Los
distintos grupos humanos, al menos desde la Revolución Neolítica, se han
empeñado a lo largo de los siglos en crear en sus respectivos territorios de
asentamiento verdaderos paraísos terrenales que, en permanente conflicto entre
ellos (no todos consiguen el mismo nivel de bienestar), siempre fueron
vulnerables, máxime cuando las relaciones organizativas de cada grupo, basadas
en la obtención de riqueza y la apropiación o control de la misma, lo jerarquizan
al extremo que muchos de sus miembros en vez de disfrutar del supuesto paraíso
viven un verdadero infierno dentro del mismo. El trasfondo del asunto, con las
variables y matices que se quiera, es la generación de riqueza y el control o
apropiación de los excedentes con el objetivo de obtener un mayor grado de
bienestar social que, obviamente, no alcanza a todos por igual, ni a nivel
interno del grupo, ni entre unos grupos y otros, generando frecuentes
conflictos internos y externos, muchas veces violentos, que demuestran la doble
vulnerabilidad de dichos paraísos, sucesivamente finiquitados y reemplazados
por otros con idéntica propensión a la vulnerabilidad. Es el inevitable proceso
de las relaciones humanas, basadas en el poder, que en cada momento histórico
ha propiciado un diferente mapa geopolítico con distintos grupos hegemónicos (los
paraísos deseados de cada momento histórico), que, basados en determinadas
prácticas de convivencia, interna y con el exterior, supuestamente garantizan
la nueva era, hasta que, inevitablemente, llega su decadencia y vuelta a
empezar al quedar el modelo obsoleto. Basta echar un vistazo a la génesis y
ocaso de los Imperios de la Antigüedad, de los Reinos Medievales o de los
Estados Modernos y su evolución hasta nuestros días para constatarlo. Una
dinámica diabólica que demuestra la inexistencia de paraísos invulnerables.
Por
tanto, esencialmente, nada nuevo bajo el Sol en cuanto a la dinámica histórica
que nos ha traído a la situación actual. Hoy, el paraíso vulnerable, ni es
único, como antaño, ni es distinto a los anteriores; lo conforman todos los
países del llamado Primer Mundo, Mundo Desarrollado, Civilización Occidental o
como prefieran denominarlo (Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y algún
que otro país del resto de Europa, Australia, Nueva Zelanda y poco más), que,
como siempre, es lógico objeto de deseo, especialmente para los infiernos que
conforman el Tercer Mundo. Lo distinto, lo que ha cambiado respecto a los paraísos
anteriores, es su repercusión global en un mundo globalizado e interdependiente
(antes era posible explorar territorialmente nuevos horizontes económicos,
sociales, ideológicos o religiosos para determinados ámbitos concretos, sin
afectar demasiado al resto), abocando prácticamente a toda la Humanidad (no
sólo a un área concreta por amplia que sea) a una división dual, cada vez más
insostenible, entre un único modelo de paraíso, el del desarrollo, cada vez más
vulnerable, y un único infierno, el del subdesarrollo (no sólo el exterior sino
también el interno), cada vez más insostenible, dejando entre ellos un espacio,
una especie de purgatorios en transición (los países emergentes) hacia ese
modelo de paraíso, paradigmático de las mayores cotas de bienestar, en el que,
tal como está concebido hoy, ya no cabe nadie más, pues los recursos no son
ilimitados. Esta situación injusta y contradictoria nos lleva a pensar que
estamos en la antesala de un final de ciclo imprevisible a escala mundial, con
la agravante de que, demostrado el fracaso de otros modelos de paraísos (auspiciados
por el comunismo), surgidos en el momento de crear el actual orden
internacional tras la Segunda Guerra Mundial, ni siquiera se vislumbra un
modelo alternativo u opcional que sustituya el más que evidente agotamiento del
paraíso que disfruta una tercera parte de la población mundial en estos
momentos. Entretanto, las amenazas violentas del terror, como siempre, cada vez
son más evidentes.
El
informe anual sobre la actividad económica global del FMI pone en evidencia
este más que previsible cambio radical del panorama económico en el mundo y sus
pertinentes cambios sociales y políticos. Las economías occidentales, es decir,
las del paraíso desarrollado, empeoran a un ritmo más rápido que el esperado,
mientras el ascenso de los países emergentes es un hecho indiscutible, pero en
base a estructuras de bienestar bien distintas. Por tanto, mientras el paraíso
se derrumba, los que llaman a su puerta no tienen cabida al no ser posible
extender más tan alto nivel de bienestar, en tanto que, no transitar hacia ese
utópico objetivo, supone aproximarse al fondo del infierno olvidado del
subdesarrollo. La conclusión es obvia, o a nivel internacional, ya que esta es
la dimensión del problema, se hace una redistribución más justa de la riqueza,
que conlleva una cierta rebaja del bienestar en el paraíso en favor de una
rebaja sustancial del malestar en los infiernos, tanto en los exteriores como
en los interiores, para generar al menos una cierta esperanza, o, por el
contrario, estallará violentamente la ya más que activada bomba de relojería
que hará saltar por los aires tan injusta situación. ¿Estamos dispuestos a
hacerlo quienes habitamos el paraíso? Me temo que no.
Fdo. Jorge Cremades
Sena
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