Que
la libertad tiene un precio, es indiscutible, tanto para mantenerla, cuando se
tiene, como para conseguirla, cuando te la han arrebatado. Bastaría echar un
vistazo a la Historia para constatar el alto precio, que incluye incluso la
sangre, el esfuerzo, el sudor y las lágrimas, que los hombres han tenido que
derramar para mantenerse libres o para liberarse de quienes por la fuerza les
esclavizan o pretenden hacerlo. Simplemente el pasado siglo XX es ilustrativo
para corroborarlo a nivel nacional e internacional. Por tanto, recordar que la
libertad tiene un precio, que vale la pena pagar, honra a quien lo proclama
pues es, sin duda, un acicate para que los hombres y los pueblos oprimidos
luchen por ella y para que los hombres y los pueblos libres no bajen la guardia
ante quienes, interna o externamente, pretenden arrebatársela. Pero, dicho lo
anterior, hay que tener presente que la libertad es muy frágil y no es infinita,
ni está exenta de riesgos, y, por ello, tanto a nivel individual como colectivo,
ha de estar sujeta a determinadas limitaciones; en definitiva, a unas reglas de
juego que garanticen la convivencia entre los individuos y entre los pueblos y
sirvan de amparo frente a liberticidas individuales o colectivos que, al margen
de las mismas, buscan imponer su santa voluntad. Dichas reglas de juego,
legítimamente establecidas por todos, conforman los Estados de Derecho, libres
y democráticos, que garantizan la libertad de todos sus individuos, convertidos
en ciudadanos, y ponen freno a quienes por cualquier medio pretenden imponer su
santa voluntad, atropellando los derechos de los demás al margen de las mismas
sin respeto alguno al imperio de la ley democrática establecido.
Así
pues, afirmar en y desde la libertad que “los que quieren la libertad saben que
la libertad tiene un precio” instando a que los ciudadanos luchen, no para
mantenerla, sino para conseguirla, cuando ya la tienen, y a que estén
dispuestos a pagar dicho precio, porque el precio de no hacerlo “es quizá más
alto”, tal como ha hecho Artur Mas con un grupo de empresarios en referencia a
su quimera independentista, es una absurda e infame majadería. Es una infamia decirles
la obviedad de que “siempre existe un componente de riesgo” cuando una parte de
un Estado intenta independizarse, añadiendo que “lo hay en Escocia, y lo tienen
todo acordado”, pero sin aclararles que la gran diferencia es que el proceso
escocés, a diferencia del catalán, respeta estrictamente la legalidad de su
Estado de Derecho, y, por tanto, no pone en riesgo ni la libertad ni la
democracia de sus ciudadanos, mientras aquí lo que se pretende es finiquitar la
libertad y la democracia de todos los españoles, incluidos los catalanes. Nada
comparable el riesgo lógico de los escoceses de tipo económico, de encaje
internacional, de incertidumbre social y económica, etc, tanto para escoceses
como británicos que supone la decisión legal de escindirse, con el riesgo de los catalanes que, a todo lo
anterior, tendrían que añadir el merecido repudio democrático nacional e
internacional a su proceso ilegal y, por tanto, de carácter totalitario y
antidemocrático.
Nada
bueno se puede esperar, salvo el pago de un desorbitado precio, de quien, como
Oriol Junqueras, socio de Mas en el ilegal proceso independentista, en y desde
la libertad democrática, anima a los catalanes a la “desobediencia civil” en
caso de que el Tribunal Constitucional avale que su proceso independentista no
se ajusta a las reglas de juego establecidas, es decir, al Estado de Derecho.
Supondría un claro golpe de Estado, intolerable, no sólo para el Estado de
Derecho del que forma parte Cataluña, es decir, España, sino para el resto de
Estados de Derecho del mundo, es decir, para todos los ciudadanos libres. El
insólito caso de que en el mundo libre un líder político libre, en este caso el
de ERC, incite al pueblo a la insumisión, la rebelión y la desobediencia civil
frente a la legalidad democrática, sólo puede enmarcarse en el ámbito de
conductas totalitarias dictatoriales. Que el coordinador de CDC, Josep Rull, el
partido de Artur Mas, que democráticamente gobierna Cataluña, remate diciendo
que no descarta “una declaración unilateral de independencia”, obviamente
ilegal, mientras el President de la Generalitat, no sólo no tome medidas contra
tan intolerables manifestaciones, desautorizando al instante tanto a Junqueras,
su socio, como a Rull o presentando su dimisión “ipso facto”, sino que con la
citada infame majadería, entre otras por el estilo, aliente semejantes
aberraciones democráticas, engañando adrede a los ciudadanos, sólo se puede
enmarcar entre quienes no están dispuestos a pagar el precio de la libertad, en
este caso para mantenerla, sino precisamente, entre quienes pretenden, desde la
libertad, acabar con ella y arrebatársela a sus depositarios.
Lleva razón Mas
afirmando que “pensar que un proceso así se hace de rositas no es posible”,
aunque lo enmascara de forma torticera desde el punto de partida, que es la
libertad, para camuflar su aberración de que el precio de mantenerla “es quizá
más alto” que el de alzarse contra ella y no acatarla, prostituyendo así el
Estado de Derecho. A Mas le traiciona su subconsciente seguramente, pues no hay
precio más caro para los ciudadanos libres que perder su libertad o ponerla en
riesgo como él pretende. Le bastaría repasar la Historia de Cataluña y
comprobar que jamás fue tan libre como ahora, gracias a la consolidación de
nuestro Estado de Derecho, para regresar a la consciencia y pedir perdón a los
catalanes en primer lugar y, en segundo lugar, a los demás españoles.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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