internacional
establecida. Ni es justificable la petición de intervención que hace el
destituido presidente Yanukovich, ni los excesos de unos u otros en las
revueltas que finiquitaron su régimen prorruso, ni las raíces rusas de buena
parte de la población de Crimea (como sucede en gran parte del territorio
oriental ucraniano), ni cualquier otra circunstancia similar para invadir y
someter por la fuerza desde el exterior y de forma unilateral a un estado
soberano reconocido internacionalmente como tal. Menos aún sin agotar
previamente todos los recursos diplomáticos establecidos. Es, como dice al
actual gobierno ucraniano una “declaración de guerra” en la que algunos, como
el mismísimo jefe de la Armada de Kiev, traicionan a su pueblo y se ponen al
servicio del mejor postor, en este caso el invasor ruso. En definitiva, tal
como sostiene Rasmussen, Secretario General de la OTAN, “lo que Rusia está
haciendo ahora en Ucrania viola los principios de la carta de las Naciones
Unidas. Es una amenaza para la paz y la seguridad en Europa”. Justo la paz y
seguridad europea que, violada atrozmente en el pasado siglo, especialmente
tras la desolación provocada por la segunda de las dos guerras mundiales, se
pretendía garantizar en el futuro mediante la citada carta y su posterior
desarrollo, en la que, curiosamente, la ciudad ucraniana de Yalta tuvo un
especial protagonismo en los posteriores tratados de paz.
Basta
echar un vistazo al pasado europeo para tener bien presente los riesgos
catastróficos de agresiones externas violentas al orden mundial establecido.
Hace setenta y cinco años la Alemania de Hitler, con claras pretensiones de
anexionarse Checoslovaquia, ocupó previamente su zona fronteriza del norte y
oeste, conocida como los Sudetes, pretextando supuestas necesidades de ayuda a
las poblaciones germanas que la habitaban, dejando al resto del país
incapacitado para resistir la posterior ocupación. Una especie de mal entendido
“pacifismo” de las potencias de entonces y, por ende, de la comunidad
internacional, apostó por dejar hacer y dejar pasar, mirando hacia otro lado,
alentando así al agresor, quien, ante la manifiesta pasividad de los demás,
decide reivindicar el derecho a proteger al resto de germanos habitantes de
territorios húngaros o polacos. La posterior invasión de Polonia y el inicio de
la mayor contienda mundial de la Historia, era previsible ante la laxitud de
una comunidad internacional ciega ante las flagrantes agresiones al orden
establecido. Y así sucedió.
Es inevitable,
salvando todas las distancias, comparar la situación de Crimea con la de los
Sudetes y la de toda Ucrania con la antigua Checoslovaquía. Sin entrar en
detalles sobre el gran interés económico y estratégico de Rusia por controlar
Ucrania (y, especialmente, Crimea), al igual que el de Alemania en su día por
Checoslovaquia, un paralelismo que invita a la sospecha, cuando, hasta los
argumentos de Putin para invadir militarmente Crimea son bastante similares a
los que utilizara Hitler en su día, pues, obviamente, la manifiesta agresión se
suele enmascarar en razones que la justifiquen, y la del ruso es bien clara,
“ante la amenaza a la vida de ciudadanos rusos”, consiguiendo gran alegría
entre la población prorrusa de Ucrania. ¿Quedará inerme Ucrania como le sucedió
a Checoslovaquia? No en vano y para afianzar el paralelismo, la reciente
reunión de la OTAN ha sido convocada a petición de Polonia, que, como entonces,
se considera “amenazada” por una posible intervención militar, en este caso de
Rusia en vez de Alemania y en Ucrania en vez de Checoslovaquia.
Esperemos que en
esta ocasión la comunidad internacional esté a la altura de las circunstancias,
aunque, visto lo visto en otros conflictos locales, tampoco hay que albergar
grandes esperanzas. Tiempos difíciles se avecinan si estos vientos de guerra
que soplan en Ucrania en vez de amainar se tornan en vientos huracanados.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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