Si,
como dice el diccionario, el cinismo es la “desvergüenza o descaro en el mentir
o en la defensa y práctica de actitudes reprochables” Oriol Junqueras, líder de
ERC, es maestro de maestros, tal como demuestra en una reciente entrevista que
no tiene desperdicio. En su visionaria e insólita concepción de la democracia,
en la que la única regla de juego válida es votar cómo sea, dónde sea y sobre
lo que sea, afirma rotundo que España
nada puede ofrecerle para que renuncie a la consulta ya que “no hay nada que nadie pueda
ofrecer a cambio del derecho fundamental de los ciudadanos de poder votar para
decidir su futuro político”, ocultando cínicamente que tal derecho a votar ya
existe en el Estado de Derecho español, sujeto, obviamente, como en cualquier otro
Estado democrático, a unas reglas, previamente establecidas mediante el voto,
que regulan el objeto de las mismas (hay algunos que no pueden votarse, como,
por ejemplo, ejecutar a alguien en la plaza pública), su ámbito de aplicación
sobre el que aplicar el resultado (no exportable por ejemplo la decisión de una
comunidad a otra y menos al conjunto del Estado) y hasta quienes tienen la
competencia democrática de convocarlas, aunque exclusivamente para aquellos asuntos
que le son de su competencia. Es la única forma democrática de evitar la ley de
la selva que Junqueras pretende imponer con su sacralizado concepto del voto
que, tal como lo concibe, es la antítesis de la democracia, al extremo de no
tener reparo alguno en afirmar que “ha llegado la hora de saltarse las leyes
españolas… de prescindir de la legitimidad española para crear la nuestra
propia… de saltarse el marco legal anterior para crear el siguiente, como
sucede siempre en caso de independencia”. Oculta, cínicamente, que en tiempos
presentes y en situaciones de libertad y democracia, como es el caso, ese no
puede ser el proceso, salvo que se trate de un golpe de Estado totalitario,
cruento o incruento.
En
su cinismo patológico, defiende que “votar es un derecho fundamental e
inalienable que prevalece por encima de cualquier ley, como el derecho a la
vida, a la libertad y a buscar la propia felicidad (vamos, que si la felicidad
de una comunidad de vecinos es apalear al vecino molesto, se vota y, si se gana,
a machacarlo), aunque, menos mal, acepta que, si en su consulta ilegal y
antidemocrática, “no hay una mayoría independiente aceptaremos el resultado,
pero para saberlo es necesario votar” (hay que reconocer que a algunos
golpistas esta pequeñez ni les importa). Y sobre la posibilidad de que, como en
cualquier otro Estado democrático, Artur Mas pudiera ser condenado, si convoca
y pone los medios para celebrar un referéndum sobre el que no tiene
competencias, usurpando la soberanía del pueblo español, tiene la cínica
desfachatez de afirmar que “estamos convencidos de que nadie en España irá a la
cárcel por votar” (en efecto, no iría por votar, sino por incumplir la ley como
cualquier hijo de vecino) y de amenazar con que “serían mucho peores para
España las consecuencias de encarcelar al presidente Mas que las de permitir la
consulta” (me recuerda la típica amenaza del matón cuando te niegas a someterte
a sus caprichosos designios). Ni siquiera acepta unas elecciones anticipadas,
que obviamente serían legales, ya que “el sistema proporcional” las
desvirtuaría “como referéndum”.
Y
ante este elenco de cínicos despropósitos, entre otros por el estilo, cuando se
le pregunta por la corrupción de Convergencia, tan sustanciosa para algunos
nacionalistas transformados al independentismo, elude la respuesta concreta
manifestando sobre la corrupción en general que le “asquea en cualquier circunstancia
y casos como Gürtel o Bárcenas demuestra que los que están implicados en ella
no luchan por erradicarla; el PP es la prueba más evidente” (sobre el de los
Pujol y compañía, al tener el marchamo independentista, mutis por el foro).
Pero,
por si todo el derroche de cinismo y de planteamientos totalitarios anteriores
no fuera suficiente, remata la faena diciendo que “el nuevo Estado catalán
querrá tener las mejores relaciones con España; las mismas y excelentes
relaciones que España tiene con Chile o con Holanda, que se independizaron hace
muchos años”. Obviamente no menciona cínicamente que aquellos tiempos, tanto
los de la independencia de Chile como los de Holanda, nada tienen que ver con
hoy (y ni siquiera uno con el otro ni en el tiempo ni en el proceso), que, no
obstante, fueron ambos procesos violentos, que las circunstancias
internacionales eran distintas y que, en todo caso, cuando acaecieron dichos
procesos independentistas de territorios lejanos ocupados por España, Cataluña
ya formaba parte de la misma desde mucho antes, sin haber sido jamás ocupada ni
sometida.
Juzguen
ustedes si, con semejantes planteamientos visionarios, totalitarios, sin
respeto alguno por la legalidad vigente, que conforman un proyecto basado en la
mentira y en el cinismo más impresentable, alguien puede confiar en semejante
personaje. ¿Se lo imaginan como Presidente de esa supuesta República Catalana,
al margen del euro, aislada y no reconocida por buena parte de la comunidad
internacional como sucedía a aquella España de buena parte de la etapa
franquista? Yo prefiero ni imaginarlo. Me causa pavor y una infinita tristeza.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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